InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Categoría: Teólogos

27.12.15

La descalificación del lenguaje católico tradicional

Hace años, en una conferencia en Montevideo, un sacerdote católico muy inteligente, profesor de filosofía y de teología, afirmó que a él el lenguaje cristiano tradicional “no le decía nada”. Recuerdo que me apenó mucho oír eso. Me preguntaba cómo podía ser que a un sacerdote tan culto “no le dijera nada” el lenguaje de la Biblia y la Tradición eclesial, de los Papas y los Concilios, de los Padres y los Doctores de la Iglesia, de los santos y los grandes maestros de espiritualidad… Naturalmente, la expresión “esto no me dice nada” puede tener varios sentidos diferentes. Se me ocurren dos sentidos principales: 1) no entiendo nada de esto; 2) lo entiendo pero me deja frío; no suscita en mí ninguna emoción, ningún sentimiento, ningún propósito. Aplicadas a nuestro caso, las dos alternativas son inquietantes. La primera alternativa vuelve imposible la labor del teólogo, dado que no le permite comprender (en ningún grado) lo que cree. La segunda alternativa vuelve imposible la labor del misionero, dado que excluye el necesario entusiasmo apostólico. Por supuesto, es posible que el sacerdote exagerara y que no hubiera que tomar su afirmación del todo en serio. De todos modos sus palabras serían criticables porque entrañan un serio riesgo de “escándalo”: es decir, de suscitar en otros cristianos un desapego o desafecto injustificados al venerable lenguaje tradicional que expresa los contenidos de nuestra fe.

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29.11.15

Dos críticas de la teología de Hans Urs von Balthasar

Es indudable que Hans Urs von Balthasar fue uno de los principales teólogos católicos del siglo XX. De ahí la importancia de entenderlo, para todo católico contemporáneo con vocación teológica.

Confieso que, pese a haber leído cuatro o cinco libros (muy interesantes, por cierto) de ese autor, no he podido lograr por mí mismo una visión global de su teología. Por lo tanto, en este post, en vez de basarme en mi propia opinión, presentaré dos visiones críticas de la teología de von Balthasar, que me parecen muy significativas por su coincidencia parcial, pese a provenir de dos pensadores católicos que pueden ser ubicados casi en extremos opuestos del actual espectro teológico: Karl Rahner y Atila Sinke Guimaraes.

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25.11.15

¿Lutero gnóstico? (Ricardo de la Cierva)

Miembro angustiado de la Orden de San Agustín, formado en un ambiente europeo en el que destacaban la degradación de la corte papal romana (de la que fue testigo) y la rebeldía antropocéntrica proclamada por el humanismo, Martín Lutero, profeta y padre de la Reforma protestante en el siglo XVI, se está presentando muy recientemente a una luz nueva; es un intocable para la discusión católica (sustituida por el diálogo muchas veces entreguista) pero es también un gnóstico.

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21.11.15

El Tiempo del Anticristo según Newman

Un amigo ha tenido la bondad de prestarme este excelente libro: John Henry Newman, Cuatro sermones sobre el Anticristo –La idea patrística del Anticristo, Ediciones del Pórtico, Buenos Aires 2006 (2ª edición); traducido por el P. Carlos A. Baliña.

En el Adviento de 1835, durante cuatro domingos consecutivos, John Henry Newman predicó en Oxford cuatro sermones que tratan respectivamente sobre el Tiempo del Anticristo, la Religión del Anticristo, la Ciudad del Anticristo y la Persecución del Anticristo. En estos sermones Newman interpreta los pasajes bíblicos relacionados con el Anticristo bajo la guía de los Padres de la Iglesia.

A continuación haré una síntesis del primero (pp. 21-41) de estos cuatro sermones de ese magnífico predicador que fue el Beato Cardenal Newman. Aunque Newman era todavía anglicano (su conversión al catolicismo ocurrió en 1845) este primer sermón es ya católico.

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8.11.15

Discurso del Biglietto (Beato Cardenal John Henry Newman)

Le agradezco, Monseñor, la participación que me hecho del alto honor que el Santo Padre se ha dignado conferir sobre mi humilde persona. Y si le pido permiso para continuar dirigiéndome a Ud., no en su idioma musical, sino en mi querida lengua materna, es porque en ella puedo expresar mis sentimientos, sobre este amabilísimo anuncio que me ha traído, mucho mejor que intentar lo que me sobrepasa.

En primer lugar, quiero hablar del asombro y la profunda gratitud que sentí, y siento aún, ante la condescendencia y amor que el Santo Padre ha tenido hacia mí al distinguirme con tan inmenso honor. Fue una gran sorpresa. Jamás me vino a la mente semejante elevación, y hubiera parecido en desacuerdo con mis antecedentes. Había atravesado muchas aflicciones, que han pasado ya, y ahora me había casi llegado el fin de todas las cosas, y estaba en paz.

¿Será posible que, después de todo, haya vivido tantos años para esto? Tampoco es fácil ver cómo podría haber soportado un impacto tan grande si el Santo Padre no lo hubiese atemperado con un segundo acto de condescendencia hacia mí, que fue para todos los que lo supieron una evidencia conmovedora de su naturaleza amable y generosa. Se compadeció de mí y me dijo las razones por las cuales me elevaba a esta dignidad. Además de otras palabras de aliento, dijo que su acto era un reconocimiento de mi celo y buen servicio de tantos años por la causa católica, más aún, que creía darles gusto a los católicos ingleses, incluso a la Inglaterra protestante, si yo recibía alguna señal de su favor. Después de tales palabras bondadosas de Su Santidad, hubiera sido insensible y cruel de mi parte haber tenido escrúpulos por más tiempo.

Esto fue lo que tuvo la amabilidad de decirme, ¿y qué más podía querer yo? A lo largo de muchos años he cometido muchos errores. No tengo nada de esa perfección que pertenece a los escritos de los santos, es decir, que no podemos encontrar error en ellos. Pero lo que creo poder afirmar sobre todo lo que escribí es esto: que hubo intención honesta, ausencia de fines personales, temperamento obediente, deseo de ser corregido, miedo al error, deseo de servir a la Santa Iglesia, y, por la misericordia divina, una justa medida de éxito.

Y me alegra decir que me he opuesto desde el comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! Y en esta ocasión, en que es natural para quien está en mi lugar considerar el mundo y mirar la Santa Iglesia tal como está, y su futuro, espero que no se juzgará fuera de lugar si renuevo la protesta que hecho tan a menudo.

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