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30.06.13

El Concilio Vaticano II y el diálogo ecuménico: ¿renovación o ruptura? –3

10. El ecumenismo según el Concilio Vaticano II

En este apartado analizaré algunas cuestiones referidas al diálogo ecuménico, que se corresponden con el tercer fin principal del Concilio, según Pablo VI. (13)

La “hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura” denunciada por Benedicto XVI se ha manifestado en todos los aspectos de la vida de la Iglesia, en particular en lo referente al diálogo ecuménico, generando no pocas desviaciones con respecto a la auténtica doctrina conciliar. Acerca de este tema intentaré practicar la “hermenéutica de la reforma o de la renovación en la continuidad” prescrita por Benedicto XVI. Para esto citaré y comentaré brevemente seis textos del Vaticano II sobre el ecumenismo que manifiestan claramente dicha renovación en la continuidad.

a) La única Iglesia de Cristo es la Iglesia católica

“Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Juan 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mateo 28,18ss), y erigió perpetuamente como “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 8).

De este texto surgen estas cuatro enseñanzas:
• La Iglesia de Cristo es una y única; no está ni puede estar dividida.
• La Iglesia de Cristo “subsiste en” la Iglesia católica, o sea es la Iglesia católica, puesto que la substancia de la Iglesia de Cristo permanece en la Iglesia católica. No se dice ni podría decirse otro tanto de ninguna otra Iglesia o Comunidad eclesial.
• La Iglesia de Cristo es una realidad actual, presente en la historia, visible en el mundo, no un mero proyecto, ideal o entelequia abstracta. Según la voluntad de su Divino Fundador, se trata concretamente de la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de San Pedro (el Papa) y los Obispos en comunión con él (los Obispos católicos).
• Los elementos de santidad y verdad presentes en las Iglesias y Comunidades eclesiales no católicas son bienes propios de la Iglesia católica e impulsan a los cristianos no católicos hacia la unidad propia de la Iglesia católica.

La interpretación indicada, en realidad obvia, de la expresión “subsistit in” (= “subsiste en”), que sin embargo ha dado lugar a tantas interpretaciones diversas, fue confirmada oficialmente por un documento de 2007 de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF): Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia. Ese documento afirma la plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica (14).

Junto con ese documento, la CDF publicó un “Artículo de Comentario” que explica más extensamente las respuestas del documento (15). De dicho artículo, destaco la siguiente frase: “la sustitución de “est” con “subsistit in”, contra tantas interpretaciones infundadas, no significa que la Iglesia católica renuncie a su convicción de ser la única verdadera Iglesia de Cristo.”

La misma doctrina eclesiológica fue expuesta en otro documento de la CDF: la Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia; sobre todo en el Capítulo IV, titulado “Unicidad y unidad de la Iglesia”. Destaco parte del numeral 16: “Por eso, en conexión con la unicidad y la universalidad de la mediación salvífica de Jesucristo, debe ser firmemente creída como verdad de fe católica la unicidad de la Iglesia por Él fundada. (…) Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica –radicada en la sucesión apostólica– entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica.” (énfasis presentes en el original).

También destaco, dentro del mismo Capítulo IV, la nota 56: “Es, por lo tanto, contraria al significado auténtico del texto conciliar la interpretación de quienes deducen de la fórmula subsistit in la tesis según la cual la única Iglesia de Cristo podría también subsistir en otras iglesias cristianas. «El Concilio había escogido la palabra “subsistit” precisamente para aclarar que existe una sola “subsistencia” de la verdadera Iglesia, mientras que fuera de su estructura visible existen sólo “elementa Ecclesiae”, los cuales –siendo elementos de la misma Iglesia– tienden y conducen a la Iglesia católica» (Congr. para la Doctrina de la Fe, Notificación sobre el volumen «Iglesia: carisma y poder» del P. Leonardo Boff, 11-III-1985: AAS 77 (1985) 756-762).” (16)

b) Los cristianos no católicos están en comunión incompleta con la Iglesia católica

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29.06.13

El Concilio Vaticano II y el diálogo ecuménico: ¿renovación o ruptura? –2

6. Una grave denuncia desatendida

En 1966, cuando aún no había transcurrido un año desde la clausura del Concilio, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe elaboró una Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales sobre los abusos en la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II. Este documento lanzó una seria señal de alerta contra las interpretaciones erróneas del Concilio. En su momento fue enviado en secreto a todos los Obispos del mundo. Fue publicado en el sitio web de la Santa Sede recién en 2012.

El documento, firmado por el Cardenal Alfredo Ottaviani, dice que: “hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del Concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles. (…) a partir de documentos examinados por esta Sagrada Congregación, consta que en no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe.”

El documento señala a modo de ejemplo diez errores doctrinales más o menos frecuentes en el por entonces creciente sector “progresista” de la Iglesia. Los primeros cuatro errores denunciados conforman la base principal de las desviaciones liberales o modernistas en ese sector:

“1. Ante todo está la misma Revelación sagrada: hay algunos que recurren a la Escritura dejando de lado voluntariamente la Tradición, y además reducen el ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia, y no piensan de manera correcta acerca del valor histórico de los textos.

2. Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice que las fórmulas dogmáticas están sometidas a una evolución histórica, hasta el punto de que el sentido objetivo de las mismas sufre un cambio.

3. El Magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable.

4. Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia.”

El décimo y último error señalado se refiere al ecumenismo: “La Sede Apostólica (…) lamenta que algunos (…) se empeñen en una acción ecuménica que, opuesta a la verdad de la fe y a la unidad de la Iglesia, favorece un peligroso irenismo e indiferentismo, que es completamente ajeno a la mente del Concilio.” (5)

A juzgar por los hechos posteriores, parecería que en líneas generales no se prestó suficiente atención a la situación denunciada por este documento. Las doctrinas teológicas heterodoxas siguieron floreciendo y desarrollándose dentro de la Iglesia Católica hasta alcanzar la gran difusión de la que hoy gozan. “Aquellos polvos trajeron estos lodos”…

Uno de los mayores desarrollos doctrinales del Concilio Vaticano II fue su doctrina de la colegialidad episcopal. Pues bien, la colegialidad episcopal, entre otras cosas, implica que los propios Obispos, dentro de sus respectivos territorios, deben no sólo velar por la sana doctrina, sino también condenar los errores doctrinales graves y sancionar a los culpables de difundirlos, sin dejar esas dos tareas poco agradables casi exclusivamente a Roma.

7. La crisis de la Iglesia en el post-concilio

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28.06.13

El Concilio Vaticano II y el diálogo ecuménico: ¿renovación o ruptura? –1

La presente ponencia constará de tres partes principales: primero, una introducción algo extensa acerca del Concilio Vaticano II en general (apartados 1-9); segundo, una presentación de algunas enseñanzas fundamentales del Vaticano II acerca del ecumenismo, en la perspectiva de la “hermenéutica de la reforma” (apartado 10); y tercero, algunas consideraciones sobre el camino hacia la restauración de la unidad entre todos los cristianos y sobre el futuro de la Iglesia (apartados 11-12).

1. El objetivo principal del Concilio según Juan XXIII

El 11 de octubre de 1962, en el discurso inaugural del Concilio Vaticano II, el Beato Papa Juan XXIII afirmó que: “El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz.”

Casi enseguida, agregó que: “para que tal doctrina alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana…, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico.”

Más adelante, Juan XXIII habló sobre la modalidad actual en la difusión de la doctrina sagrada. Citaré esa sección del discurso en forma resumida: “El Concilio Ecuménico XXI… quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres… Deber nuestro no es sólo estudiar ese precioso tesoro…, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que desde hace veinte siglos recorre la Iglesia… De la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la sustancia de la antigua doctrina, del depositum fidei, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta –con paciencia, si necesario fuese– ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.” (1)

2. Los cuatro fines principales del Concilio según Pablo VI

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13.11.10

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la Curia Romana (22/12/2005)

(…)

El último acontecimiento de este año sobre el que quisiera reflexionar en esta ocasión es la celebración de la clausura del concilio Vaticano II hace cuarenta años. Ese recuerdo suscita la pregunta: ¿cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien?, ¿qué ha sido insuficiente o equivocado?, ¿qué queda aún por hacer?

Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil, aunque no queremos aplicar a lo que ha sucedido en estos años la descripción que hace san Basilio, el gran doctor de la Iglesia, de la situación de la Iglesia después del concilio de Nicea: la compara con una batalla naval en la oscuridad de la tempestad, diciendo entre otras cosas: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe…” (De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524). No queremos aplicar precisamente esta descripción dramática a la situación del posconcilio, pero refleja algo de lo que ha acontecido.

Surge la pregunta: ¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos.

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30.10.10

El ecumenismo según el Concilio Vaticano II

Han transcurrido ya más de 40 años desde la clausura del Concilio Vaticano II, esa gran obra del Espíritu Santo para nuestra época. Los documentos conciliares, recibidos al principio con mucho entusiasmo, han ido cayendo paulatinamente en el olvido para la mayoría de los fieles católicos, incluyendo a muchos que tienen una mayor formación doctrinal. En el período post-conciliar, en los sectores eclesiales auto-denominados “progresistas” se ha apelado con frecuencia a un supuesto “espíritu del Concilio”, descuidándose la atención a la letra del Concilio, encarnación de su verdadero espíritu. Hoy son poco citados y poco conocidos algunos textos esenciales del Concilio que contradicen frontalmente a corrientes de pensamiento muy arraigadas en nuestra cultura, como por ejemplo el relativismo.

El propósito de este capítulo es recordar algunos de los textos semi-olvidados del último Concilio referidos al ecumenismo, un tema de importancia fundamental en el cual se pueden apreciar hoy no pocas desviaciones con respecto a la auténtica doctrina conciliar. Citaré pues algunos textos del Concilio, precedidos por un título y seguidos por un comentario, ambos de mi autoría.

1. La Iglesia de Cristo es la Iglesia católica

“Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Juan 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mateo 28,18ss), y erigió perpetuamente como “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 8).

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