1. Introducción
En esta serie de artículos, apoyándome en el valor histórico del conjunto de la tradición evangélica, procuraré poner de relieve cómo los milagros de Jesús en general y la multiplicación de los panes en particular permiten afirmar la credibilidad de la fe cristiana.
Jesucristo, “con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros,… lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino” (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei Verbum, n. 4a). Él “apoyó y confirmó su predicación con milagros para excitar y robustecer la fe de los oyentes” (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis Humanae, n. 11).
Los numerosos milagros de Jesucristo tienen una importancia fundamental para la comprensión de su Evangelio. Ellos son signos reveladores de la identidad de Jesucristo: Hijo de Dios encarnado, auto-revelación de Dios y salvación del hombre.
El milagro de la multiplicación de los panes es uno de los acontecimientos decisivos de la vida pública de Jesús y tiene una gran riqueza de significados, especialmente por ser la prefiguración del sacramento de la eucaristía, “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 11a).
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