Philip Trower, El trasfondo del ecumenismo -I

El trasfondo del ecumenismo

por Philip Trower

I. Algunas palabras por adelantado

Creo que todos los católicos con sus corazones en el lugar correcto ven que el trabajo por la unidad de los cristianos es algo que Dios quiere. El Papa Juan [XXIII] lanzó a la Iglesia hacia ello, el Concilio [Vaticano II] marcó las líneas a seguir y los Vicarios de Cristo han dicho repetidamente que el trabajo debe seguir adelante. Por lo tanto es algo que nos tiene que preocupar y que tenemos que tomar en serio, incluso si a veces lo único que podemos hacer es rezar.

Sin embargo, como todo lo demás que el Concilio puso en marcha, incluidas las reformas de todo tipo, el ecumenismo debe ser llevado a cabo en las circunstancias de la gran revolución doctrinal y la apostasía de la fe que hoy es el otro hecho importante de la vida en el cuerpo católico.

Por lo tanto, obviamente es muy importante para nosotros comprender la diferencia entre el ecumenismo verdadero y el falso, y la forma en que el segundo es usado para influir en el primero, y el presente artículo está escrito con la esperanza de contribuir a tal comprensión.

Tan pronto como el Concilio terminó, o incluso mientras aún estaba en funcionamiento, el ecumenismo católico se dirigió abrumadoramente hacia mejorar las relaciones con los protestantes.

Las razones de esto fueron en parte históricas y demográficas. Viven más católicos en países con grandes poblaciones protestantes que en países donde los cristianos orientales [ortodoxos] son numerosos. Además, la cultura de las naciones modernas más poderosas y exitosas —los Estados Unidos, Inglaterra y sus ex-dominios, Alemania, Holanda— ha sido moldeada por el ethos protestante, y gran parte del liderazgo intelectual y religioso de la Iglesia ha sido impresionado en consecuencia. Finalmente, creo que cierto puritanismo instintivo muy común en los reformadores y los miembros de la intelectualidad parece haber puesto a un alto porcentaje de ellos en sintonía con las formas más sobrias y despojadas del protestantismo. Estoy hablando en este momento de reformadores genuinos que, cualesquiera que fueran sus otras deficiencias, todavía creían en la fe católica.

Sin embargo, el impulso hacia el protestantismo ha recibido la mayor parte de su fuerza de los modernistas y otros revolucionarios doctrinales. Ellos vieron que mezclar a los católicos junto con los protestantes proporcionaría oportunidades sin precedentes para despojar a los católicos de lo que consideraban sus creencias indeseables.

Los contactos más estrechos con cristianos orientales, por otro lado, representaban una amenaza [para las pretensiones de los revolucionarios]. Si un gran número de cristianos orientales se reunificara con la Santa Sede, la Iglesia Católica recibiría un flujo de miembros que tienen las mismas creencias y opiniones de las que los revolucionarios quieren deshacerse.

Que ésta es una interpretación precisa de los hechos es confirmado, creo, por el hecho de que se han mantenido durante años discusiones teológicas serias entre católicos y luteranos, anglicanos o metodistas, pero recién ahora están comenzando con los ortodoxos, como anunció L’Osservatore Romano a fines de 1978.

Tenemos que preocuparnos tanto por nuestros hermanos protestantes separados como por los cristianos orientales [separados], pero, debido a que hay muchas más áreas de desacuerdo entre católicos y protestantes, los contactos [entre estas dos partes] son manipulados mucho más fácilmente en contra de las intenciones de la Iglesia.

Así, en todo el mundo, dondequiera que se lleven a cabo discusiones ecuménicas, la Iglesia está representada por dos grupos de personas que trabajan con fines opuestos.

En cualquier discusión, como bien saben mis lectores, los católicos se encuentran asociados con hombres y mujeres que afirman representar la posición católica pero la están socavando deliberadamente, o están tan confundidos acerca de las enseñanzas de la Iglesia sobre la unidad que ya no saben con qué pueden estar de acuerdo y con qué no.

Mientras el católico trata de aclarar malentendidos, explicar lo que la Iglesia enseña o averiguar cuánto tienen realmente en común él y sus contrapartes, los pseudo-católicos insinúan o dicen que la Iglesia ya no cree lo que solía creer, o que si ella todavía mantiene una doctrina en particular, que desagrada a los cristianos separados, sólo lo hace por política y pronto cambiará de opinión al respecto.

No es de extrañar que ahora los cristianos separados estén en su mayoría tan confundidos acerca de lo que la Iglesia pretende como parece estarlo la mayoría de los católicos, o que muchos se abstengan de considerar seriamente las enseñanzas de la Iglesia que esperan que sean abandonadas.

Para arrojar luz sobre este tema complejo, creo que será útil mirar primero la unidad cristiana y las diferencias cristianas en su perspectiva histórica, luego los orígenes del movimiento por la unidad en los tiempos modernos, después lo que la Iglesia tiene que decir sobre el tema, luego el mal uso del ecumenismo, y finalmente lo que me parece el significado sobrenatural del movimiento y de la participación católica en él.

Pido disculpas por dos cosas. No he podido evitar decir muchas cosas que los católicos darán por sentadas. Donde lo he hecho ha sido para mostrar cómo, en mi opinión, estos puntos de la fe pueden ser mejor presentados en conversaciones con no católicos. También soy consciente de que puedo haber repetido cosas que he dicho en otros artículos. No las he excluido porque quería reunir en un solo lugar todo lo relacionado con el ecumenismo que me parecía importante.

La perspectiva histórica

Mirar el tema de esta manera nos muestra que siempre han existido, no sólo la unidad cristiana (en la Iglesia Católica), sino también, excepto por un breve período inmediatamente después de Pentecostés, grupos de cristianos separados de esa unidad. Estos últimos no son un fenómeno reciente ni ocasional.

En Pentecostés y justo después, los bautizados, según se nos dice en los Hechos [de los Apóstoles], eran todos “de un solo corazón y una sola mente". Nuestro Señor había dado a los Apóstoles, con San Pedro a la cabeza, autoridad para enseñar, santificar y gobernar a Su pueblo; y Su pueblo, respondiendo de todo corazón a la gracia, creyó lo que se le enseñó y obedeció las instrucciones de los Apóstoles. Los tres requisitos para la unidad se cumplían: la fe, el bautismo y la obediencia a la autoridad apostólica. Idealmente las cosas deberían haber permanecido así.

Pero Dios, por supuesto, no quitó el libre albedrío. Por lo tanto muy tempranamente, y en verdad casi desde el principio, encontramos grupos de bautizados que abandonan la unidad de la Iglesia y establecen comunidades rivales, cada una de las cuales afirma que ella, y sólo ella, daba la verdadera enseñanza de nuestro Señor y tenía autoridad para predicar Su mensaje.

En las epístolas de San Pablo, ya encontramos varios de estos maestros rivales. Muy pronto incluirán a obispos y sacerdotes ex-católicos. Ya había habido suficientes para proporcionar a San Ireneo el tema de un tratado a finales del siglo II, y a San Epifanio, en el siglo IV, material para un libro.

Estos abandonos casi siempre han seguido uno de dos patrones. O bien el cuerpo que se separa quiere alterar la fe, y cae en la herejía. O bien, yendo al extremo opuesto, repudia la autoridad de la Iglesia para hacer cambios prácticos legítimos; se niega a obedecer, en lugar de negarse a creer, y cae en el cisma.

Los monarquianos del siglo II nos dan un ejemplo de un abandono del primer tipo. Ellos decidieron que, dado que Dios es Uno, no puede haber una distinción real entre las Tres Personas de la Trinidad; por lo tanto, Dios Padre se encarnó y murió por nosotros. Trataron de racionalizar un misterio; en otras palabras, [trataron] de hacerlo tan instantáneamente inteligible como una fórmula matemática. La mayoría de las herejías son el resultado de intentar hacer esto.

En el otro extremo de la escala, los judeocristianos querían que los Apóstoles y sus sucesores inmediatos obligaran a los cristianos a observar las leyes rituales judías. Se negaron a creer que los Apóstoles tenían autoridad para abrogarlas. ¿Estas leyes no eran parte de la “tradición"? Una parte de los judeocristianos finalmente se estableció como una secta separada, los ebionitas.

Saliendo por puertas opuestas

Se podría decir que los que parten de estas dos formas salen de la Iglesia por puertas opuestas; los primeros por la puerta de la innovación doctrinal y los segundos por la puerta del apego excesivo a la costumbre.

Ese proceso, que en poco más de 300 años, en la época de San Epifanio, había producido tal cosecha de sectas cristianas y de creencias variadas (ahora en su mayoría extintas, aunque frecuentemente reaparecen con nombres nuevos) continuó a lo largo de los siglos, como sabemos, y en todos los casos [las desviaciones] eran [de] uno de los dos tipos que acabamos de describir.

El valor de mirar las diferencias cristianas de esta manera es, creo, que resalta las realidades y las posibilidades genuinas, y ayuda a despejar la mente de conceptos erróneos.

Las diferencias cristianas de algún tipo claramente no son algo que se pueda barrer y terminar de una vez por todas —a menos que Dios altere radicalmente la forma en que ha ordenado las cosas hasta ahora—. Han sido un hecho perenne; y tampoco hay ninguna forma —ni malabarismo teológico ni ingeniería organizacional— de impedir más salidas en el futuro. Ahora mismo, como todos podemos ver, justo cuando la Iglesia se ha propuesto sanar las brechas del pasado, los revolucionarios “católicos” están creando nuevos cuerpos de cristianos separados.

Si se piensa en ello, hay sólo dos formas humanas que la mente puede concebir para mantener a las personas unidas en una Iglesia. La primera es por la fuerza. Éste fue el método intentado en la Baja Edad Media [siglos XIV y XV] por eclesiásticos que también daban un gran valor a la unidad y consideraban la desunión como un escándalo terrible; su método no está bien visto ahora. El segundo método consiste en decir a los cristianos que no importa lo que crean, siempre que “actúen de manera cristiana". Éste es el método que se está intentando actualmente de un modo generalizado. La gente no se sorprende tanto por ello como por el uso de la fuerza. No nos hace daño físicamente. Sin embargo, debería perturbarlos; al menos debería perturbar a los cristianos, porque es una profesión, aunque sea inconsciente, de desprecio por la Revelación divina.

El objetivo del ecumenismo

¿Cuál es entonces el objetivo del ecumenismo? ¿No hay nada que podamos hacer acerca de las diferencias cristianas? ¿Estoy sugiriendo que deberíamos aceptarlas pasivamente?

Obviamente no. Pero la perspectiva histórica, al hacer estallar el mito —fascinante incluso para algunos católicos— de que por medio del ecumenismo estamos destinados a, o podemos, establecer algún tipo de paraíso terrenal religioso cristiano donde todos estarán de acuerdo y serán obedientes para siempre jamás, nos revela lo que, en vista de las realidades recién consideradas, debe ser el objetivo real del ecumenismo: abrir a tantos hombres y mujeres como sea posible la posibilidad de alcanzar la unidad encontrando la fuente y el centro de la unidad. Cualquier otra visión del ecumenismo seguramente conducirá a la desilusión y terminará en la apatía. De hecho, eso es lo que ya está sucediendo.

Presentada con tacto, la perspectiva histórica puede ser de utilidad excepcional en las conversaciones con no católicos. Saca a relucir, mejor que cualquier otro enfoque, la fuerza muy grande de la posición de la Iglesia. Si no hay un centro de unidad donde siempre se haya preservado la fe en toda la Revelación y que tenga autoridad para dirimir las disputas acerca de ella, la unidad debe ser siempre efímera. Cualquier acuerdo alcanzado hoy se puede deshacer mañana; las mismas fuerzas disruptivas están trabajando [hoy] como en el pasado. O bien la unidad [cristiana] ha existido siempre o bien nunca podrá existir.

Creo que [así] también vemos la oración de nuestro Señor, “que todos sean uno", de la forma adecuada. A menudo se la cita hoy en día como si: a) se la hubiera hecho teniendo en mente únicamente las diferencias cristianas del presente; y b) hubiera sido ineficaz. El propósito es usualmente ejercer presión psicológica sobre los cristianos para apresurarlos a juntarse en una unidad puramente artificial. Pero es evidente que la oración se aplicó a los cristianos de todas las épocas (y puesto que se hizo en la Última Cena, cuando sólo estaban presentes los Apóstoles, parece probable que tuviera una referencia especial a los obispos; que ellos siempre permanecerían unidos y darían la misma enseñanza). Parece igualmente evidente que tal oración en tal momento debe haber sido eficaz. Quienes creen que la unidad cristiana se ha perdido seguramente tienen que preguntarse cómo es posible que esta oración de nuestro Señor haya fracasado. Creo que éste es otro punto que puede ser útil introducir en las discusiones ecuménicas.

Antes de dejar la perspectiva histórica, hay otros dos puntos sobre ella que deben notarse, ya que son parte del enfoque recientemente cambiado de la Iglesia hacia las comunidades separadas.

Terminología importante

El primero es la distinción que la Iglesia hace entre quienes inician un cisma o herejía y quienes, por así decirlo, lo heredan. La Iglesia no los ve del mismo modo, como sabemos. “Los hermanos nacidos y bautizados fuera de la comunión visible de la Iglesia Católica deben ser cuidadosamente distinguidos de aquellos que, aunque bautizados en la Iglesia Católica, han abjurado de su fe a sabiendas y públicamente” (Directorio Ecuménico, Parte 1). Los segundos son censurables, los primeros no. Aquellos a quienes la Iglesia se ve obligada a considerar como lobos, sus propios hijos apóstatas, producen descendientes espirituales que son ovejas separadas. Usar el mismo nombre para los primeros y los posteriores miembros de una iglesia o comunidad separada, aunque ahora sea inevitable, oculta un hecho espiritual vital. Los fundadores no fueron monofisitas, digamos, o protestantes en el mismo sentido que lo son sus sucesores. Fueron excatólicos —excatólicos pecadores, se ha de decir—, un tipo diferente de ser. Los miembros de las comunidades separadas, por supuesto, a menudo sienten devoción por las memorias de sus fundadores y difícilmente estarán dispuestos a verlos bajo esa luz. Pero es importante que los católicos vean la diferencia. Hoy un teólogo “católico” modernista y su contraparte luterana pueden tener creencias idénticas, pero el luterano (a través de su bautismo) estará “unido” a Cristo y el modernista “católico” (a través de su pecado) estará separado de Él.

[Esta] distinción fue reconocida formalmente por Pío IX a petición del santo converso inglés y sacerdote pasionista P. Ignatius Spencer. A partir de entonces la Santa Sede, en sus documentos oficiales, cesó de referirse a las comunidades separadas como heretici [heréticas] y empezó a emplear la palabra acatholici, no católicas.

Factores importantes

El segundo punto que afecta al cambio de política de la Iglesia es la existencia, en las comunidades separadas, de factores positivos y negativos, o lo que se podría llamar sus bienes verdaderos y falsos. Hablo aquí de ellas como instituciones, no de las virtudes personales de sus miembros. Una vez fundadas, ellas continúan su camino a través de la historia portando estos dos tipos de posesiones. Sus bienes verdaderos son todas aquellas creencias, prácticas, poderes sacramentales y demás posesiones espirituales que los fundadores conservaron cuando se separaron [de la Iglesia]. La cantidad [de estos bienes] variará según la comunidad. Los aspectos negativos o bienes falsos derivan de lo que los fundadores, por su propia autoridad, rechazaron o sustituyeron en contra de la fe y la práctica católicas. Ejemplos de bienes verdaderos serían el Sacramento del Bautismo y la reverencia a la Sagrada Escritura. (Dentro del protestantismo vemos estos bienes verdaderos florecer públicamente a través de obras literarias y artísticas como la poesía de Herbert, Vaughan y Traherne o la música sacra de Bach. ¿Quién podría cuestionar que estas creaciones maravillosas sean obras de verdadera inspiración cristiana?) Un bien falso sería la introducción del divorcio o la negación de la Presencia Real. El Concilio nos dice que debemos valorar los bienes verdaderos, que no son algo adquirido separadamente sino que deben su origen “a la plenitud misma de gracia y verdad confiada a la Iglesia” y al contacto original con ella de las comunidades separadas.

A lo largo de los siglos los católicos hicieron numerosos intentos, algunos exitosos, de traer de regreso a grupos de cristianos separados. Los arrianos de España e Italia fueron traídos. En una fecha posterior, los ucranianos bajo San Josafat volvieron como un cuerpo; también lo hicieron algunos ortodoxos griegos, armenios y coptos. Éstos son sólo ejemplos de una lista considerable. Pero las circunstancias del pasado dificultaron los contactos y el entendimiento: viajes lentos, falta de medios, aislamiento cultural y político. Desde dentro del protestantismo, el filósofo Leibniz, a fines del siglo XVII, trató de despertar el interés por la reunificación cristiana. Pero hubo poca respuesta. No todas las razones eran reprensibles. Todos los cuerpos cristianos separados sostenían dos ideas perfectamente sensatas: es imposible que la verdad revelada por Dios a tan alto costo, la Pasión y Muerte de Su Hijo, se haya perdido; y era igualmente evidente para ellos que sólo una de las muchas versiones de la religión de nuestro Señor podía ser la verdadera. [Empero] Cada uno creía que [la verdadera] era la suya.

En los casos citados más arriba consideramos casos de reunificación corporativa. Otro tipo [de reunificación] ha seguido [ocurriendo] continuamente: la reconciliación de individuos con la Iglesia.

Sin embargo, a principios de este siglo [XX] el clima había cambiado. Los vientos fríos de la edad de hielo religiosa que se avecinaba comenzaban a sentirse. En todas partes el ateísmo triunfaba educativa, social y políticamente. Esto inclinó a ciertas denominaciones protestantes a mirarse entre sí con más simpatía.

Los intentos de las iglesias protestantes de unirse a partir de 1900 ilustran los problemas de la reunificación en general y, por lo tanto, merecen una mirada más cercana.

Las experiencias en los ámbitos de misión fueron lo primero que surtió efecto. (CONTINUARÁ).

Copyright © The Estate of Philip Trower 1980, 2022.

Edición original: Philip Trower, Background to Ecumenism

Publicado en 1980 por The Wanderer Press, 201 Ohio Street, St. Paul, MN 55107, 612-224-5733.

Fuente: https://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?recnum=3744

Este ítem 3744 es suministrado digitalmente por cortesía de CatholicCulture.org.

Traducida al español y editada en 2022 por Daniel Iglesias Grèzes.

Nota del Editor: Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.


Te invito a descargar gratis mi libro Columna y fundamento de la verdad: Reflexiones sobre la Iglesia y su situación actual.

2 comentarios

  
Franco
Muy interesante, Daniel. Pareciera que vas a traducir las obras completas de Trower.
02/10/22 4:53 PM
  
Lucía Victoria
"Mientras el católico trata de aclarar malentendidos, explicar lo que la Iglesia enseña o averiguar cuánto tienen realmente en común él y sus contrapartes, los pseudo-católicos insinúan o dicen que la Iglesia ya no cree lo que solía creer, o que si ella todavía mantiene una doctrina en particular, que desagrada a los cristianos separados, sólo lo hace por política y pronto cambiará de opinión al respecto.

No es de extrañar que ahora los cristianos separados estén en su mayoría tan confundidos acerca de lo que la Iglesia pretende como parece estarlo la mayoría de los católicos, o que muchos se abstengan de considerar seriamente las enseñanzas de la Iglesia que esperan que sean abandonadas."

Lo clava.

Esperando ya las siguientes entregas. Gracias por todo el trabajo.
02/10/22 8:47 PM

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