¿Un artículo superfluo?
Yo creo que no. Y me refiero al texto, publicado en “L‘Osservatore Romano” por Mons. Fernando Ocáriz, “sobre la adhesión al Concilio Vaticano II”.
¿Por qué creo que no es superfluo? Porque lo obvio, a día de hoy, ha dejado de serlo para muchos. Todo lo que concierne al Concilio Vaticano II resulta un tanto especial. Se trata de un concilio prioritariamente pastoral. Sin embargo, no se pueden olvidar las palabras del beato Juan XXIII: “Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo”.
¿Todos los católicos coinciden en la misma valoración del último concilio? No. En su evaluación concreta han emergido, al menos, tres tendencias. Una tendencia minimalista, que casi vacía de contenido las afirmaciones conciliares. Una tendencia maximalista, que subraya su carácter irrevocable. Y una tercera tendencia, mayoritaria, de orientación hermenéutica. El concilio no hace ninguna definición dogmática, pero su enseñanza obliga en conciencia atendiendo a estos criterios: la materia de que se trata y la forma de expresarse.
Una pista muy a tener en cuenta, para la interpretación teológica del concilio Vaticano II, la ofrece el documento final del Sínodo extraordinario de 1985. Invita a considerar cinco aspectos:
1) Valorar todos los documentos del concilio y sus conexiones entre sí.
2) No separar la índole pastoral de la fuerza doctrinal.
3) No separar el espíritu de la letra.
4) Entender el concilio en continuidad con la gran Tradición de la Iglesia.
5) Recibir del concilio luz para la Iglesia actual y para los hombres de nuestro tiempo, sabiendo que “la Iglesia es la misma en todos los Concilios”.
No está demás que se repita, en unos momentos en los que se tiende a cuestionarlo todo, lo que todo católico debe saber. Que deba saberlo todo católico no quiere decir que lo sepa. Y, encima, no todos los que cuestionan el alcance doctrinal del Vaticano II lo descalifican sin más como si se tratase de una herejía.

La fe se asemeja y, a la vez, se distingue de otros actos intelectuales humanos, tanto desde el punto de vista psicológico como desde la perspectiva noética. Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, define la fe como “cum assensione cogitare”; es decir, “pensar con asentimiento”.
Homilía para el II Domingo de Adviento (Ciclo B)






