20.10.12

La compasión y la confianza

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Carta a los Hebreos nos presenta a Cristo, sumo Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, intercediendo ante el Padre por nosotros: “tenemos un sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios” (Hebreos 4, 14). Su compasión fundamenta nuestra confianza: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse en nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado” (4, 15).

Esta identificación de Cristo, hombre para siempre, pues su humanidad ha entrado irreversiblemente en la gloria divina (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 659), con la condición humana nos permite mantener “la confesión de la fe” y “acercarnos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (14, 16).

Ninguna prueba o dificultad nuestra deja insensible el Corazón de Cristo. Ni siquiera la “prueba de fuego”, comprometida y decisiva, de mantener la confesión de fe en una época en la que la fe es asediada por la duda, por el desprecio, por la mofa; estremecida por el panorama oscuro de la presencia del mal, de la falta de respeto a la vida humana, del sufrimiento de tantos, de las injusticias que no acaban; tentada por el peso de nuestro propio pecado, del egoísmo; importunada por el deseo de pactar con la comodidad, con la “adaptación al medio”, pensando y viviendo “como viven los demás”; en definitiva, rehuyendo el servicio y el sacrificio; desertando del amor de Dios.

Este Sumo Sacerdote “probado en todo” es el Siervo de Yahvé, que en la majestad de su gloria sigue portando las llagas del sufrimiento. El Rey celestial, sentado corporalmente a la derecha del Padre, es aquel Crucificado que entregó su vida como expiación, para justificar a muchos, cargando con sus crímenes (cf Isaías 53, 10-11). Él puede comprendernos, se hace cargo de nuestras debilidades, pues las ha tomado todas sobre sí.

Él nos conoce “desde dentro” de nuestra condición de hombres, “desde dentro” de nuestra fragilidad y limitación, y nada nuestro le resulta extraño. En este Sumo Sacerdote “probado en todo”, la compasión no es un lejano atributo de la divinidad, sino una experiencia próxima que hace suya, asumiéndola como propia, el Dios hecho hombre, Jesucristo nuestro Señor, el Siervo glorificado.

Por eso, “acerquémonos con seguridad al trono de la gracia”. Con la seguridad y la certeza de los que creen y confían en quien no ha defraudado en su Cruz y no defrauda en su gloria.

Acudamos al trono de la gracia, comprometiéndonos, basados en la esperanza que emana de ese trono, en el servicio y en el sacrificio de la entrega de la propia vida: “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (cf Marcos 10, 35-45).

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16.10.12

Capax Dei

Algunos párrafos del Catecismo que nos animan a la esperanza:

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”.

“Pero esta “unión íntima y vital con Dios” (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf.GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3)”.

“Alégrese el corazón de los que buscan a Dios” (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios”.

“ Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas “vías” para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también “pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permiten llegar a verdaderas certezas.

Estas “vías” para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana”.

“La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2: DS 3004; cf. Ibíd., De revelatione, canon 2: DS 3026; Concilio Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado “a imagen de Dios” (cf.Gn 1,27).

Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón”.

Teniendo en cuenta estas enseñanzas del Catecismo se entiende muy bien lo que ha dicho el papa Benedicto XVI:

La primera razón de mi esperanza consiste en que el deseo de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma humana y no puede desaparecer. Ciertamente, durante algún tiempo, Dios puede olvidarse o dejarse de lado, se pueden hacer otras cosas, pero Dios nunca desaparece. Simplemente, es cierto, como dice San Agustín, que nosotros, los hombres, estamos inquietos hasta que encontramos a Dios Esta preocupación también existe en la actualidad. Es la esperanza de que el hombre, siempre de nuevo, también hoy, se encamine hacia este Dios.

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13.10.12

Una iglesia en crecimiento

Me ha gustado muchísimo el resumen de una intervención de un obispo de Noruega en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización:

S. E. R. Mons. Berislav GRGIĆ, Obispo Prelado de Tromsø (NORUEGA)

En los países nórdicos - Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia - la Iglesia católica es una pequeña minoría y, por tanto, no tiene ni las ventajas ni las desventajas que se encuentran a menudo en las regiones tradicional y predominantemente católicas. A pesar de su limitada relevancia, tanto numérica como social, nuestra Iglesia es una Iglesia en crecimiento. Se están construyendo o comprando nuevas iglesias e instituyendo nuevas parroquias, se están añadiendo ritos no latinos, el número de las conversiones y los bautismos adultos es relativamente alto, no faltan las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, el número de bautizos supera con mucho el de los fallecimientos y el de quienes abandonan la Iglesia, y la presencia en la Misa dominical es bastante alta.

En algunos sectores de la sociedad existe un gran interés por la fe y la espiritualidad, tanto por parte de los no creyentes, que buscan la verdad, como por parte de los cristianos comprometidos de otras confesiones, que desean una profundización y un enriquecimiento de la vida religiosa. Hay que observar además que, en los últimos años, un número más bien alto de órdenes contemplativas ha abierto sus casas.
Sin embargo, la transmisión de la fe se hace más difícil a menudo debido a las grandes distancias. Nuestros sacerdotes tienen que viajar mucho (a veces hasta 2000 Km al mes) para ir a visitar a los fieles que viven en lugares distantes y poder celebrar con ellos la Misa. Durante los meses invernales esto resulta muy duro.

Fuente: aquí.

Vayamos aprendiendo. Siempre hay espacio para la esperanza. Habrá que empezar de nuevo.

La vida es siempre una opción

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B.

El papa Benedicto XVI, en una de sus homilías, recuerda que “la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal” (23-9-2007). El hombre rico y observante de la Ley que, con urgencia, se postra de rodillas ante el Señor para preguntarle “¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17) se sitúa ante una disyuntiva: depositar su confianza en la seguridad engañosa ofrecida por sus riquezas o, por el contrario, confiar exclusivamente en la generosidad de Dios.

La mirada de Jesús, cargada de afecto paternal, detecta el obstáculo que impide una respuesta afirmativa a la llamada al seguimiento: “Una cosa te falta” (Mc 10,21). El hombre que parece tenerlo todo carece, no obstante, de algo necesario: de la libertad para seguir al Señor sin reservas. Está encadenado por su dinero. Jesús le ofrece una terapia liberadora: “Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo - , y luego sígueme”.

El rechazo a la invitación de Cristo provoca en esta persona un cambio radical: pasa del entusiasmo a la tristeza. Ha elegido, pero ha elegido mal, prefiriendo conservar sus riquezas antes que escoger la recompensa máxima, un tesoro en el cielo. Cada uno de nosotros debe examinarse ante Dios para indagar qué esclavitudes nos impiden seguir de verdad al Señor.

Optar por algo implica necesariamente renunciar a otras cosas. Querer ser cristiano supone no anteponer nada al amor a Cristo: “Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio”, sigue diciendo el papa.

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12.10.12

Una brújula segura

El Concilio Vaticano II fue inaugurado por el papa Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 con la presencia de 2.540 padres conciliares - obispos y superiores generales de los institutos religiosos masculinos - y de observadores de otras confesiones cristianas. Posteriormente, en 1963 y 1964, serían invitados como oyentes diferentes personas, hombres y mujeres.

Benedicto XVI ha querido celebrar el cincuenta aniversario de esta inauguración convocando un “Año de la Fe", en la certeza de que los textos dejados por el Vaticano II no pierden su valor ni su esplendor, pues el último concilio - como dijo en su día Juan Pablo II - se nos ofrece como una “brújula segura” para orientarnos en el siglo XXI.

¿Por qué y para qué se convocó el concilio? A diferencia de lo que había sucedido en concilios anteriores, no se vivían en la Iglesia cuando fue anunciado el Vaticano II problemas graves de fe, de comunión o de disciplina. La voluntad de Juan XXIII era impulsar un “aggiornamento” de la Iglesia, una puesta al día, una renovación, con el propósito de que la doctrina de siempre fuese presentada “según las exigencias de nuestro tiempo".

La Iglesia quería así tomar conciencia del presente para de este modo contribuir a forjar el futuro. En definitiva, se buscaba discernir cuál había de ser la relación correcta entre cristianismo y modernidad. En esta clave se puede comprender la trascendencia de la “Declaración sobre la libertad religiosa” en la que el concilio propone la libertad religiosa como un derecho de la persona humana y como principio fundamental de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Asimismo, en la “Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas” el concilio intentó mostrar, con una finalidad práctica, lo que los hombres de las distintas religiones tienen en común para promover el diálogo y la colaboración entre todos.

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