3.12.12

Ahora les ha tocado a los Magos

Contaban de un mal predicador que, en su afán de arrimar el ascua a su sardina, empezaba del siguiente modo el sermón de la solemnidad de San José: “San José era carpintero. Los carpinteros hacen los confesonarios, así que vamos a hablar de la confesión”.

Con el libro del papa titulado La infancia de Jesús pasa algo similar. Que el papa habla de Tarsis – Tartesos en España - , como de hecho habla, pues la conclusión se impone con una lógica aplastante: “Los Reyes Magos son andaluces”, y aquí paz y después gloria.

Yo comprendo que leerse enterito el Dictionnaire de théologie catholique, obra de muchos tomos y volúmenes, no está al alcance de cualquiera. Pero leerse La infancia de Jesús, de Joseph Ratzinger, sí lo está. 136 páginas, nada más. Y encima, bien escritas.

En el capítulo IV de este libro – que el papa escribe en calidad de teólogo, no de Sumo Pontífice - , se pregunta Benedicto XVI: “¿Quiénes eran los Magos?”. Analiza cuatro acepciones del término “magos”. Esa palabra – “magos” – se aplicaba en ese momento a cuatro categorías de personas: 1) A los sacerdotes persas. 2) A hombres dotados de saberes y poderes sobrenaturales. 3) A los brujos. 4) A los embaucadores y seductores.

Los Magos de los que habla San Mateo parecen pertenecer al ambiente religioso y filosófico persa. Quizá eran astrónomos. En cualquier caso, eran sabios, buscadores de la verdad y del verdadero Dios.

La tradición de la Iglesiaasí como ha llegado al pesebre del buey y del asno leyendo Isaías 1,3ha llegado a los Reyes Magos leyendo el Salmo 72,10 e Isaías 60. “Y de este modo – escribe el papa – los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en el pesebre los camellos y los dromedarios”.

¿Qué decían esos textos del Antiguo Testamento? Que esos sabios venían desde el extremo de Occidente: “los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo” (Salmo 72,10). E Isaías dice: “Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (Isaías 60,3).

Se menciona Tarsis – y se sugiere una identificación de Tarsis con Tartesos, en España -, pero nada más. El papa señala asimismo que la tradición “ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa”.

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29.11.12

Celebrar el Adviento de Cristo

Homilía del Domingo I de Adviento (Ciclo C)

La espera de Jesús, el anhelo de su venida, acompaña los tiempos del hombre. Ayer y hoy y mañana, aguardamos que se haga “justicia y derecho” en la tierra (cf Jr 33, 14-16). La justicia es dar a cada uno su derecho. Nos basta abrir los ojos para descubrir qué lejos estamos de que esto sea una realidad en nuestro mundo; somos espectadores – y, en ocasiones, también actores o víctimas - de las injusticias. Y deseamos que, de una vez, se establezca el derecho, lo justo, lo razonable.

Este afán sería vano si tuviese como objeto únicamente a los hombres. Porque la justicia humana es siempre imperfecta y, además, porque los hombres no pueden hacer justicia a los muertos. ¿Puede un juez, cuando juzga a un asesino, devolver la vida a la víctima? ¿Puede un tribunal reparar todos los daños causados por la acción del delincuente? La justicia humana, aun en el mejor de los casos, es parcial y limitada.

Como Israel, del que se hace portavoz el profeta, nuestra mirada se dirige a Dios. Sólo Él puede suscitar un “vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra”. Este vástago de David es Jesús, el Señor. Él ha proclamado bienaventurados a los “perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos” (cf Mt 5, 3-12). La promesa de Jesús, que recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham, señalan a Dios, y a su Reino, como a la meta donde son saciados los deseos del hombre; también los deseos de justicia y derecho.

¿En qué medida estos deseos han sido colmados? El Nuevo Testamento nos indica la Cruz de Cristo como el lugar donde Dios ha hecho justicia: Dios hizo para nosotros a Cristo Jesús “sabiduría, justicia, santificación y redención” (1 Co 1, 30). La justicia y la salvación es, pues, Jesús mismo; su propia persona. Él cargó sobre sí todas las iniquidades y todos los crímenes, todo el pecado, que es la raíz de la injusticia, y, con su muerte en la Cruz, los venció con la fuerza de su amor. Con su Resurrección nos da la posibilidad de asociarnos a ese amor, el amor de Dios, que es el único capaz de instaurar la justicia y de crear en nuestros corazones la dicha, la alegría, la felicidad.

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24.11.12

Jesucristo, Rey del Universo

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

El profeta Daniel habla de un hombre – “un Hijo de Hombre” – que es suscitado por Dios (cf Dan 7,13). Esta imagen del Rey Mesías fue aplicada por Jesús a sí mismo repetidas veces. Ante Pilato, el Señor declaró el carácter espiritual de su reinado: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,33); es decir, no se trata de un reino político basado en las armas, sino que es el reino de la salvación.

Jesús es ciertamente Rey: “Tú lo dices: Soy Rey”, respondió a Pilato (Jn 18,37). ¿En qué consiste su poder real? Benedicto XVI explica que “no es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa” (29.XI.2009).

Él ha venido al mundo para ser “testigo de la verdad”. Y todo el que es de la verdad escucha su voz (cf Jn 18,37). Quien acoge su testimonio, quien cree en Él y le obedece, se hace discípulo de la Verdad y súbdito de su Reino. El modelo más destacado de esta obediencia es María. El ángel Gabriel le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf Lc 1,32-33). La Virgen, como perfecta discípula, creyó este anuncio cooperando así “de manera totalmente singular en la obra del Salvador” (Lumen gentium, 61).

Reconocer a Cristo como Rey supone avanzar en el camino de la fe. Santo Tomás de Aquino dice que “el hombre tiene como máximo deseo conocer la verdad, y principalmente la verdad relacionada con Dios”. El Señor ha venido para manifestar la verdad de la fe y así sacarnos de nuestra ignorancia, de nuestro desconocimiento sobre Dios.

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23.11.12

Santa Catalina de Alejandría

“Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles (Mt 10,17-18). Estas palabras del Señor se cumplen en la vida de Santa Catalina de Alejandría, decapitada el 24 o 25 de noviembre del año 305 por orden del emperador Maximino. El destino de Jesús se repite así en el destino de los cristianos.

El papa Benedicto XVI ha recordado que la primera gran expansión misionera del cristianismo en el mundo helenístico-romano fue debida a la unidad que se realizó en la Iglesia de los primeros siglos “entre una fe amiga de la inteligencia y una praxis de vida caracterizada por el amor mutuo y por la atención solícita a los pobres y a los que sufrían”. “Este sigue siendo – añade el papa – el camino real para la evangelización” (19.10.2006).

El cristianismo es síntesis de fe, razón y vida. La fe tiene, en esta composición de un todo, la primacía. Por la fe creemos a Dios, nos fiamos de Él, y aceptamos como verdadera la revelación en una escucha que es a la vez obediencia. Santa Catalina es ejemplo de esta obediencia que no retrocede ante las pruebas y las dificultades, sino que llega hasta el supremo testimonio del martirio.

Dentro de la vocación a la fe, el martirio ha sido considerado como una llamada especial que hace posible la identificación con Cristo. Orígenes de Alejandría escribió: “Si queremos salvar nuestra alma…, perdámosla por el martirio”. Para San Agustín el mártir es un testigo de la verdadera religión, ya que por esta causa muere. El martirio es signo del amor perfecto, dirá Santo Tomás de Aquino. De ahí, de la credibilidad del amor, brota su fuerza apologética y el dinamismo que, ayer y hoy, suscita en la entera comunidad de los fieles.

La virgen Santa Catalina es invocada como patrona de los filósofos. Ella, profesando la fe, había descubierto la verdadera filosofía. El cristianismo sigue la senda de Cristo, el filósofo y pastor que nos enseña el arte de ser hombres. La fe cristiana constituye siempre un poderoso estímulo para caminar por la vía de la verdad y, por ello, se sabe aliada de la filosofía. Fe y razón, filosofía y teología, están íntimamente unidas – “sin confusión ni separación” – como están unidas, en la Persona del Verbo, la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo como enseña el concilio de Calcedonia.

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21.11.12

El buey, la mula y la frivolidad

Lo ligero, lo veleidoso y lo insustancial parecen tener las de ganar en nuestra época. No he tenido aún ocasión de leer el libro de Joseph Ratzinger sobre “La infancia de Jesús”, pero muchas de las noticias de prensa que han ido apareciendo me han desconcertado: “El Papa dice que en el pesebre no había ni buey ni mula”; “el papa elimina a la mula y el buey del portal de Belén”, etc.

Sorprende que un libro que trata sobre los primeros años de la vida de Jesús de Nazaret sea recibido de este modo. Jesús es Jesús. Solo Él ha partido al medio la historia de la humanidad: desde Él y por Él los años y los días se cuentan “antes” y “después” de Cristo. Solo Él ha sido reconocido por muchos, entre los que me cuento, como el revelador y la revelación de Dios.

El papa no parece decir nada que no hayan dicho primero los evangelios. San Mateo es extremadamente parco. Hablando de la visita de los Magos dice: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). San Lucas no se extiende mucho más: “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2,7).

El evento central, el nacimiento de Jesús, es descrito con total austeridad, sin adornos. Se habla del nacimiento del hijo de María y de los primeros cuidados: “lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”.

Un albergue era una sala amplia y común que tenían algunas viviendas de Palestina para las celebraciones familiares o la acogida de los parientes. Quizá en uno de los muros de la casa había, adosado, un pesebre, donde recostaron a Jesús.

No hay ningún signo de grandeza ni de poder, sino el testimonio de la una familia y de una madre que cumplen con sus deberes.

Los Padres de la Iglesia, meditando sobre el significado de estos textos evangélicos, se hicieron eco de un versículo del libro del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno (o la mula) el pesebre de su dueño” (Is 1,3). ¿Qué querían decir con eso? Que tanto los judíos como los paganos – es decir, la humanidad entera – precisaban un salvador.

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