La Iglesia está viva: Iglesia e Internet
No es noticia. La Iglesia está viva porque es la Esposa de Cristo, el Viviente, el Resucitado. Pero, si uno abre los ojos, esa convicción de fe se hace - hasta desde la perspectiva meramente humana – cotidianamente palpable.
Yo no soy muy simpatizante de las “redes sociales”. No me he aficionado al “Facebook” ni al “Twitter”. No tengo cuenta ni en una ni en otra de esas redes. Sí tengo una pequeña experiencia en el blog. A veces mis amigos me dejan asomarme a esas redes. Y, si me asomo, en general me gusta lo que veo, en lo que respecta a las noticias que parten de las personas que forman parte de la Iglesia – en concreto, hablo ahora de los sacerdotes -.
No me refiero al “Facebook” que, a título personal, un sacerdote pueda tener. Que puede ser, el “Facebook” – y por analogía el “Twitter” - , conveniente o menos según la sensatez, la prudencia y hasta la madurez de su titular. Como la vida misma, ni más ni menos. Una cuenta en la que el protagonista sea “fulanito” o “menganito” me interesará muy poco. Y menos que poco si el sujeto va de “guay”.
Una cuenta parroquial ya hace ver las cosas de otro modo. Me decía esta misma tarde un amigo, que tiene una cuenta parroquial en el “Facebook”, que era, el “Facebook”, un interesantísimo tablón de anuncios. Es verdad: allí se puede comunicar muchas cosas de las que se hacen, aunque sigan siendo mayoría las cosas que se hacen y que no se comunican.
No es malo comunicar, hacer partícipe a otros de lo que uno tiene. Y lo que uno tiene, porque lo ha recibido, es la Buena Noticia del Evangelio. ¿Qué habrían hecho San Pablo, San Agustín o Santo Tomás en la era de Internet? Me imagino que aprovecharla al máximo.

Cada año nuevo comienza bajo la protección maternal de la Santísima Virgen: “concédenos – le pedimos a Dios en la Santa Misa – experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida”. Dios da a todo bien principio y cumplimiento, en la historia de la salvación y en nuestra propia historia personal. Y un reflejo de ese principio y de ese cumplimiento lo tenemos en Santa María, la Inmaculada, la Madre de Dios, la Asunta en cuerpo y alma a los cielos.
Al lado de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, contemplamos a María y a José. Dios ha querido tener su familia en la tierra, un hogar caracterizado por la fidelidad y el trabajo, por la honradez y la obediencia, por el respeto mutuo entre los padres y el hijo.
“Mientras Dios está en la tierra, nosotros podemos subir al cielo”, decía San León Magno. Dios se ha hecho presente en la tierra, de modo discreto, humilde, para compartir nuestra vida a fin de que nosotros podamos compartir la suya: “Concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana”, reza la Liturgia.












