2.01.13

La Iglesia está viva: Iglesia e Internet

No es noticia. La Iglesia está viva porque es la Esposa de Cristo, el Viviente, el Resucitado. Pero, si uno abre los ojos, esa convicción de fe se hace - hasta desde la perspectiva meramente humana – cotidianamente palpable.

Yo no soy muy simpatizante de las “redes sociales”. No me he aficionado al “Facebook” ni al “Twitter”. No tengo cuenta ni en una ni en otra de esas redes. Sí tengo una pequeña experiencia en el blog. A veces mis amigos me dejan asomarme a esas redes. Y, si me asomo, en general me gusta lo que veo, en lo que respecta a las noticias que parten de las personas que forman parte de la Iglesia – en concreto, hablo ahora de los sacerdotes -.

No me refiero al “Facebook” que, a título personal, un sacerdote pueda tener. Que puede ser, el “Facebook” – y por analogía el “Twitter” - , conveniente o menos según la sensatez, la prudencia y hasta la madurez de su titular. Como la vida misma, ni más ni menos. Una cuenta en la que el protagonista sea “fulanito” o “menganito” me interesará muy poco. Y menos que poco si el sujeto va de “guay”.

Una cuenta parroquial ya hace ver las cosas de otro modo. Me decía esta misma tarde un amigo, que tiene una cuenta parroquial en el “Facebook”, que era, el “Facebook”, un interesantísimo tablón de anuncios. Es verdad: allí se puede comunicar muchas cosas de las que se hacen, aunque sigan siendo mayoría las cosas que se hacen y que no se comunican.

No es malo comunicar, hacer partícipe a otros de lo que uno tiene. Y lo que uno tiene, porque lo ha recibido, es la Buena Noticia del Evangelio. ¿Qué habrían hecho San Pablo, San Agustín o Santo Tomás en la era de Internet? Me imagino que aprovecharla al máximo.

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31.12.12

Santa María, Madre de Dios

Cada año nuevo comienza bajo la protección maternal de la Santísima Virgen: “concédenos – le pedimos a Dios en la Santa Misa – experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida”. Dios da a todo bien principio y cumplimiento, en la historia de la salvación y en nuestra propia historia personal. Y un reflejo de ese principio y de ese cumplimiento lo tenemos en Santa María, la Inmaculada, la Madre de Dios, la Asunta en cuerpo y alma a los cielos.

San Pablo sintetiza en una frase la relación que vincula a María con Jesús: “nacido de una mujer” (Ga 4,4). El Hijo de Dios ha venido a la tierra en una humanidad como la nuestra; una humanidad que recibió de Dios a través de la Virgen. De Ella asumió el cuerpo sagrado dotado de un alma racional que, en la Encarnación, se unió perfectamente a la Persona divina de Cristo. Jesucristo es, a la vez, verdadero Dios y verdadero hombre.

La concepción virginal de Jesús es indicio de su identidad, de su condición divina y humana. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. Fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Sólo en la fe podemos adentrarnos en la comprensión de este misterio, que va más allá de las posibilidades humanas, pero no de las posibilidades de Dios.

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29.12.12

Sagrada Familia de Jesús, María y José

Al lado de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, contemplamos a María y a José. Dios ha querido tener su familia en la tierra, un hogar caracterizado por la fidelidad y el trabajo, por la honradez y la obediencia, por el respeto mutuo entre los padres y el hijo.

La Sagrada Escritura ensalza el precepto de honrar al padre y a la madre: “El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros” (cf Si 3). Una alabanza que hace suya el apóstol San Pablo en la Carta a los Colosenses. Todas las relaciones humanas y, en concreto, las relaciones familiares adquieren un nuevo sentido si se viven desde la caridad, que es “vínculo de la perfección” (Col 3,14).

La escena evangélica que recoge San Lucas – el hallazgo de Jesús en el Templo – nos hace entrever el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?”. María y José, sin comprender del todo esta palabra, la acogieron en la fe.

La fiesta de la Sagrada Familia es una ocasión propicia para orar por todas las familias, a fin de que, imitando las virtudes de la Familia de Nazaret y su unión en el amor, lleguen a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo. La familia es, por consiguiente, imagen del cielo, símbolo y realización doméstica de la Iglesia, icono terreno de la Trinidad divina.

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26.12.12

Bajezas

En esta vida se puede ser muchas cosas. Una de las peores es convertirse en indigno, ruin y mezquino. Y ciertamente hay seres así. Incluso entre quienes, fatuamente, arden en el fuego de las propias vanidades – o resentimientos, que nunca se sabe - .

Las amistades vienen y van. Solo unas pocas se mantienen. Sin que esta falta de permanencia haya que atribuirla necesariamente a mala fe por parte de uno u otro de los amigos. El afecto personal, puro y desinteresado que nace entre dos personas no siempre subsiste. Muchas veces el trato se interrumpe y esa discontinuidad, esa distancia, se impone. En ese caso, en lugar de una amistad queda el recuerdo de una amistad. Pero el recuerdo es mucho; es siempre más que la nada.

Yo guardo, en general, un enorme agradecimiento hacia los amigos que he tenido y que, en cierto modo, sigo teniendo en la memoria. Hemos compartido juntos una parte del trayecto, del recorrido de nuestro paso por el mundo. Y un viaje, si dura muchas horas, transcurre mejor en buena compañía que en absoluta soledad. Aunque, a veces, la soledad es más un premio que un castigo.

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24.12.12

Natividad del Señor

“Mientras Dios está en la tierra, nosotros podemos subir al cielo”, decía San León Magno. Dios se ha hecho presente en la tierra, de modo discreto, humilde, para compartir nuestra vida a fin de que nosotros podamos compartir la suya: “Concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana”, reza la Liturgia.

El signo de la presencia de Dios entre nosotros es un niño: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a hombros el principado, y es su nombre: ‘Mensajero del designio divino’ ”. Un mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria. En Él, reflejo de la gloria del Padre e impronta de su ser, Dios nos ha hablado.

Todas las naciones, y cada uno de nosotros, están convocadas a adorar al Señor, porque “hoy una gran luz ha bajado a la tierra”. Una luz que es vida, que brilla en la tiniebla, que proporciona orientación y sentido a nuestro caminar por el mundo. La gloria de Dios no es una majestad lejana, aislada, sino la grandeza divina que “acampó entre nosotros” y que nos trae, como regalo inmerecido, la gracia y la verdad.

Sólo cabe, como respuesta, la alegría y el agradecimiento: “No puede haber tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida”. Alegría y agradecimiento, puesto que Dios se apiadó de nosotros “a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación” (San León Magno).

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