Lo visible y lo invisible: El inicio del Pontificado
El principio fundamental del Cristianismo es la Encarnación: El misterio de Dios - Invisible e Inefable - nos sale al encuentro en la humanidad de Jesús de Nazaret, su Hijo encarnado. Dios, a quien no podemos ver en la tierra, ha dado una imagen de Sí mismo en la figura de Jesús, nacido en Belén, muerto en la Cruz, Resucitado a los tres días para nunca más morir. Jesús es la Palabra divina que ha hablado en palabras humanas, para que los hombres, interlocutores de ese diálogo, pudiésemos “oír” y “responder". Cristo es el “universal concreto", el “Todo en el fragmento", Dios hecho hombre.
Unida a Cristo, la Iglesia es, en medio del mundo, “sacramento"; es decir, signo e instrumento, de la cercanía y de la proximidad de nuestro Dios. La Iglesia es la “realidad compleja” - humana y divina - , el canal de la gracia, a través del cual se difunde en el mundo el amor misericordioso de Dios.
Quien quiera conocer qué es la Iglesia que contemple su liturgia, su culto. Una antigua máxima cristiana reza: “Lex orandi, lex credendi", la norma de la oración se corresponde a la norma de la fe. Los contenidos se la fe se expresan plásticamente en las palabras y en los ritos que conforman el culto cristiano.
Así sucede en la “Santa Misa para el inicio del ministerio petrino", la celebración solemne en la que el nuevo Obispo de Roma, el Papa, comienza su tarea de Pastor de la Iglesia Universal. Esta Misa no es un discurso, es una acción sagrada cargada de simbolismo.
En el Papa se hace hoy presente el ministerio de Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". El Sumo Pontífice, acompañado por los Patriarcas de las Iglesias Orientales, baja al sepulcro de San Pedro, en la Basílica Vaticana, para orar, y para incensar la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Desde allí se inicia la procesión hacia la Basílica, mientras se cantan las “Laudes Regiae", Las Letanías de los Santos. Una invocación que pone de manifiesto que el Papa no está solo. Es más, ningún creyente está solo, sino siempre acompañado, guiado y conducido por los amigos de Dios, por la muchedumbre inmensa de los santos.
Al Santo Padre se le impone el palio, una insignia de lana blanca que pende de los hombros sobre el pecho. Es una señal de yugo suave de Cristo, que no nos hace esclavos sino libres y, asimismo, una imagen del Buen Pastor que carga sobre sus hombros la oveja perdida. La misión del Papa es una misión de amor, de misericordia, de compasión, que prolonga en el tiempo el amor misericordioso del Señor.

Homilía para el V domingo de Cuaresma (ciclo C)
Somos quienes somos, únicos e irrepetibles. Individuos de la especie humana, con una singularidad propia e intransferible. Pero también nuestro cargo, nuestro empleo, nuestro oficio, nos obliga a estar a la altura de lo que hemos llegado a ser.
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