7.06.14

Pentecostés

Homilía para la solemnidad de Pentecostés (ciclo A)

“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”, les dice el Señor a los discípulos. Y añade: “Recibid el Espíritu Santo” (cf Jn 20,21-22). El Señor vivo, crucificado y resucitado, se hace presente en medio de los suyos para comunicarles el Espíritu Santo, que los capacita para la misión; una misión que continúa la misión de Cristo y que tiene su origen último en el Padre.

Como enseña el Catecismo: “El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu” (n. 731).

De este modo, la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud y se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación, hablando de “las maravillas de Dios” (cf Hch 2,1-11). Para realizar su misión, el Espíritu Santo construye la Iglesia y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (1 Cor 12,4-6).

Es decir, la Iglesia no es una construcción humana, sino divina. No somos nosotros quienes hacemos la Iglesia; es Dios quien la edifica. Si nos dejamos moldear por la gracia, seremos colaboradores de Dios; miembros del Cuerpo místico de Cristo y piedras vivas del Templo del Espíritu Santo que es la Iglesia. Solo Dios puede abrir a los hombres el acceso a Él; solo Dios puede insertarnos en su comunión de amor, en la intimidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia es sacramento, signo e instrumento, del que Dios se sirve para realizar este proyecto de hacer de cada uno de nosotros familiares y amigos suyos.

En una alocución, el papa Benedicto XVI explica la finalidad del envío del Espíritu Santo. Con la Pascua de Cristo, el Espíritu de Dios “se derramó de modo sobreabundante, como una cascada capaz de purificar todos los corazones, de apagar el incendio del mal y de encender en el mundo el fuego del amor divino” (11-5-2008).

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5.06.14

Pornografía

Esta tarde, mientras rezaba Vísperas con mis feligreses, me ha “golpeado” un texto de San Pablo: “¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” (1 Cor 6,20). No solo tenemos cuerpo. Somos también cuerpo. Somos “espíritus encarnados”, una unidad de alma y cuerpo.

A veces da la sensación de que la herencia cartesiana es demasiado influyente, con la insistencia en la separación entre la “res cogitans” y la “res extensa”. No es una visión adecuada. Yo soy lo que soy, pensamiento y corporalidad, sin que una faceta se pueda disociar de la otra.

Parece, en nuestra cultura, que si uno decide libremente ser tratado como un zapato es lícito, previo consenso, tratar al otro como un zapato. Y no lo es. El otro, y uno mismo, merece el máximo respeto. También mi cuerpo – y el cuerpo del otro – lo merece. Es, en cualquier caso, un cuerpo humano. El cuerpo de alguien que ha sido creado a imagen de Dios.

Amar es admirar. Y admirar es respetar. En cuerpo y alma. El Hijo de Dios, en la Encarnación, se hizo hombre, carne. No solo alma, sino carne. Y esta afinidad entre Dios y el hombre resalta la inmensa dignidad de lo humano. No es cualquier cosa ser hombre – humano – si el mismo Dios se ha dignado serlo.

El Diccionario de la Real Academia Española relaciona la “pornografía” con la “prostitución”, con la “actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero“.

Entregar el cuerpo, como entregar el alma, es venderse. Es aceptar convertirse uno mismo en mercancía, en cosa. Y una persona no puede ser una cosa.

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31.05.14

La Ascensión del Señor

Homilía para la solemnidad de la Ascensión del Señor (Ciclo A)

Cuarenta días después de la Resurrección, durante los cuales “come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino” (Catecismo 659), el Señor entra de modo irreversible con su humanidad en la gloria de Dios. El acontecimiento histórico y trascendente de la Ascensión supone la exaltación de Cristo a la derecha del Padre, obteniendo el señorío sobre todas las fuerzas creadas: “Y todo lo puso bajo sus pies”, escribe San Pablo (Ef 1,22).

La Ascensión del Señor no equivale a su ausencia, sino a un modo nuevo de presencia. Él, que tiene “pleno poder en el cielo y en la tierra”, les dice a los discípulos: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cf Mt 28,16-20). Jesús, que por su Encarnación se hizo el “Emmanuel”, sigue siendo el “Dios con nosotros”. Su presencia es, a la vez, un consuelo – ya que nunca estaremos solos – y un desafío, que nos tiene que mover a descubrirlo continuamente en los hambrientos, en los pequeños y en los marginados (cf Mt 25, 31-46).

La presencia de Jesús es incondicional: “Yo estoy con vosotros”. Nada ni nadie puede destruir esta presencia, ni siquiera la muerte o nuestra imperfección. Él siempre está y, por consiguiente, siempre podemos estar con Él o retornar a Él si nos hemos alejado del Señor por nuestro pecado. Igualmente, a pesar de las crisis que le toque padecer a la Iglesia en su caminar por la historia, tenemos la certeza de que el Señor sigue estando en ella y con ella.

San Mateo, en el final de su Evangelio, recoge esta promesa de Jesús; una promesa que va acompañada de un encargo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). A unos discípulos que no son perfectos - al menos, no todos, ya que, aunque “se postraron” reconociendo a Cristo, “algunos vacilaban” – el Señor les confía la misión de hacer nuevos discípulos.

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30.05.14

Cristología: núcleos y perspectivas. XXVIII Conversaciones de Salamanca

Acabo de regresar de Salamanca, tras haber participado en las “XXVIII Conversaciones de Salamanca”, organizadas por la Facultad de Teología de la UPSA los días 29 y 30 de mayo de 2014. Hemos estado presentes, además de algunos profesores de la Facultad, los directores de los Centros asociados y afiliados, así como numerosos profesores de Cristología de estas instituciones académicas.

Con el apoyo del Decano, el Dr. Jacinto Núñez Regodón, el coordinador de estas sesiones ha sido el Prof. Dr. D. Francisco García Martínez. El título de las “Conversaciones” es suficientemente indicativo: “Cristología: núcleos y perspectivas”.

¿Qué núcleos y qué perspectivas? Yo creo que cada “núcleo” se corresponde con cada una de las ponencias centrales. Han sido tres, sobre tres elementos fundamentales: la historia, el dogma, el contexto.

No se puede pensar la Cristología sin atender a los estudios históricos sobre Jesús. Se trata, ni más ni menos, de la compleja temática del “Jesús histórico”, que no es el “Jesús real”, sino solamente – ni menos ni más – lo que sobre Jesús podemos saber, en cada época, basándonos en los “métodos”, permítaseme el plural, “histórico-críticos”. Sobre este tema ha disertado el Dr. Luis Manuel Romero Sánchez, de Mérida-Badajoz. Como nos ha dicho: “Los resultados de la investigación histórica sobre Jesús no son norma de fe ni el criterio exclusivo que marca el modo de hacer Cristología”.

El segundo núcleo: el dogma. La necesidad del dogma, su aportación y los límites del estudio dogmático sobre Jesucristo. El “dogma” supone una decisión de tipo doctrinal, la fijación de un mapa conceptual y de una norma del lenguaje. Esta ponencia no ha estado a cargo de un profesor, sin más, sino de un maestro, D. Olegario González de Cardedal. Ha considerado algunas cuestiones previas: la relación entre historia y dogma, la posmodernidad como nuestro actual punto de partida y la relación entre dogmática y metafísica. En un segundo momento ha reflexionado sobre el dogma y su lugar en teología, sobre sus criterios de recepción, así como sobre la actualidad y esencia del cristianismo en su luz. Y una constatación, o una sospecha, ha sido planteada: Parece, casi, que nos quedamos sin asideros antropológicos para presentar la verdad sobre Jesucristo. Algo así como la situación de Pablo en Corinto, un ejemplo del contraste entre la sabiduría de este mundo y la sabiduría (“locura”) de la cruz.

El tercer núcleo: el contexto en la configuración de la Cristología. Una ponencia del Prof. Dr. D. Francisco García Martínez. Toda reflexión sobre Cristo tiene, y debe tener, un contexto. Y esta constatación no carece de consecuencias metodológicas para la enseñanza de la Cristología. Lo importante, en cualquier caso, es la voluntad de ser cristiano en un lugar y en un tiempo concretos.

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24.05.14

El que ama tiene ya al Espíritu Santo

Homilía para el Domingo sexto de Pascua (Ciclo A)

La fe es la adhesión personal de cada uno de nosotros a Jesucristo, el Señor. Creer supone conocer y amar, sin que podamos establecer una separación tajante entre ambas dimensiones. En la medida en que amemos más a Jesucristo, mejor lo conoceremos y, a su vez, cuanto más lo conozcamos más lo amaremos.

En este proceso de identificación con el Señor se hace concreta la vocación fundamental de todo hombre, que no es otra que participar en la plenitud de la vida divina: “Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada” (Catecismo 1).

La adhesión a Jesucristo comporta querer lo que Él quiere y hacer lo que Él hace. Como ha explicado Benedicto XVI: “Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común”(Deus caritas est 17). Este pensar y desear común se expresa, para el seguidor de Cristo, en el cumplimiento de los mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, dice el Señor (Jn 14,15).

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