¡Pedro ha hablado por León!
El concilio de Calcedonia, celebrado en el 451, ayudó a precisar la fe de la Iglesia afirmando la unidad de Jesucristo – un único sujeto, una única persona e “hipóstasis” - en la distinción de las dos naturalezas, la divina y la humana: “Confesamos a uno y el mismo Cristo…, que subsiste en dos naturalezas, sin mezcla, sin cambio, sin separación ni división”. A esta clarificación doctrinal contribuyó el papa san León I Magno con una carta dogmática dirigida en 449 al patriarca Flaviano de Constantinopla en la que distinguía, en Cristo, entre “naturaleza” y “persona”: “Quedando, pues, a salvo la propiedad de una y otra naturaleza y uniéndose ambas en una sola persona…”. Este escrito se leyó en Calcedonia en medio de los aplausos de los obispos que participaban en el concilio: “¡Esta es la fe de los padres, esta es la fe de los apóstoles! ¡Todos creemos así!… ¡Pedro ha hablado por León!”.
El papa León había confesado la misma fe profesada por Pedro. Y esto es lo que los católicos esperan del papa, de cualquier papa: que confirme a los fieles en la fe de Pedro, el primero de los apóstoles. A esta tarea dedicó san León I Magno, papa desde el 440 al 461, toda su rica personalidad. Es uno de los padres y doctores de la Iglesia latina, que salvó a Italia frente a la crueldad de Atila y de Genserico y que compuso luminosos y profundos sermones destinados a exponer la fe. En una semblanza sobre este papa se lee: “Un vivo concepto de la dignidad y de la autoridad presidió siempre su hacer pontifical, requiriendo, por supuesto, que le fuera reconocida su alta misión al servicio de toda la Iglesia, aunque sin olvidar nunca la ‘humilitas’, o sea, su dependencia absoluta de Cristo, verdadero Señor de la Iglesia”.
Autoridad y humildad no están reñidas. El papado es un ministerio, un oficio, que consiste en confirmar en la fe, en el amor y en la unidad. John Allen, un vaticanista estadounidense, escribió sobre el cardenal Robert Prevost días antes de ser elegido papa: “Básicamente, hay tres cualidades que los cardenales buscan cada vez que tienen que evaluar a un posible papa: quieren un misionero, alguien que pueda ponerle una cara positiva a la fe; un estadista, alguien que pueda estar en el escenario global con los Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping del mundo y defenderse; y un gobernador, alguien que pueda tomar el control del Vaticano y hacer que los trenes funcionen a tiempo, incluyendo lidiar con su crisis financiera”. Para Allen, Prevost cumplía los tres requisitos: “Pasó gran parte de su carrera en Perú como misionero, y parte del resto en el seminario y la formación, lo que le permitió apreciar lo que se requiere para mantener viva la llama de la fe. Su experiencia global sería una ventaja en los desafíos del arte de gobernar, y su personalidad naturalmente reservada y ecuánime podría ser muy útil para el arte de la diplomacia. Finalmente, sus exitosas trayectorias en diversos puestos de liderazgo —superior religioso, obispo diocesano y prefecto del Vaticano— demuestran su capacidad de gobierno”.
Hoy Robert Prevost es León XIV. Ojalá que, como el primer papa que asumió ese nombre, san León Magno, ponga sus muchos talentos al servicio de su exigente ministerio, siendo un papa que ejerza su pontificado con suavidad y firmeza, pilotando la nave de la Iglesia con la menor cantidad posible de turbulencias. Y que cuando hable, si es necesario hacerlo, quienes lo escuchen reconozcan en sus palabras la fe de Pedro, como sucedió en el concilio de Calcedonia cuando se leyó la carta a Flaviano de san León I Magno.
Guillermo Juan-Morado.
Publicado en Atlántico Diario.
Lectura recomendada: “En tus manos", de Gilberto Gómez González.
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