La Navidad de los poetas

El misterio de la Navidad es un acontecimiento divino y humano. Dios se hizo hombre: “El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy efímero del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios”, escribía Benedicto XVI. Y añadía: “Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros”.

No es extraño que este acontecimiento haya propiciado el asombro y la admiración de tantos artistas y poetas. Es imposible no conmoverse, por ejemplo, ante La adoración de los pastores atribuida al pintor italiano Giorgione. En el óleo, un luminoso paisaje contrasta con la entrada de una gruta oscura. En el centro del cuadro, los peregrinos pastores se postran ante Jesús recién nacido. El misterio de ese Nacimiento nos concierne a todos. Como afirma el Concilio Vaticano II, en una de sus páginas más brillantes, “Él mismo, el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”.

También los poetas, los artistas de la palabra, se han dejado conmover por la Navidad, escrutando el misterio en el acontecimiento; interpretando la sacramentalidad, la valencia simbólica – “el Verbo se hizo carne”-, de un hecho: el nacimiento de Jesús. En la antología de Yolanda Obregón, 400 poemas para explicar la fe (Vita Brevis, 2019) se recogen algunas de las más bellas poesías dedicadas a la Navidad. Entre ellas, el simpático villancico de un futbolista, de José María Fernández Nieto. Un joven futbolista se acerca, por error, al portal de Belén, creyendo “que era el Portal portería/ de algún celeste partido”. El Niño Dios acaba jugando al fútbol mientras la creación entera celebra el momento: “Jesús, con sus manos bellas/ le está pidiendo el balón/ y recibe la ovación/ de un graderío de estrellas”. “Chuta el Niño a la primera;/ María exclama: ‘Es un sol, / José dice: ‘¡Aquí hay madera!, / Y en la Creación entera, / bien claro y en español, / los demonios gritan: ‘Fuera’, / los ángeles gritan: ‘Gol’ ”.

En un poemario recientemente publicado, Rosario, el obispo-poeta Gilberto Gómez González, pone en labios de la Virgen María las palabras que celebran la Encarnación de su Hijo: “He aquí, por vez primera, / que el Sol es engendrado por la Sombra/ para alumbrar a los que yacen a la sombra/ de la muerte”. “Y he aquí a tu esclava/ súbitamente convertida en casa de oro, / estrella matutina y horizonte/ donde el cielo se junta con la tierra”.

Dios es tan grande que puede hacerse pequeño y el arte, también el de las palabras, puede apuntar, sin encerrarlo, a ese misterio de un Dios cercano al hombre: “Dios se ha hecho uno de nosotros para que podamos estar con él, para que podamos llegar a ser semejantes a él. Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre: él es así. De este modo aprendemos a conocerlo. Y en todo Niño resplandece algún destello de aquel hoy, de la cercanía de Dios que debemos amar y a la cual hemos de someternos; en todo niño, también en el que aún no ha nacido”, decía Benedicto XVI en una homilía de Nochebuena.

Son, todas ellas, razones más que sobradas para desear a los lectores una feliz y santa Navidad.

 

Guillermo Juan Morado.

Publicado en Atlántico Diario.

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