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6.03.19

Miércoles de Ceniza, peregrinación y combate

(Homilía en la SIC de Tui, 6-III-2019)

Al comienzo de la Cuaresma, en esta Santa Iglesia Catedral donde se venera a San Telmo, es oportuno recordar el núcleo de su método evangelizador y misionero: La predicación, el anuncio de la palabra de Dios que juzga y salva, y la atención a cada uno en el sacramento de la Penitencia, expresión de la máxima personalización de lo cristiano. Queremos escuchar la Palabra de Dios, dejarnos conmover por ella y encaminarnos a la Penitencia.

Comenzamos un tiempo de “peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia” (Benedicto XVI). La Cuaresma es un camino, un itinerario, una peregrinación, cuya meta es Dios, de quien brota la misericordia. El profeta Joel llama a esta peregrinación; a la conversión: “Ahora…. Convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso”.

Caminar hacia Dios supone reconocer nuestro pecado. Como decía Pascal: “nosotros no podemos conocer bien a Dios más que conociendo nuestras iniquidades”. Y añadía: “es igualmente peligroso al hombre conocer a Dios sin conocer su miseria y conocer su miseria sin conocer a Dios”. Algo similar encontramos en el maravilloso Salmo 50: “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”, “misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

En esta peregrinación, Dios nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino con la intensa alegría de la Pascua. En la desolación de nuestra miseria, de nuestra soledad. En el desierto de la oscuridad, donde ya no parece haber lugar para la esperanza, Dios se hace presente. No permite, por su bondad, que triunfe sobre nuestra alma la tentación de la falta de esperanza, la angustia de pensar que la Iglesia de Cristo parezca abocada a su final en la tierra, a un viernes santo sin mañana de gloria. La misericordia de Dios, que pone un límite al mal, pone freno también a nuestra desesperanza.

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