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2.03.19

El corazón y la boca

“La palabra revela el corazón de la persona”, dice el Eclesiástico (27,6). La palabra es, probablemente, el signo – el símbolo - más espiritual que existe. Pero no deja de ser signo; es, por consiguiente, una realidad sacramental, simbólica, que apunta, desde su materialidad casi mínima –aunque inseparable del cuerpo - , más allá de sí misma.

Como escribe un teólogo: “el cuerpo posee un lenguaje que la palabra ayuda a formular” y “la palabra necesita un espacio donde pronunciarse, espacio que el cuerpo le ofrece” (José Granados). El cuerpo se expresa con ayuda de la palabra, que espiritualiza el cuerpo; aunque no haya, para nosotros, una pura palabra que prescinda de la necesaria mediación “corporal”, material, sacramental.

La palabra revela – expresa – lo que somos. Y el corazón es la cifra y el resumen de ese nuestro ser. Si hay coherencia, lo exterior expresa lo interior. Si hay disonancia, no estaríamos en el reino de la autenticidad, sino en el dominio de la hipocresía. Un reino, el de la doblez, que nada tiene que ver con el reinado de Cristo, que es el de la verdad y la vida.

En Jesucristo palabra y ser se identifican. Él es, en Persona, la Palabra. Él es, en Persona, la Verdad. Él es la Vida. En nosotros, la coherencia es menor. A veces somos peores de lo que aparentamos ser. Otras, somos mejores. En cualquier caso, la Sagrada Escritura, testimonio de la Palabra de Dios, nos anima a que nuestra palabra sea adecuada a nuestro ser. Y que nuestro ser, en su núcleo íntimo, en el corazón, se asimile al Corazón de Cristo.

A veces, con el corazón y hasta con la boca – con la palabra – tendremos que corregir a los hermanos (cf Lc 6,39-45). Sin juzgar, en el sentido de que debemos evitar siempre ponernos en el lugar de Dios y, sobre todo, gozarnos del mal del otro. La justicia no es amiga del linchamiento, ni de la histeria, ni del querer quedar bien con todos, a costa de lo que sea.

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