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15.09.18

Bombas, fragatas e hipocresía

Cada día asistimos a tal cúmulo de noticias que, a la postre, resulta difícil de procesar. Parece que estamos en medio de un carrusel, de un espectáculo o, incluso, expuestos a una especie de ruleta rusa. Todo se enreda y todo se confunde.

Salen ahora con el afán de robar a la Iglesia Católica bienes que la Iglesia ha “inmatriculado”. “Inmatricular” un bien significa que su propietario, en este caso la Iglesia, lo inscribe en el Registro de la Propiedad.

Una posibilidad, inscribir bienes en el Registro, que la Iglesia no tenía hasta hace muy poco. Inscribir un bien no es robar ese bien, equivale simplemente a que conste en el Registro cuál es su propietario.

A la propaganda, a la ruleta rusa, esto no le interesa. Hay que dar la murga. Con motivo o sin él. Hay que repetir: “La Iglesia roba”, “la Iglesia nos roba”. Las razones a favor o en contra del “mantra” no interesan: “La Iglesia roba”, “la Iglesia nos roba”. Y así, mañana, tarde y noche.

Bueno, cabrá esperar – de momento – en los tribunales, en la Justicia. Salvo que los que mandan vayan sacando decretos que cubran, con la apariencia de la ley, sus fechorías.

Si se apropian, los dueños del cortijo, de los bienes culturales eclesiásticos, sería para la Iglesia, en parte, una liberación. ¡Qué carguen con los gastos de su mantenimiento ordinario! Y que les paguen a quienes han de conservarlos lo que no les van a pagar a los curas que, sin salario apenas, los cuidan.

Esa medida confiscatoria complacería, quizá, a los católicos “monofisitas” que se escandalizan de pagar una entrada para una visita cultural a una catedral. ¡Cómo si a las catedrales no se les cobrasen los suministros y los demás gastos!

Resulta difícil de entender que cueste tanto ayudar a sostener las catedrales. El hecho de pagar una “entrada” debería ser visto como una ocasión práctica para ayudar al sostenimiento del templo. Máxime cuando siempre, las catedrales, reservan horas y espacios para la oración.

Pero, a los agnósticos famosos, esos tiempos y esos espacios no les sirven. No iban buscando la ocasión de confesarse a cualquier hora del día o de poder oír, a cualquier hora del día, un sermón del obispo. Iban a lo suyo, que siempre es “otra cosa".

Todo el mundo se pone, con frecuencia, muy digno. Hasta con las bombas. Dicen que España le vendió a Arabia Saudita unas bombas. Un pacifista no vende bombas; ni las fabrica. Pero parece que Arabia Saudita había encargado también unas fragatas. Y España (su Gobierno), antes de perder el contrato de las fragatas, se muestra cada día más comprensiva con la venta de bombas.

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