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10.08.18

¿Abortos sin abortados?

A pesar de todo, el hecho de que la despenalización y la legalización del aborto sean objeto de controversia constituye un indicio muy significativo. Sobre lo obvio, no suele haber controversia. Si se debate sobre la legitimidad legal y moral del aborto, es porque, aunque esta (presunta) legitimidad sea reivindicada por parte de instancias muy poderosas, no resulta tan evidente para todos la justicia de este recurso.

Algunos defensores del aborto parecen olvidar algo tan básico como que, cuando este procedimiento se practica, hay no solo una abortante, sino también un abortado. Es simplificar las cosas hablar solo de “interrupción voluntaria del embarazo”, como si la gestación fuese una película almacenada en un dispositivo, como un DVD, que puede ser “pausado” a gusto del consumidor sin mayores consecuencias.

Las cosas no son así. No solo se interrumpe, poniéndole punto final, un embarazo, sino que se interrumpe, destruyéndola, una vida humana. Pasar por encima de esta realidad es engañarse y, sobre todo, querer engañar a otros. Resulta enormemente cínico que cuando el álbum familiar comienza con las ecografías de los hijos o de los nietos, se haga depender la condición humana de esos seres “ecografiados” de su aceptación o rechazo por parte de sus padres o de otras personas.

O no son nada ni nadie, estos entes “ecografiados”, en cuyo caso el aborto debería de ser completamente libre – y, ya puestos, también el infanticidio - , hipótesis monstruosa, pero que muchos defienden con cierto grado de coherencia, o, si son algo y alguien, no cabe hablar del aborto en términos de mera “interrupción del embarazo”.

No cabe hablar de “garantías sanitarias” solo para la abortante, ya que, en un aborto, no hay ninguna garantía sanitaria para el abortado. No suele sobrevivir. Y, cuanto más profesional y aséptico es el quirófano en el que es descuartizado o envenenado, menos probabilidades tiene de supervivencia.

Apelar a los abortos clandestinos y a sus riesgos – para la abortante - es quedarse a medias. Habrá que pensar en la razón por la cual se producen embarazos no deseados y en cómo remediar esa circunstancia. Donde hay responsabilidad, donde hay respeto, donde se asumen las consecuencias de los propios actos, debería descender el número de embarazos no deseados. Y el remedio a algo no deseado no puede ser eliminar a un semejante. Nadie desea quedarse inválido, o sordo, o mudo. Pero esas eventualidades no justifican, para acabar con ellas, borrar del mapa a quien las sufre. Tampoco se remedia un embarazo no deseado abortando al feto; solo se suma mal al mal.

Yo no quiero pensar que quienes no se alegran con las aprobaciones legales del aborto sean unos desalmados. No disfrutan, yo desde luego no lo hago, con la imagen de un tugurio clandestino donde una pobre chica inocente es llevada a abortar sin garantías para su vida – y, por supuesto, sin garantías para la vida de su bebé - . Pero es que, sea donde sea donde se practica el aborto, este no es nunca un motivo de alegría. Es un espanto y un mal trago que, de respetar a las mujeres, habría que contribuir a evitárselo.

La alegría de parte de la población de Irlanda por el “éxito” del referéndum pro-aborto me ha parecido obscena y muy triste. ¿Salían a festejar, qué? ¿La facilidad de matar a un hijo? ¿Eso les hacía felices?

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