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15.02.18

En el contexto de la miseria moral: La blasfemia y la gentuza

En el mundo hay un tanto por ciento no pequeño de gentuza, de gente que tiene actitudes y comportamientos despreciables. Hay sujetos que, en su indigencia intelectual y moral, están dispuestos a justificar casi cualquier cosa. Les basta con apelar al “contexto subversivo”, cuando el único contexto en el que se mueven es el de la cobardía y el de la falta de respeto a los demás.

A justificar cualquier cosa, tampoco; deberíamos decir más bien que son propensos a justificar cualquier cosa que les salga gratis. Y es sabido que blasfemar contra lo más sagrado sale gratis. Al menos en el contexto cristiano. Que, en esto, la gentuza es selectiva y no arriesga nada, no vaya a ser que alguien – no cristiano – la ponga en su sitio.

Pretender que en el “contexto subversivo” del carnaval cabe insultar a la Virgen y hacer mofa, de un modo soez, de un apóstol es tan absurdo como justificar que, en el “contexto subversivo” que le parezca a cada cual, uno podría hacer lo que le viniese en gana, incluso agrediendo a los demás.

Si es el “contexto subversivo” de Halloween, se podría, pongamos por caso, desenterrar cadáveres en los cementerios. Si se tratase del “contexto subversivo” de los Sanfermines, tan dados a los excesos, se podría violar a quien se pusiese a tiro. Si, en cambio, el “contexto subversivo” fuese el del aniversario de la subida al poder de Adolfo Hitler sería legítimo quemar a los judíos en los hornos.

Puestos a imaginar “contextos subversivos”, ¿por qué limitarlos solo al carnaval? Indudablemente es absurdo sostener que un “contexto subversivo” lo legitima todo. No es así. Hay cosas, como profanar cadáveres, violar a las personas, o quemar a los judíos, que nunca, sea cual sea el contexto, se pueden hacer. Y quien las haga, sea cual sea el contexto, es, como mínimo, una mala persona y un impresentable.

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Un libro que hay que leer: R. Spaemann, “Meditaciones de un cristiano. Sobre los Salmos 1-51”, BAC, Madrid 2015, 412 páginas.

Recomendar la lectura de un libro de Robert Spaemann equivale a no arriesgar nada. Todo lo que dice este filósofo alemán es digno de ser tenido en cuenta. En su día, he comentado en este blog la impresión causada en mí por su autobiografía “Sobre Dios y el mundo” (2014).

Ahora me hago eco de un primer volumen – son dos – de sus “Meditaciones de un cristiano. Sobre los Salmos 1-51”. Es un ensayo más que notable. Y proporciona una perspectiva sobre los Salmos de un metafísico que no deja de serlo y que, quizá por eso mismo, es un creyente que se ha esforzado en pensar la fe.

Hace apenas dos días me comentaba un sacerdote sobre otro que, en su momento, dirigió una revista teológica. Sostenía, este primer sacerdote, que, a la hora de elegir los textos a publicar en la revista, el segundo daba prioridad a los que planteaban un fondo de teología natural, de fundamentación racional de la fe.

Me parece que es un criterio muy acertado. La razón y la fe no pueden ir por separado. Han de converger. Pero, para hacerlo, han de coincidir en un mismo sujeto. El diálogo fe y razón solo se solventa en un mismo sujeto: Newman, Ratzinger, Spaemann. Son sujetos extraordinarios, pero, para que no olvidemos la vigencia de la humildad, Dios pone en nuestro camino a sacerdotes, o a autores, menos famosos, pero no menos formados.

Yo le hablaba a mi paciente interlocutor – él, también cura – de mi convencimiento de la sabiduría acumulada en los “Salmos”; de lo difícil que es progresar en su conocimiento. Y él, sin ningún alarde, me dijo: “Los he traducido todos del hebreo, para comprender qué decían”.

No puedo traducir del hebreo ni un solo Salmo. Yo no sé hebreo. Pero los Salmos no están escritos solo para los hebreos. Los Salmos hablan al corazón y ayudan a descifrar las estructuras más básicas de lo humano.

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