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27.04.20

Le reconocieron al partir el pan. (cfr. Lc 24, 13-35)

El Santo Evangelio de la Misa del tercer Domingo de Pascua, es el dato esclarecedor y definitivo para echar por tierra cualquier defensa, incluso la corporativa o gremial, del inmisericorde y nunca visto ni oído “cierre patronal” de tantísimas diócesis, españolas y foráneas. Una bofetada que viene de la propia “Palabra de Dios".

Cuando Jesús se aparece a aquellos dos, camino de Emaús, primero de todo les tira de la lengua, porque las almas necesitan desahogarse, humana y espiritualmente; luego, “se hace el sueco", para facilitarles la sinceridad del corazón, con aquel “¿qué?” con el que responde a la desacertada inquisición de aquellos sobre si era el único que no se había enterado de nada de lo que había ocurrido en Jerusalén en los últimos tres días. ¡Qué oportunidad para callarse! ¡A Quién se lo van a decir!

Y entonces ellos, animados por esta cercanía de Jesús, le desgranan su desilusión, su fracaso y su amargura por haber puesto toda su esperanza en… ¡su propio autoengaño!: Nosotros esperábamos que iba a ser el libertador de Israel… 

No era pues extraño que se hubiesen dado tamaño porrazo. No habían entendido nada en la práctica y a la hora de la verdad -la FIDELIDAD al Cristo-, de lo que había hecho y dicho Jesús en el tiempo que estuvieron con Él: que no habían sido unos meros transeuntes que pasaban por allí, y un día oyeron campanas sin saber ni de dónde ni por qué… ¡es que eran “sus discípulos"!

Y Jesús, cargado de paciencia y cariño divinos, pero, pedagógicamente, sin callarse el echarles en cara su dureza de corazón y de mente por no haber creído -¡Hombres duros de entendimiento!-, les va explayando las Escrituras desde Moisés hasta lo que habían visto en Jerusalén: ¡todo estaba escrito y profetizado y no lo habían creído! No “LE” habían creído. Y se volvían fracasados, amargados y derrotados. Absolutamente lógico, hasta humanamente.

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