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6.03.18

En la Iglesia Católica el "lío" se promociona y agranda.

El C9 (-1= C8 de facto; claro que les da igual 9, que 8 que 28), en su papel de asesorar al Papa en el buen gobierno -para eso se lo montó-, en la XXIII reunión que tuvieron hace muy pocos días han tratado, entre otros, el tema del “estatuto teológico de las conferencias episcopales” -según declaró el portavoz-; creación, éstas, del CVII.

Este de las conferencias episcopales fue uno más de los intentos bienintencionados que se cocieron en esos años de Concilio; intentos que nacieron ya tan cargados de plomo, tan lastrados, que no pudieron ni remontar el vuelo… y se quedaron en nada serio; en este caso, puro formalismo en pro de la “tan deseable y fraternal comunión episcopal"; que está muy bien, pero que no se ha visto por ningún lado, salvo contadas manifestaciones de corporativismo al uso.

¿Por qué? Porque las diócesis, teológica y eclesialmente, son “autónomas”: así están concebidas y montadas; con una “cabeza” al frente, el obispo que, consagrado con la plenitud del sacerdocio y recibida del Papa su “missio canónica", no da cuentas ante nadie más que ante el Romano Pontífice. Y así han funcionado como han funcionado, desde que empezaron a nacer hasta hoy mismo, inclusive. Por otro lado, es más un intento tomado de la vida civil que de la vida eclesiástica; por eso no han funcionado ni pueden funcionar: habría que cambiar en efecto su “estatuto teologico". Claro que, tal como están las cosas, al C9 - 1 = C8 no se le pone nada por delante. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

¿Para qué han servido las conferencias episcopales hasta hoy mismo? Para tan poquito, que es lo mismo que nada, porque sus competencias están tan sin fundamento real que, en la práctica, no lo saben ni los mismos que las componen. Se reúnen periódicamente; rezan algo, no mucho; se saludan con afecto; se distribuyen los cargos y las funciones; y estas funciones son más teóricas que funcionales y prácticas porque no tienen ningún poder real, o no lo quieren tener y ejercer los que están al frente: ¡que eso de mandar es muy complicado y muy cansino!. A muchos, les supera por todos lados.

No hay más que leer los documentos que publican -o las declaraciones de los portavoces- para darse cuenta de la inutilidad de los intentos. Por dos motivos. Primero: en el mejor de los casos, denuncian situaciones infumables, doctrinales y/o prácticas; cosa que están muy bien, pero como nunca llegan a poner ningún remedio práctico, porque no mandan nada, ya ni se leen. Otras veces, lo que publican y/o declaran es tan inane, tan sin fundamento, tan laigt, y/o tan alejado de lo verdaderamente eclesial para perderse en consideraciones sociológicas o políticas (en su sentido más amplio) que dan grima. Y que no están para eso, pero es en lo que se está cayendo y quedando en la misma Iglesia Católica.

Y en segundo lugar: como ni siquiera los obispos en sus diócesis están dispuesto a ejercer la potestad de gobernar -de MANDAR, para que se me entienda-, y se tolera, se tolera, se tolera, se tolera… hasta lo intolerable, ¿cómo van a mandar en comandita desde las conferencias episcopales que, para más inri, no están pensadas para eso?

Claro que lo que anuncia el portavoz vaticano es aún peor. Cita: “Todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas [lo que he dicho antes: que estaban vacías desde su misma concepción], incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal". Y remata -nunca peor dicho- con la Evangelii gaudium, n. 32, de donde toma las citas: “una excesiva centralización más que ayudar complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera". 

Este portavoz, quizá por su juventud o quizá porque no ha tenido tiempo de leerse algo serio sobre la historia de la Iglesia Católica tras el Concilio -le recomiendo, como más a mano, las biografías de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI-, no ha debido darse cuenta del daño que ese sistema de las Conferencias ha hecho a la misma Iglesia… para enfrentarse contra el mismo Papa, y no porque haya hecho falta -hablo contra Pablo VI, que sufrió auténtico martirio, Juan Pablo II y Benedicto XVI-, porque estos papas escribiesen herejías o así; sino para no hacerle caso, y ningunear todas sus denuncias de errores doctrinales y prácticos, todas sus pronunciaciones prácticas…, desde la liturgia a la organización de los seminarios, pasando, ¡cómo no! por la Humanae vitae. Y todo eso ¡sin tener atribuciones! Podemos imaginarnos teniéndolas. 

Por poner algún ejemplito: el catecismo holandes y antes el francés, lo publicaron las sendas CE sin tener atribuciones para ello, pasando por encima de Roma. Y la Iglesia Católica en Holanda como tal arriesgó hasta rondar el cisma. Hay más ejemplos, claro.

Pero sin irnos hacia atrás; supongo que el portavoz estará al tanto, al día, del cacao que se ha montado a propósito de la AL, ante la cual, tanto obispos a título personal como conferencias episcopales enteras, se han posicionado, unos a favor y otros en contra de lo que ahí está escrito. Y sin tener “atribuciones", porsu.

No sé por qué me da que a Francisco, como a muchos cardenales y obispos, lo de la Iglesia les aburre soberanamente: donde esté un buen calentamiento global o no global, un cuidado de la tierra entusiasmante, unos pobres a los que no se les saca de pobres pero se les puede “enseñar” ante las cámaras, y sin olvidarnos por supuesto de los musulmanes y los protestantes…, ¡que se quite todo lo demás, oiga!

Claro que, al ser el portavoz, le toca acudir a la EG; y por tanto sigue: “Se trata de releer el Motu proprio Apostolos suos con el espíritu de saludable descentralización del que a menudo habla el Papa, reafirmando que siempre es él el que custodia la unidad en la Iglesia". ¡Toma nísperos, Carmelilla, y agárrate que hay curva!

Debe decirlo, el señor portavoz -¡qué tragaderas hay que tener para serlo con ciertas personas!-, teniendo en mente -casi seguro- lo suave que se ha puesto la Iglesia Católica desde hace cinco años: ¡una balsa de aceite! ¡Y a esperar lo que nos depara la suerte, o quien sea!

¡Qué bien nos viene todo para volvernos más y más rezadores, clamando al Señor, Dios de los ejércitos, que acorte el tiempo de la prueba…, más todo lo que a Él se le ocurra: que será muy bien venido y mejor acogido por todos nosotros, sus hijos!

¡Y qué bien nos viene todo este tiempo de prueba para crecer, para ser y hacernos católicos desde uno mismo, con compromiso personal, mayores de edad, con criterio católico y con “nariz” también católica, sin pretender ya nunca más que se nos den las cosas hechas, masticadicas o, como dice san Pablo, sin ser capaces de comer normalmente y tener que quedarnos con lechecitas y potitos!

Esto, lo de ser “sociológicamente católicos", se ha acabado en la Iglesia Católica, al menos y de momento, en el mundo occidental. Y quizá, y gracias a Dios y a las personas que a su pesar lo han propiciado, para siempre jamás.

Amén.