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12.06.17

La liturgia interconfesional de Salamanca

Con gran éxito de público y crítica, y con motivo de los 500 años de la Reforma protestante, se ha celebrado en Salamanca (España, todavía y por el momento) por primera vez la liturgia luterano-católica: Common Prayer. “Del conflicto a la comunión", presidida por un buen plantel de figuras de diversas vitolas litúrgico-religiosas.

Por cierto y con ánimo de señalar, estoy convencido de que una cosa así solo podía darse o en la UPSA o en Comillas; y, en este caso, se adelantó Salamanca.

Prosigamos. Tan buen plantel que, en la clausura del evento, en la iglesia de La Clerecía de dicha ciudad, prácticamente había más gente arriba, en la presidencia, que abajo, en los bancos del público, donde raspaban la veintena de asistentes. ¡Todo un logro ecuménico de primer orden! Porque ya se sabe que las cosas siempre empiezan por poco, y las semillas plantadas suelen ser pequeñas en comparación con lo que dan luego de sí. Esperanza es poco…

Allí estaban el secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Brian Farrell, que presidía el Congreso de Teología, y el secretario general de la Federación Luterana Mundial, Martin Junge; allí no podía faltar -y no faltó, por razones obvias-, nuestro presidente de la CEE, Ricardo Blázquez; y estaba también el pastor de la Iglesia Evangélica Española, Pedro Zamora. Entre otros.

El problema me ha surgido cuando he empezado a leer alguna de las intervenciones de los predicadores y oradores; ya digo, todos ellos de postín, con curriculum y pedigrí, al menos a priori.

Porque claro, ya en la nota de prensa que sacó la UPSA, que tan brillántemente preside su rectora, lees que “la Liturgia es una conmemoración ecuménica, entre luteranos y católicos, que refleja en su estructura litúrgica básica, el tema de la acción de gracias, la confesión y el arrepentimiento, etc., etc.”.

Y ya ahí me he quedado pasmado; porque, en mi ignorancia, no sabía que los luteranos tenían “la confesión”, que en católico significa, sobre todo, el Sacramento de la Confesión, o del Perdón, o de la Penitencia, o de la Reconciliación. Vamos: lo que uno hace y a donde uno acude para confesarse de sus pecados, previo examen de conciencia, dolor de los pecados y propósito de la enmienda, a los que sigue la acusación de todos ellos, para cumplir finalmente la penitencia que te hayan impuesto. Vamos, un clásico de toda la vida de Dios en su Iglesia.

En segundo lugar, significa también la proclamación o defensa de la Fe: confesar la Fe, a veces a costa de la propia vida, como está pasando con los cristianos coptos en Egipto, o como ha pasado y pasa en Irak, Siria, Pakistán, India, Filipinas, Kenia y Nigeria, y en tantos otros sitios; porque la Iglesia es la primera institución que sigue sufriendo persecución a nivel mundial.

Y esto no son ocurrencias mías, ¡líbreme el Señor! Precisamente en la declaración Dominus Iesus, de 6 de agosto de 2000, después de recordar que Jesucristo es el único Salvador -frente a algunas propuestas que sugerían otras salvaciones y redenciones en paralelo-, se hacía también una alusión expresa -siguiendo al CV II- a que, mientras los ortodoxos son verdaderas iglesias locales, las comunidades eclesiales surgidas a partir de la Reforma protestante, debido a los avatares doctrinales e históricos, han perdido algunos elementos de eclesialidad, como son el ministerio y la Eucaristía [se debe sobreentender necesariamente que tampoco tienen Sacramento de la Penitencia]; por lo tanto, concluía, no son verdaderas “iglesias en sentido propio", sino más bien eso: ‘comunidades eclesiales’. Serán “iglesias” -añado yo de mi cosecha-, secundum quid -o sea, “de tercera regional"-, tomándole prestado el término a Santo Tomás de Aquino, uno de mis primeros maestros. Y lo de ‘comunidades eclesiales’ no supera tampoco ese baremo.

Esto, la verdad, les escoció mucho, muchísimo; de ahí sus protestas de entonces y de ahora. Y de ahí sus intentos -acomplejados y salidos de madre- de trasplantar los imperativos de la modernidad y la mundanidad a “su” realidad. Y nos lo quieren contagiar. Y aprovechan estas cosas. Pero es que, además, hay católicos encantados con el contagio, como se puede ver y oir, porque a la vista está.

Puntaliza la Dominus Iesus: “El encuentro entre las religiones no puede darse con una renuncia a la verdad, sino con su profundización. El escepticismo no une, ni tampoco el pragmatismo. Estas dos posiciones lo único que hacen es abrir la puerta a las ideologías que, después, se presentan todavía más seguras de sí mismas. […] La religión [no cristiana]… está siempre bajo el riesgo de perder su propia naturaleza. La religión puede enfermar y convertirse en un fenómeno destructivo.”

Y remata: “El diálogo [del cristianismo con otras religiones; y, por tanto, lo mismo la oración conjunta] no es una diversión sin un fin claro, sino que se dirige a la persuasión, al descubrimiento de la verdad, pues de otro modo carece de valor. […] El diálogo entre las religiones debería convertirse siempre en la escucha del Verbo, que nos señala la unidad en medio de nuestras divisiones y contradicciones.”

Pero claro. Con esto por delante, vas luego a la conferencia del líder alfa del luteranismo -una figura meramente simbólica en su propia realidad luterana, por otro lado-, y cuando llegas a aquello de “son 1.500 años de historia común” -ojo: “común” dice el tal líder, cuando es historia de separación y de segregación; y “por herejía", ni más ni menos-. Y para rematar su tirada de la moto -vamos, que estaba crecido el buen señor- añade: “la historia de las iglesias luteranas no comienza en 1517 sino en los tiempos de los primeros apóstoles (…) esa convicción tan obvia sigue tardando en imponerse en la vida de nuestras respectivas comuniones". ¡Y lo que tardará, chati!

Y aquí me he platado, la verdad. ¿Podría alguien explicarme dónde está el luteranismo -que “nace” en 1517, lo afirma él mismo-, en los tiempos de los apóstoles? ¿En los tiempos de los apóstoles estaba lo de las obispas, lo de los homosexs y las lesbis entre sus miembros y jerarcas? ¿Estaba no tener más sacramento que el bautismo? ¿Y no hacer ni caso de Pedro; es más: abominar de él, precisamente por ser Pedro, y abominar -y marcharse- de la Iglesia de la que es Piedra?

Podría seguir; pero todas estas preguntas son inútiles porque, mientras no se admita que lo que se busca es la verdad de Cristo -lo que dijo e hizo el Señor-, no hay ecumenismo ni digno de ese nombre, ni siquiera posible…; excepto si consideramos el ecumenismo como un mero ejercicio pseudoreligioso que se entretiene en hablar del sexo de los ángeles. O así.

Lo de la UPSA bien podría llamarse “el contubernio de La Clerecía". Lógicamente con las firmas al pie de los del pedigrí.

Siempre con todo el respeto a quienes piensan y creer y esperan distinto, por supuesto. Porque cada uno se apunta a lo que quiere; que esa libertad aún la tenemos. Creo. Y cada uno también se autoengaña con lo que quiere y como quiere.