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19.07.21

(480) Que el Reino de Dios no es el mundo moderno


«Es imposible que en alguno reine la gloria de Dios sin que primero haya reinado en él su gracia» (Catecismo Romano, Parte IV, cap. XI, n.11)

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La expresión Reino de Dios o de los Cielos tiene varias acepciones. El Catecismo Romano nos informa de varias (Parte IV, cap. XI):

la soberanía y providencia de Dios (n. 7), el reino de la gracia —reinado de Cristo sobre los justos (ns.8-9), que ha de preceder necesariamente al reino de la gloria (ns.10-11), y sobre todo, «el Reino de Cristo, que es la Iglesia» (n. 12).

Lo que se pide, entonces, al decir Venga a nosotros tu Reino, es que la Iglesia, Reino de Cristo, se expanda e ingresen en ella, para poder salvarse, los que están fuera u opinadamente en contra, —infieles, cismáticos y herejes—; para que, como explica el Catecismo Romano, n.12, «vuelvan a la sanidad y a la comunión de la Iglesia, de la que se apartaron».

Pedimos, también, que vuelvan los pecadores a la gracia de Dios (n. 13), cuyo reino es la Iglesia de Cristo, que ES la Iglesia católica.

Para los heterodoxos, que muestran una «fe desfigurada» (n. 13), en quienes habita el demonio como en su propio domicilio (Cf., n. 13) pedimos que venga el Reino de Dios, es decir, que se arrepientan y vuelvan al redil de la doctrina de Cristo. 

 

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La exposición del catecismo de San Pío X es muy precisa: «294.- ¿Qué entendemos por REINO DE DIOS? - Por reino de Dios entendemos un triple reino espiritual: el reino de Dios en nosotros, que es la gracia; el reino de Dios en la tierra, que es la Iglesia Católica, y el reino de Dios en el cielo, que es la bienaventuranza».

Esta precisión, desde los tiempos de la Pascendi, es piedra de tropiezo para los modernistas. Porque éstos, cegados por el pensamiento moderno, aborrecen incluso el grado de exactitud que Dios concede a nuestra inteligencia, y optan por un pensamiento vago e indefinido donde nada sea lo que es sino una cosa y también la contraria.

 

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Un modelo de teólogo neomodernista, como de Lubac, dirá al respecto, en un contexto de reflexión eclesiológica: «Esta forma de “pensar” según la disyuntiva “o esto o aquello” es un procedimiento simplista y sectario, que deforma la realidad y engendra polémicas sin solución»(Henri DE LUBAC, Diálogo sobre el Vaticano II, BAC Popular, 1985, pág. 49). Y es que los neoteólogos rechazan el pensamiento exacto y preciso. No quieren una doctrina que signifique una cosa y no otra, sino que sea misteriosa o paradójica o contrastante o sinfónica, es decir, lo suficientemente indefinida o amplia como para poder incluir en ella conceptos contradictorios, siempre y cuando no sean cacofónicos, como pide Hans Urs von Balthasar a lo largo de las vagas y confusas páginas de La verdad es sinfónica.

En este caso es Henri de Lubac el que apuesta por una doctrina equívoca, en que no se afirme explícitamente que una cosa es esto y no aquello. Le parece simplista y sectario, como al pensamiento moderno le parece simplista y sectaria la escolástica tomista. Y como los neoteólogos tienen un concepto misteriosista y antiintelectualista de la realidad, los conceptos perfilados y lógicamente claros les resultan irreales, racionalistas y en exceso beligerantes. Para muchos neocatólicos modernizantes, San Agustín y Platón son buenos, Santo Tomás y Aristóteles son malos. Bah.

En verdad, la Nueva Teología no admite definiciones precisas porque lo preciso les parece insolidario y antiecuménico. Prefieren diluir el principio de contradicción para sostener posturas contradictorias, que denominan paradojas, o contrastes, como quiere Guardini. Hoy vale una cosa y mañana la contraria y no hay problema en ello, todo lo traga una voluntad disciplinada y dispuesta.

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