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1.12.18

(318) El Monstruo Administrativo, o de la constitución nominalista de los estados

De una manera u otra, en mayor o menor grado, las actuales democracias liberales son figuraciones concretas de un único modelo teórico de Estado, que en este blog hemos denominado Leviatán de tercer grado. Los detalles del modelo se encuentran aquí y allá, dispersos en el entramado jurídico político del constitucionalismo personalista posmoderno. 

Pero a nosotros nos importa, más que el análisis filosófico-político, siempre necesario, la reanimación de una auténtica política católica. Y dado que su desactivación es un hecho innegable, la necesidad de su rehabilitación es un hecho, también, incuestionable. 

Las causas de la dicha desactivación política del catolicismo son complejas, pero nosotros las atribuimos al personalismo político. Esta escuela de pensamiento, impresa en la mente católica desde hace más de medio siglo, ha incorporado al pensamiento social de la Iglesia los elementos conceptuales de la Modernidad política, de forma que los graves defectos del Leviatán de tercer grado han pasado al pensamiento político de los católicos.

Por eso el empeño primario de esta serie de artículos es, ante todo, la superación del personalismo político, que vinculamos al liberalismo de tercer grado. Sigamos analizando sus principios.

 

1.- Atomizando voluntades.— En artículos anteriores hemos ahondado en la fragmentación producida por el pensamiento moderno en el seno de la sociedad. Esta fragmentación, que Alberto Caturelli denomina atomización, la hemos caracterizado, utilizando una expresión de Turgot, como constitutiva de un orden inorgánico de  reclamaciones y contrarreclamaciones. Caturelli, estudiando su genealogía conceptual, recalca con lucidez que:

«la alianza entre nominalismo y voluntarismo de fines de la Edad Media y del protestantismo, llevaba implícita la afirmación del origen de la sociedad civil en un acto libre de la voluntad; lo cual anticipa la atomización de la sociedad (suma de singulares) y de la “soberanía popular” (la autoridad civil como proyección de las voluntades singulares). En la medida en la cual el nominalismo se radicaliza (como puede comprobarse en la primera parte del Leviathan de Hobbes) desaparece la afirmación de la sociabilidad natural del hombre, que pasa a ser un imperativo del singular. Anteriormente a este acto (por otra parte inasible e indeterminable) sólo existe una multitud inorgánica en la cual cada uno es soberano juez con “derecho” a todo, en perpetuo conflicto con los demás. De ahí que este egoísmo constitutivo sea el motor del tránsito al estado civil (o social), de modo que el pacto (covenant) viene a ser una hipótesis que se comprobaría a posteriori debido a la misma existencia de la sociedad. Como se ve, la sociedad ha comenzado a ser suma de singulares discordes y deja de ser un todo orgánico.» (Alberto CATURELLI, Liberalismo y apostasía, Gratis Date, Pamplona 2008, p. 7)

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