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23.06.18

(275) Normas generales y ley moral universal. Una falsa sinonimia

Presentación del acorde de ideas de este post:

En el contexto de la presente crisis del catolicismo, la confusión teológica reinante abarca conceptos clave en teología moral, como son las nociones de ley y norma.

Por influencia de Kant, Hegel, Kierkegaard, Heidegger y otros autores, la concepción personalista de la ley moral —como en Bernhard Häring o Karl Rahner, por ejemplo— ha suscitado un desenfoque doctrinal considerable.

Uno de los frutos más notables de este desenfoque doctrinal es la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia. La confusión entre norma y ley, sin embargo, no es un invento de la teología católica contemporánea, sino de la Modernidad, formando parte de la esencia misma del Estado positivista surgido de la Reforma. La teología moral personalista, al asimilar elementos del pensamiento moderno, ha introducido este virus en el pensamiento católico.

 

1ª.- La anomia contemporánea, que es nihilista, no es rechazo de la norma sino rechazo de la ley.

 

Es común en la teología moral personalista que la noción de norma ocupe el lugar de la noción de ley: los Mandamientos, la ley natural universal, ya no son presentados como la misma ley eterna, sino como las normas generales. La ley natural deja de identificarse con la ley eterna participada por la criatura, sino con un conjunto de normas creadas por ella de forma convencional.

 

3ª.- Al referirse a la ley eterna como norma, se rebaja de rango la ley y se sube de rango la norma. Pero la ley eterna no es la norma eterna sino la ley eterna, sabiduría misma de Dios. Por lo que manteniendo la falsa sinonimia se genera una tensión en la moral cristiana que pretende desahogarse acudiendo a la esfera de la subjetividad. En ella pretende encontrarse la absolutización necesaria que compense el desequilibrio: rebajando la ley y elevando la norma, se ponen en plano de igualdad la parte divina y la parte humana. La procedencia semipelagiana, voluntarista, del artificio es evidente. 

Una reelaboración de esto lo encontramos en Rahner, que en Peligros en el catolicismo basándose en el principio de implenitud, como hace Amoris laetitia—  habla de una ética particular inasequible a la ley universal.

Esta ética particular pretende ir allende las fronteras de las “normas generales". Sin explícitamente contradecirlas, se propone ir más allá, a una supuesta esfera privada en que ni la Iglesia ni la ley en general tienen jurisdicción: la norma particular pretende así elevarse hasta la ley “general” y equilibrar la balanza norma/ley, o lo que es lo mismo, hombre/Dios. La antropologización horizontalista es evidente.  De esta ética individual, de este equilibrio artificial, se encargaría no la conciencia, según Rahner, sino el discernimiento. Así surge una dicotomía subjetivista: la conciencia se encargaría de las normas generales y el discernimiento se encargaría de las normas particulares, nivelando conciencia y discernimiento.

 

El nihilismo se fortalece con sistemas supernormativos de gobierno. Necesita 1) destruir el orden del ser, para lo cual acude a la anomia como rechazo de la ley eterna (que es el mismo orden del ser) y 2) implantar un nuevo orden normativo que garantice su supervivencia (que es el orden de la norma positiva en sentido positivista).

 

y 5ª.- Se da el caso de Estados intensamente normativos, como el comunista, que son sin embargo profundamente anómicos. Pasa lo mismo con el estado constitucional moderno. Es supernormativo siendo al mismo tiempo anómico. No es más que la paradoja revolucionaria: para afirmar la libertad negativa del hombre, se rechaza la ley al mismo tiempo que se supernormatiza, para reforzarlo, el nuevo estado de cosas. Es la forma en que se abre la puerta al totalitarismo, al fascismo, a la ideología de género, al democratismo global, etc.

La clarificación, por tanto, de este asunto, es urgente. Una vez más, proponemos volver al pensamiento iusnaturalista clásico, a la doctrina antimodernista, a los principios fundamentales de la teología moral católica. Respetemos el legado recibido y no nos apartemos ni un ápice de su numen tradicional.

 
David Glez Alonso Gracián