InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Sobre Tradición y Conservadurismo

7.06.21

Serie tradición y conservadurismo – Lo que quieren que el viento se lleve

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Tergiversación del pasado con conceptos actuales. De eso se trata.

En realidad, han sido bastantes las noticias que han abundado con la bobería, tontería o similar actuación humana consistente, en el fondo, en no saber en qué mundo se vive aunque pueda parecer lo contrario.

Es probable, de todas formas, que haya quien crea que esto es tema de poca importancia y que, al fin y al cabo, no se trata más que de intentos que serán fallidos.

Esta manera de pensar seguros estamos de que está más que equivocada porque una cosa es querer cambiar el presente con ideologías malsanas y mentalmente revisables y otra, muy distinta, pretender que la idea malsana estropee todo lo hecho hasta ahora. Yes que sería como un intento de reescribir la historia que es, más o menos, de lo que aquí se trata.

Lo bien cierto es que hay que reconocer que, puestos a ser malos de verdad, la izquierda política y todos sus adláteres (Nuevo Orden Mundial, Nueva Era, etc.) saben hacer las cosas de forma que parezca que tienen toda la razón del mundo sin darse cuenta de que no todo ser humano va a comulgar con tal rueda de molino sino que es hasta posible que haya quien desvele sus verdaderas intenciones. Y las mismas no suelen ser (como en todo lo que meten sus zarpas) nada buenas sino, al contrario, malas y bien malas.

Alguien podría pensar que aquí lo que pasa es que, como no estamos de acuerdo con determinados planteamientos nos dedicamos a zaherirlos todo lo que podemos, a tratar de tumbarlos y, en suma, a procurar que nunca sean aplicados en bien de la humanidad.

Y decimos que sí y que sí y que sí, a las tres cosas. Y lo decimos porque, ¡miren por dónde!, tenemos derecho a hacerlo que es, aunque se pueda decir otra cosa, el mismo que tienen aquellos que pretenden torcerlo todo para enderezarlo luego a su gusto.

Zaherirlos

Como no puede ser de otra forma, cuando alguien (o alguienes) pretende hacer valer pensamientos actuales para aplicarlos a situaciones pasadas y no se hace, por ejemplo, para que se vean las diferencias entre lo que hay hoy sobre la mesa y lo que había antes sino que se hace para derogar lo antiguo en opinión del presente…, en fin, como que no podemos quedar callados.

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31.05.21

Serie tradición y conservadurismo – Leyes intrínsecamente perversas anti tradición

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

A lo largo de los siglos el ser humano ha venido desarrollando una labor tendente a regular la convivencia entre iguales. Así, mientras que en las sociedades más primitivas el orden establecido se limitaba, sencillamente, al ejercicio del poder por quien lo ostentaba sustentándose el mismo más en la fuerza que en la misma razón, con el paso de los siglos la civilización se ha ido civilizando. Incluso, podemos recordar, que en los tiempos del Paraíso en los que Adán y Eva caminaban desnudos antes de querer ser como Dios, existía una norma de aplicación general que era la Voluntad de Todopoderoso expresada en una ley, la Ley del Reino de Dios, donde había cosas que se podían hacer y otra, por ejemplo y que conocemos más que bien, que estaba prohibida. Por tanto, no podemos decir que la cosa venga de muy recientes tiempos sino, al contrario, del mismo Principio…

De todas formas, históricamente, se puede decir algo al respecto de la necesidad de normas que colaboren en evadir el estado de salvajismo que impera cuando no las hay. Así, por ejemplo, tenemos entendido que con la Ley de las XII Tablas (mediados del siglo V a. C.) se limitó el especial caso de la venganza privada y se impuso el tan conocido “Ojo por ojo, diente por diente” (Ley del Talión) que, aunque pueda ser considerado como una exageración era, más que nada, un hacer que viniese a menos la toma de la justicia “por su mano” en exceso a aquello que se hubiera soportado como delictivo y, en fin, era algo que, en sí mismo, mejoraba el desfase entre lo que se recibía en contra y lo que era la respuesta que se daba a tal soportar el delito en cuerpo o hacienda propias.

La sociedad había alcanzado, con aquel simple cambio, un modo de ser que podríamos considerar correcto aunque, claro, muy lejos de lo que hoy día se considera “civilizado”.

De todas formas, no siempre el ser humano ha actuado, en materia legislativa o, en general, normativa, como se diría religiosamente, “como Dios manda” (porque sí, Dios manda hacer las cosas de determinada forma) porque, primero, no ha tenido la más mínima intención de aplicar tan general y benéfico principio y, luego, se ha dejado llevar por una ideología que tiene mucho de perversa por lo que ahora veremos.

Es cierto que se suele decir que siempre, en materia de tradición judeocristiana, se suele poner el mismo ejemplo y es que es uno que lo es paradigma de muchas cosas, de muchos comportamientos errados y de todo lo que no se debe hacer. Y nos referimos al aborto no sin saber que en otro tipo de realidades podríamos decir exactamente lo mismo.

Esto lo decimos porque el ser humano, cierto ser humano, ha conseguido lo que era casi imposible: volver a aquella etapa en la que matar al hijo era un derecho del padre aunque, ahora, llevado por el feminismo radical, lo es de la madre y, además, considerado un “avance” de la humanidad lo cual indica perfectamente hacia dónde va una humanidad así.

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24.05.21

Serie tradición y conservadurismo – La tergiversada libertad

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

“El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre.”

Aristóteles

 

La libertad es un don de Dios y, por tanto, es un derecho que bien podemos llamar divino sin temor a equivocarnos ni exagerar lo más mínimo.

Decir esto es tan importante que no es fácil comprender cómo es violentado tantas veces este don por muchos de los poderes establecidos.

¿Qué supone que la libertad sea un don de Dios? ¿Acaso no tiene importancia el mismo? ¿Puede ser olvidado ese esencial y básico principio? ¿Corresponde a alguien, legítimamente, limitarlo y tergiversarlo?

Estas preguntas tienen su intríngulis y, seguramente, no serían fáciles de contestar por parte de alguien que tenga a la libertad como una realidad que a veces vale la pena limitar por según qué beneficios mundanos o humanos, políticos o económicos.

Debemos partir de algo que, por su contundencia, nos muestra hasta qué punto el Creador se toma en serio nuestra libertad. Y lo hace, primero, para no contradecirse a sí mismo en cuanto al significado de la misma y, luego, para que, en efecto, pueda ser la libertad puesta en práctica.

Pues bien, decimos que si hay algo que es totalmente claro y diáfano es que Dios nos da la libertad, nos la entrega, como don con la posibilidad, aceptada por el Señor, de que la usemos para olvidar a Quien nos ha creado. Y no sólo para eso sino para que actuemos en su contra y contra sus hijos.

Este dato debería ser suficiente como para dejar claro que la libertad no es algo baladí o una bonita palabra que se utiliza cuando hay represión sobre su ejercicio por parte de quien quiere la libertad en el sentido más egoísta que pueda existir: en aplicación de la ley del embudo que dicta que la parte más ancha del mismo es para mí y la más estrecha para ti, siendo yo el poderoso y tú quien soporta mi poder.

En realidad, ¿para qué necesitamos la libertad?

Alguien diría que, primero, para ser libres. Sin embargo decir eso es no darse cuenta del mundo en el que nos ha tocado vivir aunque sepamos que es el que nos tocado y debamos seguir adelante. Ahora bien, decir eso, que la libertad la tenemos para ser libres supone que puede haber alguien que entienda eso de otra forma y, so capa del malversado “bien público”, la límite con la anuencia, además, de grupos más que numerosos de la sociedad siempre dispuestos a ser encadenados con gozo de sus corazones si son los suyos quienes tienen las llaves de los candados.

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17.05.21

Serie tradición y conservadurismo – La rupturista Nueva Era

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

El fenómeno denominado “Nueva Era” está formado por aquellos movimientos, personas o instituciones que, desde el punto de vista de aquella, tratan de cercenar la civilización cristiana que tanto gozo ha dado y da a los seres humanos que, a lo largo de los siglos, han podido disfrutar de ella sin queja (al menos grandilocuente) sobre la eficacia espiritual que tiene la misma y, sobre todo, sin poder decir nada en contra de ella que, de alguna manera o de otra, pudiese destruirla lo cual, por otra parte, no deja de ser algo ilusorio al haber sido creada por Dios en su santísima y sabia Voluntad.

Tal forma de ver las cosas toca, por así decirlo, toda clase de temas pues es consciente de que su intento manipulador de la verdad y la realidad no ha de dejar nada escapar porque, de lo contrario, todo se le escaparía. 

Dios y el hombre

Si hay algo que la Nueva Era tiene en cuenta para tergiversar la realidad es establecer, digamos, una relación con Dios algo sui generis; es decir, como les viene bien y les conviene para alcanzar sus torcidos intereses.

Dentro de las propuestas para lo que quieren que sea “un mundo diferente”, que es la forma que tienen en Nueva Era de manifestar sus grandes ansias de que todo cambie para mal, la que se refiere a la relación del hombre con Dios es, sin duda, de las más destacadas porque supone, en realidad, el eje a través del cual se ha de conducir todo lo demás.

Como era de esperar, en este concreto apartado el ataque a la religión es claro y evidencia lo que sería un cambio de rumbo de la que denominan Era Cristiana y que vendría a ser sustituida por la Era de Acuario (tantas veces repetido esto y en tantos y tantos lugares y publicidades…)

Para que no se crea que, en realidad, esto que decimos sea algo de poca importancia y que, al fin y al cabo, se trata de cosas de personas que estamos alejadas de la realidad y que vemos tales cosas con malos ojos, así, sin más. Unos ejemplos tendrían que ser suficientes para deshacer tales impresiones:

1.-“Las religiones han sido el epicentro de todo. No ha existido gobernante que no estuviera vinculado o aconsejado por algún sector religioso o espiritual, del signo que fuese, y siempre con evidentes intereses de acumulación de poder, de ocupar lugares de privilegio”.

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10.05.21

Sobre Tradición y conservadurismo - La imposible discusión sobre el valor de la vida

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

En un momento muy difícil de su vida física Jesucristo dijo, refiriéndose a los que le estaban dando muerte de Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Así lo recoge el médico evangelista Lucas en el versículo 34 del capítulo 23 de su evangelio.

Sentía, Cristo, que tenía que cumplir con la voluntad de Dios que no era, como podría pensarse, que su Hijo muriera de aquella muerte infamante sino que perdonara y mostrara misericordia. Así, además, nos ganó la salvación.

Existe un tema acerca del cual existe la tentación de discutir.

Y no es que la discusión, en general, sea mala recomendación ni que se deba impedir desde una posición católica o, en general, cristiana. El caso es que, sin embargo, sobre el valor de la vida no debería intentarse un consenso.

Dice san Josemaría enSurco” (137), refiriéndose al hecho de poder sentirse tentado, No dialogues con la tentación. Déjame que te lo repita: ten la valentía de huir; y la reciedumbre de no manosear tu debilidad, pensando hasta dónde podrías llegar. ¡Corta, sin concesiones!

Decimos esto porque hay una tendencia a querer someterlo todo a diálogo siquiera para ver si se puede obtener alguna conclusión válida. Hacer esto con algo como la vida del ser humano, con su dignidad y origen (aborto) o final (eutanasia) es un paso que no se debería dar.

La vida es sagrada porque es creación de Dios y porque todo lo que procede del Padre merece la pena ser defendido. No podemos, además, olvidar que “Mi alma conocías cabalmente, y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra. Mi embrión tus ojos lo veían; en tu libro están inscritos todos los días que han sido señalados, sin que aún exista uno solo de ellos” (Sal 139, 14.15) y que el Creador, que nos creó como expresión de su voluntad, atiende a la vida de sus hijos que deben reconocer que su vida no les pertenece porque no es propia sino, precisamente, de Dios.

Por eso la vida tiene un valor que es intrínsecamente bueno y es, justamente, contrario, a la perversidad de las leyes y reglamentos que pretenden ejercer sobre ella un poder que no tienen porque Dios no se lo ha dado. Y esto porque somos “imagen y semejanza” del Creador, que dedicó, como recoge el Génesis, seis días a formar el mundo que conocemos y a los hombres y mujeres que conocemos pero, aún, sin el pecado que trajera al mundo la muerte.

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