InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2020

9.02.20

La Palabra del Domingo - 9 de febrero de 2020

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Mt 5, 13-16

 

“13 Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. 14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15 Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos  los que están en la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

      

COMENTARIO

 

 Lo que somos y lo que podemos llegar a ser

  

Sal. Luz. Celemín.

 

Con tales palabras define a la perfección Jesús qué somos pero, por desgracia, no lo que podemos ser o llegar a ser. 

Es bien cierto que Jesús, cuando vino al mundo, cuando fue enviado por el Padre para que se cumplieran todas las sílabas de Su Ley, alimentó el corazón de aquellas personas que le escuchaban y supieron entender lo que decía y, ahora mismo, hace otro tanto con otros millones de personas. 

Así, Jesucristo convirtió a sus discípulos en seres humanos que, como los demás, habían conocido al Mesías y, por tanto, no podían seguir actuando igual como, hasta entonces, habían actuado. Debían cambiar el corazón y pasarlo a tener de carne y no de piedra, ser misericordiosos, perdonar al ser ofendidos, etc. 

Eso suponía que los discípulos de Cristo sólo podían ser sal y sólo podían ser luz. Y eso quería decir, en primer lugar, que debían ser, entre los sus prójimos, como el alimento espiritual que enriquece la existencia y la pone al servicio de Dios y del más cercano. Además, debían servir de faro, iluminar, en fin, el camino de todos aquellos que no encontraban la senda hacia el definitivo Reino de Dios. Ser, en suma, luz. 

Es fácil, pues, entender, lo que quiere Jesús. 

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7.02.20

J.R.R. Tolkien – Ventana a la Tierra Media - Crónica de un final anunciado

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Continuamos, con este tercer artículo, esta serie dentro de la serie dedicada a hacer propios los “casi” títulos de obras del escritor Gabriel García Márquez. Así, si en un primer artículo fue “El Amor en los tiempos de Aragorn” el protagonista y en un segundo el de título “Saruman no tiene quien le escriba fue quien se llevó el gato al agua, en este tercer (y, último) artículo sobre la cosa lo hemos dado en llamar, según diría el escritor colombiano en su “Crónica de una muerte anunciada”,

 

Crónica de un final anunciado

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Como es bueno que suceda tanto en la ficción como en la vida, digamos, ordinaria, de cada uno de nosotros y, ampliando la cosa, en lo general de la humanidad, es más que conveniente que sea el Bien el que salga triunfante al enfrentarse al Mal. Y es que es, además, un sano ejercicio de voluntad mejorada que la cosa sea así.

Es bien cierto y verdad que, casi siempre, hay tiempos en los que el Mal se apodera de los asuntos propios y ajenos y parece que sea quien vaya a vencer en las asechanzas que tiende siempre a lo bueno y mejor que tiene la humanidad. Y eso es una verdad tan grande como la misma Tierra Media.

Eso mismo pasa, que el Mal se adueñe de todo lo que pueda y, si puede ser, de todo, en muchos momentos tanto de obras como El Hobbit y El Señor de los Anillos. Y tal es así la cosa que la lucha final, el fin buscado por los que ansían vivir en paz es, precisamente y no por casualidad, que el Mal sea vencido y lo sea, si eso es posible, para siempre. Y estos tiempos se mezclan, como se suele decir en estas obras, como largos períodos de paz donde no parece que haya actuación directa de lo peor que pueda salir del corrupto y negro corazón de Morgoth y sus secuaces aunque ya sabemos que, como se dice, la procesión del Mal va por dentro de sus entrañas y ahí crea, prepara, discurre y, en fin, ansía que vuelvan los tiempos en los que poner su bota y mano de hierro, mediando sus muchos esclavos y voluntarios que se le han sometido, en las cabezas de los que quiere vencidos.

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5.02.20

Un amigo de Lolo - “Lolo, libro a libro” - Es bueno saber cómo somos

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Es bueno saber cómo somos

 

“A la santidad hay que darle cara con una firme decisión, pero anteponiendo los límites de la naturaleza y dando un margen bien hecho a la obra rotunda. La santidad parte así de un estado evidente y toda su estrategia ha de estar embebida de realismo.” (El sillón de ruedas, p. 156)

 

¡Qué razón tiene el Beato Manuel Lozano Garrido cuando dice esto que nos dice!

Esto lo decimos porque sí, a lo mejor creemos que ser santos no resulta demasiado fácil. Pero, según esto que aporta el Beato de Linares (Jaén, España) lo que pasa es que pueda que no sepamos exactamente ni de dónde hay que partir ni, sobre todo, en Quien debemos apoyarnos.

El caso es que, como nos dice Lolo, no cabe ansiar la santidad como si fuera algo de poca importancia aunque sepamos que no lo es. Es decir, firmemente debemos querer ser santos porque el mismo Hijo de Dios nos dijo que debíamos ser perfectos como su Padre del Cielo lo era (y lo es, claro está).

Querer, eso, ser santos y alcanzar la santidad ha de partir de nosotros mismos porque ya dijo San Agustín eso de que Dios, que nos había hecho sin nosotros no nos iba a salvar sin nosotros. Y eso ha de querer decir que, de nuestra parte, debemos poner más que bastante: exactamente, todo.

Por tanto, si queremos ser santos no podemos hacer como si no fuera importante serlo sino, al contrario, siendo plenamente conscientes que eso es lo que quiere Dios de nosotros. Y nosotros, por tanto, ponerlos a la labor, con esfuerzo sí pero, a la vez, sabiendo que el fruto de tal forma de proceder va a ser más que importante: alcanzar la vida eterna.

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2.02.20

La Palabra del domingo – 2 de febrero de 2020

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Lc 2, 22-40

“22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, 23 como está escrito en la Ley del Señor: = Todo varón primogénito será consagrado al Señor = 24 y para ofrecer en sacrificio = un par de tórtolas o dos pichones =,

conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 25 Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 ‘Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; 30 porque han visto mis ojos tu salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos, 32 luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.’ 33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - 35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.’ 36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, 37 y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 38 Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. 39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.”

 

Presentado en la Casa de Su Padre

 

No es de imaginar que la familia más directa del Hijo de Dios, a saber, su Madre María y su padre adoptivo José incumpliera algún aspecto de la Ley establecida en el pueblo escogido por el Todopoderoso para ser el suyo. Y eso nunca iba a pasar porque ya desde el principio acudieron a Belén para empadronarse cuando el Emperador dijo que había que empadronarse.

Digamos que si hicieron lo del empadronamiento a citación de un poder extranjero… en fin, no iban a hacer otra cosa cuando lo que debían cumplir era propio de una Ley de Moisés.

Cuando María y José acuden al Templo tras los correspondientes y necesarios días de purificación de la Virgen María lo hacen, pues, porque deben hacerlo. Y es que la cosa era clara: había que presentar en el Templo, como hacerlo a Dios mismo, al primogénito recién nacido. Y eso es lo que hacen ellos.

Presentar al primogénito en el Templo de Jerusalén no era algo así como dejarlo allí y ya está. No. Y es que se trataba de un acto en el que se manifestaba acuerdo con lo dicho por los padres de la fe. Y lo hacen para, claro está, rescatar al recién presentado a cambio de dos animales tan humildes como podían ser un par de tórtolas o dos pichones que vendría a ser, para que se nos entienda, la ofrenda o rescate de un pobre porque pobres eran los padres del Hijo de Dios en justa correspondencia con el nacimiento que había tenido Jesucristo.

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31.01.20

Don Bosco, tal día como hoy

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El 31 de enero de 1888, tras una vida en defensa del futuro más necesitado, subió a la Casa del Padre Juan Bosco, más conocido como Don Bosco, pronunciando unas palabras que definían, a la perfección, su vida, peregrina hacia el definitivo Reino de Dios: “Quereos como hermanos. Haced el bien a todos, el mal a nadie… Decid a mis muchachos que los espero a todos en el Paraíso”.

Así, podemos decir que fueron 3 los ejes a través de los cuales pasó la vida del que sería nombrado, en 1998 (a los 100 años de su muerte), por San Juan Pablo II, “Padre y Maestro de la Juventud”: el Amor, la Bondad y la Juventud.

El Amor

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Si el Amor, la Caridad, es la primera Ley del Reino de Dios, Don Bosco fue un representante digno de su cumplimiento. Cuando trata de que la vida de los jóvenes de Turín mejore, siempre llama su atención haciéndoles ver que, a pesar de ser pobre como ellos, compartiría su escaso pan con aquella juventud necesitada de tantas cosas materiales y, sobre todo, de tantas maravillas espirituales desconocidas por ella.

El Amor lo refleja Don Bosco cuando, en una ocasión, tras pedirle a los jóvenes que manifiesten, escribiendo, cuál es el regalo que desean, les ofrece (a ellos y a nosotros, también) una llamada “receta de santidad”:

1.-Alegría
2.-Hacer bien los deberes, los del colegio y los del buen cristiano
3.-Hacer bien a los demás.

Mediante la alegría, Don Bosco, se relaciona con aquellos jóvenes desfavorecidos de la sociedad italiana y mediante la alegría, manifiesta que la Iglesia católica puede ser punto de unión entre ellos y Dios.

Por otra parte, llevar a cabo lo que a cada cristiano corresponde, y hacerlo de forma adecuada y correcta, es buen índice de comportamiento querido por Dios.

Por último, el hacer bien a los demás, era, exactamente, la respuesta del amor del cristiano que Don Bosco recomendó a sus jóvenes pero que, por extensión, a todos nosotros nos llega.

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