InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Mayo 2020

8.05.20

J.R.R. Tolkien – Ventana a la Tierra Media – Personajes únicos: Gandalf, el que vino allende los mares

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Nos parece bien empezar esta serie dentro de la serie. La hemos dado en llamar así, “Personajes únicos”, porque creemos que, en efecto, lo son.

Decimos, pues, que nos parece bien que el segundo  (El primero fue Sam, el fiel amigo de Frodo) personaje que aquí traigamos sea aquel, digamos, mago, que fue enviado desde tierras muy lejanas a la más cercana Tierra Media. Y nos referimos al mago gris, a Gandalf.

 

Gandalf, el que vino para quedarse

Cuando llegó a la tierra media tomó forma de anciano, es alto (de 1,80 cm.), tiene una barba larga y blanca hasta más abajo de la cintura, nariz aguileña y cejas largas y espesas.”

 

Esta, bien puede ser una descripción de Gandalf. Ahora bien, este personaje de la inmortal obra de J.R.R. Tolkien era llamado de muchas formas, a saber:

 

Mithrandir, como era conocido entre los elfos y hombres de Gondor,

 

Incánus, entre los hombres del Sur,

 

Tharkûn, entre los enanos u,

 

Olórin, en las Tierras Imperecederas.

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6.05.20

Un amigo de Lolo - “Lolo, libro a libro” - Amar el sufrimiento, III

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Amar el sufrimiento, III

 

“Te lo digo hoy aquí, en esta hora en que se rasga uno la camisa y aparece el pecho desnudo, con la cálida topada del corazón que sube y baja: nunca he sido más feliz que cuando sentía las células machacadas por el dolor, por esta proyección personal de tu redención; pero hoy mi breve salterio de amor se resiste a ser desmenuzado.

Esa afluencia macabra de las órbitas vacías, las piernas cercenadas y los dedos deformes, me han sustraído el grito y la voluntad, como en las noches de pesadilla, cuando el corazón se aterra y clama, mientras los labios siguen derrumbados, como embebidos por una borrachera de cloroformo”. (El sillón de ruedas, p. 311)

 

Pudiera parecer que el Beato Manuel Lozano Garrido, con estas palabras que tanta relación tienen con su sufrimiento y con el dolor, él le gusta pasarlo mal o que disfrutara con eso.

Entender las cosas así supone no darse cuenta de la verdad de las cosas y estar, en esto del sufrimiento, a otra cosa que no tiene nada que ver con lo que cree nuestro hermano en la fe y que, creemos, es lo que sigue.

Conoce más que bien el Beato de Linares (Jaén, España) que su sufrimiento es tan real, digamos, como la vida misma. Sabe, por tanto, que vive, se mueve (es un decir esto) y existe porque Dios quiere que viva, se mueva y exista. Es decir, que es más que consciente de que está en el mundo (en el momento de escribir lo que dio lugar a su “Sillón de ruedas”) porque Dios, que lo creó, lo mantiene con vida. Y es una fe profunda la que le dice eso.

Tener conciencia de una realidad así, como la suya, y comprender que tiene, seguramente, un fin superior que cumplir (¿Qué otra cosa querría Dios de un sufrimiento como el suyo? ¿Qué otra cosa no iba a querer el Creador de las últimas horas de la vida de su Único Hijo que no fuera trascender tal dolor y sufrimiento?) debió dar mucha fuerza espiritual a Lolo. Y eso lo refleja en este apartado de su texto que, desde hace unas semanas, traemos aquí y que tiene que ver con la misteriosa aceptación del sufrimiento.

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3.05.20

La Palabra del Domingo - 3 de mayo de 2020

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Jn 10, 1-10

 

“1 ‘En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro  lado, ése es un ladrón y un salteador; 2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. 3 A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. 4 Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. 5 Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.’

 

6 Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. 7      Entonces Jesús les dijo de nuevo: ‘En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas.  8 Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. 9 Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. 10 El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’”.

 

COMENTARIO

 

La vida de Cristo es abundante

 

Muchas veces dice el Hijo de Dios lo que hoy trae el Evangelio de San Juan. Al parecer, necesita repetir lo que debería ser entendido pronto y a la primera pero, ya sabemos, hay quien no tiene interés por entender… y no entiende nada de nada. 

A tal respecto, es bien cierto que Jesús fue enviado por Dios para mucho. En realidad, tenía que restablecer la relación que los miembros del pueblo elegido por el Creador habían roto a base de comportarse, más o menos, como les daba la gana al respecto de su Ley y de hacer todo lo posible para que la misma les beneficiase, egoístamente hablando. 

Por eso Jesús no cesa de enseñar aquello que es fundamental que se comprenda. Saber lo que Dios quiere es lo mismo que aceptar su voluntad si no miramos para otro lado. Y eso es lo que, entre otras muchas cosas, había venido a hacer al mundo.

Al Cielo sólo se puede entrar de una forma. No podemos equivocarnos a tal respecto. Y no es, por tanto, lícito tratarlo de hacer engañando a Dios (¿?). Eso no es posible porque el Creador nos conoce más que bien y sabe, por ejemplo, lo que pensamos antes que lo pensemos. Por eso no es posible hacer como si no supiera nada de nosotros porque eso nos convenga. 

Se refiere Jesús, en este texto del evangelio de San Juan, seguramente, a los pastores de la grey de Dios. Y se refiere a eso porque habla acerca de quién cuida las ovejas del Creador. 

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1.05.20

José, fiel trabajador de Dios

Señor, ¡enséñanos a orar!: Domingos dedicados a san José (A)

Cuando llega esta fecha, el primer día del mes de mayo, se celebran, se suelen celebrar, muchos homenajes a los trabajadores que en el mundo son. Y es que, no obstante, el día del trabajo es, digamos, muy propio para eso. Y es lo que se hace, por decirlo así, con la aprobación general.

Los creyentes católicos, además de hacer eso, tenemos un recuerdo muy especial para alguien que, en la historia de la salvación, tuvo y tiene más importancia que la que él mismo mostró quisiera ser mostrada. Es decir, que nada hizo para que su labor, su tan especial labor, fuera puesta blanco sobre negro. Y eso es buen síntoma de discreción, fidelidad y de estar, en suma, a lo suyo.

Nos referimos, como suponemos habrá sido adivinado por todos, por el día en el que estamos, a José, a San José.

Se suele decir que, a nivel espiritual, al menos católico, a San José se le tiene por el patrón del trabajo y a él nos acogemos, no sólo ahora sino siempre, pero ahora, hoy mismo, más si cabe, al menos, los fieles discípulos de Cristo que formamos parte de la única Iglesia verdadera, la fundada por Dios, la Católica.

Sí. San José es patrón del trabajo, digamos, ordinario, del común, el que da de comer pero, sobre todo, también lo es, demostró que lo es, patrón del trabajo espiritual. Y podemos decir que cumplió con su labor más que bien.

El trabajo de San José, a tal nivel, el espiritual, también da de comer, produce el sustento. Pero lo hace de una forma que tiene que ver, claro, no con el cuerpo (aunque, si bien lo miramos y vemos, también) sino con el alma. Es decir, la labor de este fiel hombre de Dios tiene sus consecuencias alimenticias de nuestro espíritu, de nuestro corazón.

Esto lo decimos no por ser originales sino, al contrario, por ser reales y nada imaginativos. Y es que, por ejemplo, San José, por ser como fue y por cumplir con la voluntad de Dios hasta, casi, desaparecer de la misma realidad en la que estaba y llevar a cabo su trabajo de la forma más anónima posible, nos alimenta

-Con la buena palabra del silencio aunque eso pueda parecer una incongruencia cuando es, al contrario, la expresión más sonora de lo que hay que hacer la mayoría de las veces.

-Con la buena labor de la comprensión de la voluntad de Dios sean cuales sean las circunstancias en la que se encuentre quien la reciba y con el ejercicio práctico de la misma.

-Con el buen hacer de su trabajo de educador del Hijo de Dios enseñándole virtudes, por ejemplo, como la humildad.

-Con la práctica del buen discernimiento según se le había sido anunciado por el Ángel en aquel sueño que lo liberó de una carga casi insalvable.

-Con ser un ser sencillo que cumple con su deber sin buscarle tres pies al gato.

-Con ser justo como Dios quería que lo fuera.

Seguramente, cualquiera podría añadir a esta pequeña relación, muchas más realidades espirituales que San José tuvo a lo largo de su vida o, al menos, a lo largo de la que conocemos como tal junto a María y a Jesús, conformado la Sagrada Familia. Sin embargo, es bien cierto que las aquí traídas nos bastan y nos sobran para mostrar y demostrar que nuestro Santo, del que celebramos no su onomástica sino su labor como trabajador de Dios en el mundo, era todo un hombre de Dios, por así decirlo, un fiel cumplidor de lo que su Creador quería para aquel especial hijo a quien tuvo que decir que las cosas, con relación a María, no eran como parecían sino que tenían todo que ver con el Espíritu Santo.

 

San José, fiel obrero del Reino de Dios, ruega por nosotros.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 

Panecillos de meditación

 

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

San José es digno ejemplo de hijo fiel.

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.