InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Octubre 2018

13.10.18

Serie “Al hilo de la Biblia' - Vino la Palabra y no fue escuchada

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

 

Meditación

Vino la Palabra y no fue escuchada

 

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Jn 1, 10-13

“En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.”

 

1. Mucho anticipa san Juan en este texto de, casi, el principio de su Evangelio. Y es que contiene lo que sería, luego y, luego, lo que no sería…

Como sabemos, Juan, aquel joven discípulo que caminó con el Maestro por aquellos polvorientos caminos, estuvo muy cerca del Hijo de Dios. Y, luego, al habérsele entregado a la Madre para que la tuviera como propia, seguramente conoció más de Aquel al que, con tanto amor, había seguido.

Lo que muestra en este texto San Juan es una, digamos, “visión general” de lo que fue la vida de Jesucristo. Sí, y lo que nos dice es bueno y malo. Y nos explicamos.

Como Dios bien sabía, que había dado libertad al hombre, era posible que ser libre no lo fuera, siempre, para bien del hombre sino, muchas veces, para mal. Y, en este caso en concreto y según a qué personas se refiere, fue para mal.

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12.10.18

Hispanidad, Fe, gracia de Dios

 

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La empresa de ir, por donde fue, a buscar las especias, no pudo ser casualidad. A lo mejor aquel marinero que pasaría a la historia, de nombre Cristóbal y apellido Colón, verían en aquel viaje el momento en el que su fortuna se iba a incrementar pero, no lo neguemos, no tenía intención de descubrir más que una nueva ruta de llegar a lo que, entonces, se consideraba un verdadero tesoro y fuente de riqueza. 

Pero Dios tiene en su corazón otras cosas que no tienen que ver con la mundanidad o los bienes materiales. E hizo que aquel marinero y los suyos llegaran a un lugar al que antes nadie, de occidente y que se sepa, había llegado. Y, miren ustedes por donde, lo que habían descubierto se acabaría llamado América por otro individuo que no era aquel que viajó financiado por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. 

Y aquí se encierra todo: aquellos reyes eran denominados “Católicos” porque lo eran. Y tal apellido iba a tener mucha importancia en lo sucesivo. Y es que no todo ser viviente, entonces, tenía en su mente y corazón la riqueza mundana y pecuniaria. 

La fe, la católica y no otra, tuvo mucho que ver en aquella empresa: la de la Reina Isabel (Dios quiera que pronto santa), más que nada y, luego, la de aquellos que viajaron a tierras americanas para llevar la fe que iba a salvar a muchos de los que allí habitaban y se sometían a ritos paganos y muertes si cuento y sin sentido. 

La fe, por tanto, y la gracia de Dios, tuvo tanto que ver en el descubrimiento de América (cuando se supo que aquellas tierras eran “nuevas”, claro está) que dejar de lado un factor tan importante como era y fue la de creer en Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra y de todo lo visible e invisible, es algo que impensable e inmerecido, si ustedes me entienden. 

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11.10.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Una gran, y triste, verdad

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  Una gran, y triste, verdad

“Si este Dios que se oculta en un poco de pan, no estuviese tan abandonado, los hombres serían más felices, pero no quieren serlo.” (Punto 242)

 

Cuando Dios crea, entre otros seres, al ser humano, podía haberle atribuido unas u otras características. Es decir, pudo haber hecho que, por ejemplo, estuviese sometido a su santa Voluntad siempre y que, por tanto, siempre, atendiese a la misma.

Dios, sin embargo, no quiso hacer eso. Y, a tal respecto, no podemos decir nada sino, simplemente, aceptar lo que quiso hacer.

Pero ¿qué fue lo que quiso hacer el Creador sobre el ser humano y su hacer particular?

En realidad, es bien sencillo: Dios quiso que el ser humano fuera libre.

La libertad, entendida de forma simple, supone hacer lo que se quiera aunque se sepa que no se puede actuar de tal forma que se impida la libertad de otro…

En fin… eso fue lo que Dios quiso para su criatura que había creado, además, a su imagen y semejanza.

Al respecto de ser imagen y semejanza de Dios, no es raro que se llegue a creer que nuestro Creador es, digamos, físicamente como nosotros somos. Y es que si nosotros somos así y somos (valga tanta redundancia) imagen suya…la conclusión es obvia.

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10.10.18

Serie “Gozos y sombras del alma” - La esperanza

 

Gozos y sombras del alma

Cuando alguien dice que tiene fe (ahora decimos sea la que sea) sabe que eso ha de  tener algún significado y que no se trata de algo así como mantener una fachada de cara a la sociedad. Es cierto que la sociedad actual no tiene por muy bueno ni la fe ni la creencia en algo superior. Sin embargo, como el ser humano es, por origen y creación, un ser religioso (¿Alguien no quiere saber de dónde viene, adónde va?) a la fuerza sabe que la verdad (que cree en lo que sea superior a sí mismo) ha de existir. 

Aquí no vamos a sostener, de ninguna de las maneras, que todas las creencias son iguales. Y no lo podemos mantener porque no puede ser lo mismo tener fe en Dios Todopoderoso, Creador y Eterno que en cualquier ser humano que haya fundado algo significativamente religioso. No. Y es que sabemos que Dios hecho hombre fue quien fundó la religión que, con el tiempo se dio en llamar “católica” (por universal) y que entregó las llaves de su Iglesia a un tal Cefas (a quien llamó Pedro por ser piedra sobre la que edificarla). Y, desde entonces, han ido caminando las piedras vivas que la han constituido hacia el definitivo Reino de Dios donde anhelan estar las almas que Dios infunde a cada uno de sus hijos cuando los crea. 

El caso es que nosotros, por lo que aquí decimos, tenemos un alma. Es más, que sin el alma no somos nada lo prueba nuestra propia fe católica que sostiene que de los dos elementos de los que estamos constituidos, a saber, cuerpo y alma, el primero de ellos tornará al polvo del que salió y sólo la segunda vivirá para siempre. 

Ahora bien, es bien cierto que tenemos por bueno y verdad que la vida que será para siempre y de la que gozará el alma puede tener un sentido bueno y mejor o malo y peor. El primero de ellos es si, al morir el cuerpo, es el Cielo donde tiene su destino el alma o, en todo caso, el Purgatorio-Purificatorio como paso previo a la Casa del Padre; el segundo de ellos es, francamente, mucho peor que todo lo peor que podamos imaginar. Y lo llamamos Infierno porque sólo puede ser eso estar separado, para siempre jamás, de Quien nos ha creado y, además, soportar un castigo que no terminará nunca. 

Sentado, como hemos hecho, que el alma forma parte de nuestro propio ser, no es poco cierto que la misma necesita, también, vida porque también puede morir. Ya en vida del cuerpo el alma no puede ser preterida, olvidada, como si se tratase de realidad espiritual de poca importancia. Y es que hacer eso nos garantiza, con total seguridad, que tras el Juicio particular al que somos sometidos en el mismo instante de nuestra muerte (y esto es un misterio más que grande y que sólo entenderemos cuando llegue, precisamente, tal momento) el destino de la misma sólo puede ser el llanto y el rechinar de dientes… 

Pues bien, el alma, nuestra alma, necesita, por lo dicho, nutrición. La misma ha de ser espiritual lo mismo que el cuerpo necesita la que lo es material. Y tal nutrición puede ser recibida, por su origen, como buena o, al contrario, como mala cosa que nos induzca al daño y a la perdición. 

Nosotros sabemos, a tal respecto, que el alma goza. También sabemos que sufre. Y a esto segundo lo llamamos sombras porque son, en tal sentido, oscuridades que nos introducen en la tiniebla y nos desvían del camino que lleva, recto, al definitivo Reino de Dios Todopoderoso. 

En cuanto a los gozos que pueden enriquecer la vida de nuestra alma, los que vamos a traer aquí es bien cierto que son, al menos, algunos de los que pueden dar forma y vida al componente espiritual del que todo ser humano está hecho; en cuanto a las sombras, también es más que cierto que muchos de los que, ahora mismo, puedan estar leyendo esto, podrían hacer una lista mucho más larga. 

Al fin al cabo, lo único que aquí tratamos de hacer es, al menos, apuntar hacia lo que nos conviene y es bueno conocer para bien de nuestra alma; también hacia lo que no nos conviene para nada pero en lo que, podemos asegurar, es más que probable que caigamos en más de una ocasión. 

Digamos, ya para terminar, que es muy bueno saber que Dios da, a su semejanza y descendencia, libertad para escoger entre una cosa y otra. También sabemos, sin embargo, que no es lo mismo escoger realidades puramente materiales (querer esta o aquella cosa o tomar tal o cual decisión en ese sentido) que cuando hacemos lo propio con aquellas que son espirituales y que, al estar relacionadas con el alma, tocan más que de cerca el tema esencial que debería ser el objeto, causa y sentido de nuestra vida: la vida eterna. Y entonces, sólo entonces, somos capaces de comprender que cuando el alma, la nuestra, se nutre del alimento imperecedero ella misma nunca morirá. No aquí (que no muerte) sino allá, donde el tiempo no cuenta para nada (por ser ilimitado) y donde Dios ha querido que permanezcan, para siempre, las que son propias de aquellos que han preferido la vida eterna a la muerte, también, eterna. 

Y eso, por decirlo pronto, es una posibilidad que se enmarca, a la perfección, en el amplio mundo y campo de los gozos y las sombras del alma. De la nuestra, no lo olvidemos.

Gozos- La esperanza

  

“El que espera, desespera”.

 

Esto, sin duda alguna, es un dicho más que conocido. Lo que pasa es que, en materia de fe católica es, sencillamente, falso. 

Esperar supone mantener la esperanza que no es otra cosa que saber que Dios, nuestro Padre del Cielo, quiere lo mejor para sus hijos y nos tiene preparado, también, lo mejor: la vida eterna. 

Decimos, por eso, que quien espera, quien tiene esperanza, no puede desesperar porque eso, es, precisamente, la antítesis de la fe y supone, por otra parte, un lenguaje demasiado mundano y carnal. 

En efecto. En el mundo o el siglo, quien espera algo acaba desesperando porque acaba (muchas veces) de perder aquello que ansiaba y que sostenía sobre la esperanza cuando, la mayoría de las veces no era, sino, una esperanza más que vaga y genuinamente  humana. 

En materia de fe, y católica por ser la nuestra, las cosas son bien distintas. 

Nosotros esperamos, en primer lugar, porque confiamos. Queremos decir que mostramos confianza en Quien sabemos que nos escucha y nos mira. 

Sabemos, por eso mismo, que Dios, que quiere lo mejor para nosotros, no va a permitir que se pierdan sus hijos… si no quieren perderse ellos mismos. 

La esperanza, en este sentido, tiene una base más que sólida porque es, ni más ni menos, aquella que se sustenta sobre la Roca que es Cristo que, siendo Dios hecho hombre, no puede engañar nunca a su descendencia. 

Esperamos, por tanto, porque ansiamos esperar. Y queremos decir con eso que es nuestra voluntad alcanzar lo bueno y gozar de lo mejor. Y, tanto lo primero como lo segundo tiene un nombre, que ya fue dicho a los antiguos, y que es “El que soy”: Dios, que es el que es, es el destino que sus hijos queremos alcanzar.

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9.10.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Esperanza puesta en Dios

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Resultado de imagen de El sillón de ruedas

Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Esperanza puesta en Dios

 

Luego, cuando la tarde se encapote y en el paladar se espese un líquido repudiable, cuando en el minuto cero o cuarenta y ocho de cualquier día haya sobre los tendones una concentración de cuchillos a fuego y en la garganta se conforme el perfil de un lamento, hay ya la seguridad de una mano que ha de venir quedamente con la brida del dominio y la esperanza. No importa que siga la citación de la fatalidad, la tristeza, la monotonía, la tentación o las imágenes huecas. Por mucho que acudan y acometan, ya nada violaría ese tesoro de unos párpados que se inclinan ante una presencia con el pudor feliz de un niño en la noche de Reyes.

 

Es bien cierto y verdad que cada cual, cada uno de los hijos de Dios, podemos pasar por malos momentos. En tan sentido, todos sufrimos igual (en el sentido mismo de sufrir) aunque, claro está, no todos los sufrimientos sean iguales ni tengan el mismo grado de intensidad.

El Beato Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo, sufrió mucho a lo largo de su no muy extensa vida.

Decimos que cada cual sufrimos lo nuestro pero en este texto de su libro “El sillón de ruedas”(Muy propio, por cierto, que fuera el primero de sus libros el referido al sillón donde pasó muchas horas de su vida…) nos muestra un buen “catálogo” de padecimientos. Y, aunque estamos más seguros que no lo pone para dar lástima ni nada por el estilo, para que nadie sienta compasión por su situación… lo bien cierto es que da lástima y nos hace sentir compasión por quien haya pasado o esté pasando por tales sufrimientos.

De todas formas, no es eso lo que busca Lolo sino lo otro.

Pero ¿Qué es lo otro?

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