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22.04.18

La Palabra del Domingo - 22 de abril de 2018

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Jn 10, 11-18

 

1 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. 12 Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo,  abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, 13 porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. 14       Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, 15 como me conoce el Padre  y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. 16 También tengo otras ovejas,  que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir  y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño,  un solo pastor.17 Por eso me ama el Padre,  porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. 18 Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla  y poder para recobrarla de nuevo;  esa es la orden que he recibido de mi Padre.’”

 

COMENTARIO 

El Buen Pastor

 

La imagen de Jesús como Buen Pastor es una de las más queridas por nosotros, sus discípulos. Representa mucho porque simboliza tanto como el cuidado de las ovejas, el mirar por su bien y, en fin, el quererlas por encima de todo sin querer que una sola de ellas se pierda porque tal es una parte muy importante de la misión encomendada por Dios  a su Hijo. 

Y es que siendo el hebreo, esencialmente, pueblo de pastores Jesús utiliza esta imagen para dar a conocer su persona ya que, de esa forma, iba a ser entendido por aquellos que le escuchaban. Paralelamente traza una relación entre él y el Padre identificándose de tal forma, que no cabe duda alguna de que el amor que Dios tiene por su persona es justificado: siendo Él mismo, está en su Hijo en su totalidad. Jesús insiste en que Él es el buen pastor, contraponiendo, para demostrar esto, su figura a la de aquel que, siendo pastor, por apacentar ovejas (creyentes), huye ante el embate del maligno, dejando de lado a aquellos que debían ser sus custodiados, hecho que aprovecha, el maligno, para dispersarlos, dividiendo al pueblo de Dios entre aquellos que le siguen y aquellos que han huido. Y esto porque “el asalariado”, aquel que trabaja en cumplimiento, por una parte, de la Ley en sentido estricto y, por otra, para otra persona, no tiene en cuenta lo que debería ser su verdadera labor. Atento, exclusivamente, al apacentamiento pasivo, no inquiere sobre la verdadera Verdad, ni da el sentido adecuado a lo que la Ley dice sino que, vendido a la costumbre y a la tradición, en este caso equivocada como demuestra Jesús, no va más allá.

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21.04.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Del corazón salen las obras

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

Del corazón salen las obras

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Y Jesús dijo… (Mc 7, 15)

 

“Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino que lo que sale del hombre eso es lo que contamina al hombre.”

Otra vez la vuelve a liar el Hijo de Dios con el lenguaje. 

Sabido era por todos, también por los que hoy día vivimos en este valle de lágrimas, que el pueblo judío tenía por impuros algunos alimentos. Por eso creían que había posibilidad de quedar impuros por comer ciertas cosas o, simplemente, por hacer algo que estaba establecido como tal. 

Sin embargo, en esto, el Hijo de dios iba a ser innovador o, simplemente, rompedor. Y que creía algo más que distinto… totalmente opuesto. 

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20.04.18

Serie “De Ramos a Resurrección” - Idas y venidas de una condena ilegal e injusta

De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” -  Idas y venidas de una condena ilegal e injusta

  

“Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás,

el sumo sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. el sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: ‘He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas?

Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.’ apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ‘¿así contestas al Sumo Sacerdote? Jesús le respondió:

‘Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?’ Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada.

Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: ‘¿Qué acusación traéis contra este hombre?’ ellos le respondieron: ‘Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado.’ Pilato replicó: ‘Tomadle vosotros y

juzgadle según vuestra Ley.’ Los judíos replicaron: ‘nosotros no podemos dar muerte a nadie.’ Así se cumpliría

lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:

‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’ Pilato respondió:

‘¿es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí.

¿Qué has hecho?’ Respondió Jesús: ‘mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido

para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.’

Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’ Respondió Jesús: ‘Sí, como dices, soy Rey.

Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo:

para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 12-14.19-24.28-37).

 “Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén. Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba   presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. 

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: ‘Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré.

Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: ‘¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!” (Lc 23, 6-16. 18).

“Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Volvió a salir Pilato y les dijo: ‘Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en  él.’ Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: ‘Aquí tenéis al hombre.’ cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ‘¡crucifícalo, crucifícalo!’ Les dice Pilato: ‘Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él.’ Los judíos le replicaron: ‘nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.’ Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’ Pero Jesús no le dio respuesta.

Dícele Pilato: ‘¿a mí no me hablas? ¿no sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’ Respondió Jesús: ‘no tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.’ Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron:

‘Si sueltas a ése, no eres amigo del césar; todo el que se hace rey se enfrenta al césar.’ Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: ‘Aquí tenéis a vuestro Rey.’ ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡crucifícale!’ Les dice Pilato: ‘¿a vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el césar.’ entonces se lo entregó para que fuera crucificado” (Jn 19, 1.4-16).

Hemos querido traer aquí todo el proceso, digamos, judicial, al que se sometió Jesucristo sin decir algo así como “esto es ilegal” o “no está bien lo que estáis haciendo”. No podemos negar que hizo ver lo extraño de la conducta de los que le querían detener (cf. Jn 18, 20) porque no era fácil entender cómo acudían a detenerlo de noche cuando habían tenido muchas otras oportunidades cuando predicaba, sin ir más lejos, en el mismo Templo de Jerusalén. La cosa, en cuanto a sus derechos personales, no empezaba demasiado bien.

No resulta nada difícil defender que la condena que recayó sobre Jesús era totalmente injusta porque no era justo que un hombre como Él que había curado a ciegos, resucitado a muertos o quitado la lepra a leprosos tuviera un trato como el que estaba empezando a tener e iba a seguir soportando. en realidad, aquello era algo verdaderamente nefasto por ser contrario (ne) a lo justo desde el punto de vista religioso (fas).

Pero, además y sobre todo, aquella condena era completamente ilegal o, lo que es lo mismo, contraria a toda norma aplicable en el imperio romano aunque estuviese el mismo en un rincón del mundo tan alejado de Roma como era Israel.

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19.04.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Ansia de Dios

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar”  - Ansia de Dios

 

“El alma también tiene frío…, allá en uno de sus rincones llamea una lucecita…, una centellica muy débil de amor a Dios. El alma la ve, y se esfuerza en animar esa llama que tan débil brilla en la oscuridad del todo.

Ansias de amar a Dios padece el alma…, ansias de libertad y de amor a Dios.” (“Saber esperar”, punto 162)

 

Amar a Dios, en una mente ordenada y capaz de comprender lo que le importa es algo que, de por sí, es natural por ser original en el ser humano religioso. Hasta aquí ninguna novedad ni ningún descubrimiento hemos hecho.

Sabemos que, como hijos del Creador que somos, tenemos una grave obligación que no nos conviene olvidar y es el amor a Quien, con su libérrima libertad, ha querido que seamos, que existamos y que, por fin, volvamos a su lado en el Cielo.

Hasta aquí, lo mismo que lo dicho arriba, nada nuevo hay. Sin embargo, una cosa es la teoría, lo que tenemos por verdad, y otra cosa, muy distinta, lo que, en el fondo, queremos que sea tal verdad en nosotros.

El hermano Rafael sabe muy bien lo que es amar al Padre. Y lo sabe porque, como nos dice aquí, nuestra existencia espiritual puede pasar por muchas tesituras y, ante ellas, no basta con decir que creemos sino que, en efecto, debemos creer con todas sus consecuencias.

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18.04.18

Serie “Los barros y los lodos”- 6 - Los lodos: pecado y muerte entran en el mundo y penas adyacentes

 

“De aquellos barros vienen estos lodos”. 

Esta expresión de la sabiduría popular nos viene más que bien para el tema que traemos a este libro de temática bíblica. 

Aunque el subtítulo del mismo, “Sobre el pecado original”, debería hacer posible que esto, esta Presentación, terminara aquí mismo (podemos imaginar qué son los barros y qué los lodos) no lo vamos a hacer tan sencillo sino que vamos a presentar lo que fue aquello y lo que es hoy el resultado de tal aquello. 

¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sería, ahora, de nosotros, sin “aquello”?

“Aquello” fue, para quienes sus protagonistas fueron, un acontecimiento terrible que les cambió tanto la vida que, bien podemos decir, que hay un antes y un después del pecado original. 

La vida, antes de eso, era bien sencilla. Y es que vivían en el Paraíso terrenal donde Dios los había puesto. Nada debían sufrir porque tenían los dones que Dios les había dado: la inmortalidad, la integridad y la impasibilidad o, lo que es lo mismo, no morían (como entendemos hoy el morir), dominaban completamente sus pasiones y no sufrían nada de nada, ni física ni moralmente. 

A más de una persona que esté leyendo ahora esto se le deben estar poniendo los dientes largos. Y es que ¿todo eso se perdió por el pecado original? 

En efecto. Cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, lo dota de una serie de bienes que lo hacen, por decirlo pronto y claro, un ser muy especial. Es más, es el único que tiene dones como los citados arriba. Y de eso gozaron el tiempo que duró la alegría de no querer ser como Dios… 

Lo que no valía era la traición a lo dicho por el Creador. Y es que lo dijo con toda claridad: podéis comer de todo menos de esto. Y tal “esto” ni era una manzana ni sabemos qué era. Lo de la manzana es una atribución natural hecha mucho tiempo después. Sin embargo, no importa lo más mínimo que fuera una fruta, un tubérculo o, simplemente, que Dios hubiera dicho, por ejemplo, “no paséis de este punto del Paraíso” porque, de pasar, será la muerte y el pecado: primero, lo segundo; lo primero, segundo. 

¡La muerte y el pecado! 

Estas dos realidades eran la “promesa negra” que Dios les había hecho si incumplían aquello que no parecía tan difícil de entender. Es decir, no era un castigo que el Creador destinaba a su especial creación pero lo era si no hacían lo que les decía que debían hacer. Si no lo incumplían, el Paraíso terrenal no se cerraría y ellos no serían expulsados del mismo. 

Y se cerró. El Paraíso terrenal se cerró. 

“Los barros y los lodos” – 6 -  Los lodos: pecado y muerte entran en el mundo y penas adyacentes

 

 

De todo lo que hemos traído se deduce algo. Es decir, no es que el pecado original fuera grave, que lo fue, y ya está. No. Verdaderamente, no podemos decir que aquello no tuviera consecuencias más que graves. Y vaya si las tuvo. 

Se dice, porque es cierto, que al haber incurrido en aquel primer pecado, se produjeron, por lo pronto, dos consecuencias, después de las que, en general, tuvo que soportar el hombre, la mujer y la serpiente y que hemos citado arriba, en el apartado correspondiente al Tribunal de Dios. Dos consecuencias, pues: 

1ª Entró, en el mundo, la posibilidad de pecar, el pecado.

Ciertamente, hasta el mismo momento en el que Eva acepta la propuesta de la serpiente (y, luego, se la comunica a su esposo, Adán) el pecado, el ir contra Dios, no había entrado en el mundo. 

Con esto queremos decir que el ser humano, al no proceder contra Quien lo había creado, no conocía lo que era, eso, proceder así. 

Pero llegado el preciso instante en el que comieron del árbol cuyo fruto no debía ser ingerido (valga esto por la prohibición, que fue, impuesta por Dios pero, como ya hemos dicho, podía haber puesto cualquier otra) algo pasó en sus existencias. 

En efecto, justo entonces (no después ni antes) dice el Génesis (3, 7) que pasó esto: 

“Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores”.

 

Resulta síntoma de inocencia en la que vivían Adán y Eva que sea entonces, cuando pecan, el momento en el que se avergüenzan de su desnudez cuando antes habían caminado y vivido por el Paraíso sin problema alguno. Y fue, seguramente, entonces, cuando se dieron cuenta de su error y, por eso, se escondieron de Dios (Gn 3, 8):

 

“Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín”.

 

Todo, de todas formas, estaba previsto en el corazón de Dios. Y es que el Creador, al parecer y según las palabras del Génesis, había establecido una consecuencia inmediata a cometer el primer pecado (Gn 3, 11):

 

“Él replicó -se refiere a Dios-: ‘¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”

 

Vemos, en este episodio entre Dios y Adán, la justa correspondencia acerca de a quién le dijo el Creador que no debía comer de aquel fruto (a Adán) y a quién le pregunta, en primer lugar, sobre si es que ha comido de lo que no podía comer aunque sepamos que (lo mismo que después conocería Eva la prohibición por boca de Adán) la mujer fue quien respondió en segundo lugar a la misma pregunta de parte de Dios.

 

Vemos, también, una no pequeña diferencia entre la forma que tiene Dios de preguntar a Adán y Eva acerca de lo mismo. Y es que mientras que al primer hombre le pregunta, simplemente, si ha comido de lo que no debía comer, a la mujer le pregunta el porqué de aquella acción suya. Y es que Dios sabía, porque lo había visto, que fue la mujer la que propuso al hombre la aceptación de la tentación de la serpiente aunque ellos, como podemos suponer, no creyeran que se trataba de haber sido tentados sino, simplemente, de habérseles presentado una buena oportunidad para ser, creyeron, más de lo que eran… 

Desde entonces, decimos, el pecado (o, dicho de otra forma, el alejamiento menor o mayor de Dios mediando acciones u omisiones de deberes u obligaciones) sentó sus reales en el corazón del hombre. 

Y, por si eso no fuera ya suficiente (como decimos más abajo) a partir de tal momento, todo ser humano (a excepción de la Virgen María y de su hijo Jesucristo) nacería infectado, por generación, con el pecado original que, desde entonces, no antes, ensució el corazón del ser humano que, al venir al mundo, ya  debía ser limpiado.

 

2ª Entró la muerte en el mundo.

 

El pecado es cosa mala porque puede abocar, a nuestra alma, a la mismísima muerte eterna. Pero es que desde entonces, desde el momento de haber sido cometido el llamado “original” la muerte entró en el mundo. 

Debemos atender a esto porque es más que importante. 

Cuando decimos o, mejor, si decimos que “entonces” entró la muerte en el mundo es que, sin duda alguna, antes no había muerte… 

Decir esto ha de decirnos muchas cosas. En primer lugar, por ejemplo, que ni Adán ni Eva tenían, sobre sí, la espada de Damocles de la muerte como desde cuando cometieron aquel misterium iniquitatis, entonces pudo morirse, iban a morir, así, los seres humanos. 

¿Eso quiere decir que nadie iba a morir? ¿Cómo hubiéramos cabido en la superficie de la Tierra? Y no son estas preguntas de poca importancia sino al contrario: de mucha y crucial importancia. 

Estas preguntas, que puede hacérsela cualquiera que escuche por primera vez que ni Adán ni Eva iban a morir, tiene fácil (aunque misteriosa) respuesta. 

Que Dios no quisiera que su descendencia muriera (y que eso lo hubiera previsto dentro de su Creación) no quiere decir que siempre iban a pisar la faz de la Tierra. No. 

Dios, como siempre quiso, y quiere, tener a sus hijos cabe sí, había previsto una forma de que eso se cumpliese sin el trámite (que es lo que es el morir) de la muerte. Y tenemos en la Virgen María un ejemplo más que bueno (y, si me apuran mucho y en cierto sentido, en Enoc y Elías, arrebatados al cielo en carros de fuego y, según la Beata Ana Catalina Emmerick habitantes del Paraíso hasta que vuelvan a luchar contra el Anticristo en la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo) 

Sabemos que la Madre de Dios fue asunta al Cielo en cuerpo y alma. Es decir, no murió al estilo, digamos, ordinario, del ser humano (con dolor para quien muere y con llanto para los suyos) sino que, de forma que no entendemos y, por tanto, misteriosa, fue lleva al lado de Dios de esa manera que tenemos por verdadera. 

Pues bien, podemos suponer que el Todopoderoso tenía previsto, para toda la especie humana, un tal tránsito al Cielo porque, de no haber entrado el pecado en el mundo, ni siquiera hubieran hecho falta Purgatorio-Purificatorio ni el Infierno (lugar donde van las almas de los pecadores más terribles que mueren sin arrepentimiento alguno) hubiera existido para el ser humano. Eso, claro, suponiendo que tampoco hubiera habido ángeles que se hubieran revelado contra Dios y que uno de ellos quisiera tentar a Eva… 

De todas formas, como no acaeció eso de la no existencia del pecado (existió, a partir del original), lo bien cierto es que la muerte, entendida como la entiende el ser humano desde entonces, entró en el mundo e hizo que el mismo pasara a ser, de terreno de paso hacia el Cielo, un valle de lágrimas, las primeras de las cuales deberían caer, de toda alma humana, por aquella consecuencia tan terrible como fue pecar contra Dios, por primera vez, por parte de aquellos que habían sido hecho buenos, muy buenos. 

Eso, por una parte, digamos, como males generados como generales por el pecado original. Pero como la cosa no podía quedar ahí por parte de Dios, había otras penas que llamamos adyacentes y son las que siguen y que han estado fijadas en la parte dispositiva de la Sentencia del Tribunal de Dios:

 

3ª- Expulsión del Paraíso a Adán y Eva.

 

“Y le echó Yahveh Dios del Jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado”.

 

Este texto, del versículo 23 del capítulo 3 del Libro del Génesis, nos habla de aquella consecuencia, tan terrible, que tuvo, como adyacente, el cometer el pecado original. 

Nosotros, a una distancia tan inmensa como es la que nos separa de aquel momento de la historia de la humanidad, podemos hacernos una idea de lo que supuso, para nuestros Primeros Padres, ser expulsados del Paraíso. Y es que sabemos, más o menos lo sabemos o lo podemos imaginar por la inmensa Bondad de Dios, cómo debían vivir allí. 

Sin embargo, no creemos que seamos capaces (por la tal distancia y por no ser nosotros mismos los afectados por aquella pena adyacente) de imaginar lo que supuso para Adán y para Eva, que gozaron durante un tiempo más o menos largo, de aquellas delicias divinas creadas por Dios, verse fuera y, lo que es peor, no poder entrar por haber sido cerrado el camino que lleva al Jardín de Edén. 

Fueron, pues, expulsados aquellos dos primeros seres humanos que, se diga lo que se diga, no fueron capaces de agradecer lo suficiente a Dios que allí los hubiera puesto (tanto como para no pecar por primera vez) y se vieron abocados a soportar una pena tan grave como aquella.

 

4ª- Para el hombre: procurarle un futuro esforzado (“ganarás el pan con el sudor de tu frente”)

 

Ya hemos dicho arriba, en la parte correspondiente a la sentencia del tribunal de Dios, que el hombre, el ser humano masculino, podemos decir para que se nos entienda, a partir del momento de ser expulsado del Paraíso iba a tener que conocer el trabajo. No queremos decir que antes no tuviera que trabajar (de la forma que fuera) sino que, según se deduce de lo dicho por Dios (“Con fatiga sacarás de él –se refiere al suelo- el alimento todos los días de tu vida”, en Génesis 3, 17 o “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”, en Génesis 3, 19) el trabajo de antes debía estar puesto por Dios de una forma tal que más trabajo fuera gozo. A partir de entonces, dejaría de ser gozo para ser esfuerzo (“el sudor…”). Y es que si desde entonces debería sudar, esforzarse, para poder comer es porque antes no lo hacía. De otra forma, no hubiera habido diferencia entre estar fuera o dentro (en tal aspecto) del Jardín de Edén. Y la diferencia sólo podía ser para ir, digamos con nostalgia por aquel tiempo de Paraíso, a peor… pues ¿a quién no le gustaría el trabajo gozoso y sin esfuerzo o, mejor, sin sentir nunca tal esfuerzo como consecuencia de un castigo?

  

5ª – Para la mujer: dar a luz sufriendo.

 

Pero Eva también iba a recibir una parte sustancial de pena adyacente. 

Según el texto bíblico, hasta entonces Adán y Eva no se habían “conocido” (por utilizar el mismo lenguaje que recoge la Biblia). Y no se habían conocido porque no es hasta después de haber sido expulsados del Paraíso cuando, en concreto en Génesis 4, 1-2, se dice:

 

“Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: ‘He adquirido un varón con el favor de Yahveh. Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador”.

 

Y ya sabemos en qué terrible pecado incurrió, mortal el mismo, el primer hijo nacido de mujer, Caín, lo que demostró, más pronto que tarde, que el pecado original causó estragos en la mismísima naturaleza humana, demostrando, por primera vez, lo pecadora que era la misma.  

Como sabemos que Dios no puede engañarse a sí mismo ni engañarnos a nosotros, sus hijos, estamos más que seguros que, en el nacimiento de Caín y de Abel, la madre, Eva, sufrió mucho en el parto. Y se cumplió, así, aquello de “parirás con dolor” de Génesis 3, 16 (del cual ya hemos referencia arriba) Y lo sabemos porque, por ser la madre de todo el género humano, lo mismo ha pasado desde entonces con el ser humano femenino y, al dar a luz, ha tenido que sufrir la mujer. Tan sólo a excepción de la Virgen María, la cual, de forma maravillosa y misteriosa, no debió sufrir de tal pena adyacente a la comisión del pecado original al haber sido liberada la que llamamos Inmaculada. Y es aquí también se cumple lo mismo que, según hemos sostenido arriba, sucedió a la hora de ser asunta al Cielo en cuerpo y alma forma, según entendemos por lógico pensamiento, tenía prevista Dios para toda su descendencia y que liquidó, de cuajo, el pecado original salvo, no por casualidad, la Madre de Dios. 

Seguramente, ha de haber más consecuencias adyacentes a la comisión del pecado original. Lo dejamos para los más sabios entre nosotros que saben ver donde nosotros no sabemos. Baste, sin embargo, estas cinco para mostrar y demostrar que aquello fue algo más que una actuación sin sentido. Lo fue, sin duda, pero queremos decir que si esto es “algo” de lo que el ser humano ha sufrido y padecido desde entonces, aún debemos dar gracias a Dios por habernos perdonado la existencia tantas y tantas veces.

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

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