InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Junio 2016

7.06.16

Un amigo de Lolo – Un santo decálogo - IV

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Un santo decálogo - IV

 

Digamos, antes de empezar, que Manuel Lozano Garrido, en Mesa redonda con Dios, pp. 167-168, escribe un decálogo que vale la pena tener en cuenta. 

Dios mediante, vamos a dedicar tantas semanas como puntos tiene tal decálogo a contemplar su significado. 

“Todo por Ti y para Ti, nuestro Buen Segador. Y para que veas que te lo digo de corazón, aquí te dejo, Señor, la bandera y el programa de un humilde decálogo. Ojéalo y, si vale, échale tu bendición:

 

IV. Restriega y lava tus ojos en la fe, para ver siempre al Cristo que vive en el bueno, el mediano y el pecador. (Sí, ¿o es que no lo notas en su Pasión, azotado y sangrante por las injurias?)”

En una ocasión el Hijo de Dios tuvo que decir cosas muy duras de escuchar. Se refería, dando ejemplos de los órganos del cuerpo humano, a lo que se podía hacer con ellos si nos hacían caer en pecado. Y es que decía, por ejemplo, que si ojo era causa de pecado… ¡debíamos sacárnoslo! 

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5.06.16

La Palabra del Domingo - 5 de junio de 2016

 

 

 Lc 7, 11-17              

 

11 Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. 12    Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. 13 Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: ‘No llores.’ 14 Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: ‘Joven, a ti te digo: Levántate.’ 15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él = se lo dio a su madre. =  16 El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta se ha levantado entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’.  17   Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.”

                             

COMENTARIO                  

El poder de  Dios

 

Era algo que Jesús no podía remediar. No le importaba si eso sucedía en sábado, en domingo o en cualquier otro día de la semana. Y es que si se encontraba con alguien que sufriera tenía que remediar aquella situación. 

Eso, como sabemos, le causó muchos problemas porque, como es de imaginar, la enfermedad no tiene en cuenta si es sábado para el enfermo y no deja de causar malestar también en tal día. Y Jesús, como en tantas ocasiones le sucedió, se vio en la obligación de ser misericordioso también en sábado. Y es que el Hijo de Dios no tenía respetos humanos ni quería ser, para nada, políticamente correcto (que se lo digan, por ejemplo, a los que echó del Templo con cajas destempladas). 

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4.06.16

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Padre Nuestro, nuestro Padre

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice el P. Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Padre Nuestro, nuestro Padre

           

Y Jesús dijo… (Lc 11, 2-4)

“Él  les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre,  venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados   porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe,  y no nos dejes caer en tentación.

 

Aquellos hombres, que veían cómo Jesús se dirigía a Dios, tenían sana envidia del Maestro. Queremos decir que, teniendo en cuenta que estaban aprendiendo de aquello que les enseñaba, no podían dejar de pedirle algo que sabían era muy importante: orar, aprender a orar, cómo hacerlo de forma que Dios recibiese sus oraciones con amor y gozo.

El caso es que muchos habían aprendido a orar de una forma muy determinada. Sin embargo, en alguna que otra ocasión Jesús les había dicho que no debían hacer como hacían muchos que, por ejemplo, creían que hablando sin parar al dirigirse a Dios iba a obtener lo que quería o que lo hacían en público, para que se les viese.

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3.06.16

La Iglesia católica no puede reconocer al ladrón

  

Desconcertante y preocupante. Eso es lo que es esto. 

En el Evangelio de San Lucas (12, 39) hay un texto que viene que ni pintado ahora: 

“Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.”

Pues bien, en el siglo XVI hubo alguien que empezó a robar fieles y doctrina en el seno de la Iglesia católica de la que formaba parte. Tenía nombre y apellidos pero baste con decir Lutero. 

Tal persona, fraile agustino a más señas, no supo cómo dar solución a sus personales pensamientos espirituales y tiró por la calle de en medio manifestando una clara oposición a Roma, al Papado y a santa doctrina que, seguramente, había jurado tener por buena y mejor.

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2.06.16

El rincón del hermano Rafael – Últimas palabras del hermano Rafael

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.   

Nosotros vamos a dedicar nuestra atención a un libro en particular. Recoge los diarios de San Rafael Arnaiz entre el 16 de diciembre de 1937 y el 17 de abril de 1938y está editado por la Asociación Bendita María.

Vayamos, de todas formas, ahora mismo, a escribir sobre el protagonista de esta nueva serie.

Cuando Dios tiene a bien escoger a uno de sus hijos para que siga una vida de fe acentuada hace que se note desde la corta edad. Y eso era que le pasaba a Rafael: daba muestras de que las cosas de Dios le interesaban más que al resto de sus compañeros de la infancia.

Sin embargo, desde temprana edad enfermó y empezó a llevar su particular cruz.

Aunque Rafael, dotado de una precoz inteligencia, parecía tener una vida en el mundo, en el siglo, de especial importancia (se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid) no podía evitar, ni quería, su voluntad de profundizar en su vida espiritual.

Tal es así que ingresó en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas el 15 de enero de 1934.

La enfermedad que arriba hemos citado, la diabetes sacarina, le obligó a abandonar el monasterio en tres ocasiones pero volvió en otras tres ocasiones porque bien sabía que no otro era el camino espiritual que debía seguir.

Cuando recién había estrenado los 27 años Dios lo llamó cabe sí un 26 de abril de 1938 siendo sepultado en el monasterio donde había ingresado para seguir una vida espiritual acorde con su voluntad de hijo del Creador.

El caso es que la fama de santidad de un católico tan joven y tan entregado a su fe no tardó en salir de los muros del monasterio. Y es que aquello que había escrito estaba dotado de una especial atracción. Tal es así que el 20 de agosto de 1989, san Juan Pablo II lo propuso como modelo para los jóvenes que iban a acudir a la Jornada Mundial de la Juventud a celebrar en Santiago de Compostela. Y unos pocos años después, en 1992 fue beatificado (el 27 de septiembre).

Pero, seguramente, no bastaba con el reconocimiento que se hacía entonces. El Beato Rafael iba a subir un escalón más en el Cielo y el 11 de octubre de 2009 el ahora emérito Benedicto XVI canonizaba a quien había sabido comunicar al mundo que sólo Dios era suficiente para llevar una existencia propia de un buen y fiel hijo.

Que Dios nos ayude a acercarnos lo mejor posible al pensamiento espiritual de San Rafael Arnáiz, el hermano Rafael. Y, de paso, le pedimos que  interceda por nosotros. 

VIII-Dios-y-mi-alma

Últimas palabras del hermano Rafael

“Capítulo de culpas

Papel encontrado en uno de los bolsillos de la túnica cuando murió

“Subir escalera golpeando pies [tachado].
No hacer el saludo en capitulo [tachado].
Volver cabeza durante Misa [tachado].
Señas durante el gran silencio [tachado]
Correr sin respeto en la iglesia [tachado].
Señas habladas con un profeso [tachado].
No obedecer inmediatamente campana [tachado].
Equivocarme coro, no hacer postración [tachado].
Dar muestras externas de impaciencia [tachado].
Perder tiempo trabajo [tachado].
Perder tiempo mirar ventanas [tachado].
Perder tiempo intervalos [tachado].
Accionar exageradamente como seglar [tachado].
Descuidado con el cuarto de la enfermería.
Hablar sin necesidad.
Descuidado en hacer ruidos en la escalera y con las puertas.
Distraerme en el coro y no hacer a punto las inclinaciones.”

El 24 de septiembre de 2015 dábamos comienzo a una serie apasionante. Se trataba de conocer, semana a semana, lo que San Rafael Arnáiz Barón había escrito en un diario de título “Dios y mi alma” que estuvo a punto desaparecer cuando murió en 1937. Gracias a Dios aquello no sucedió y hoy día, tantos años después de que escribiera aquello, sufriente en una vida de fe, nos ha servido y nos sirve para conocernos, también, a nosotros mismos.

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