InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Marzo 2016

8.03.16

Un amigo de Lolo – ¡Qué gracia tan grande es darse cuenta de que se tiene la gracia de Dios!

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

 Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

¡Qué gracia tan grande es darse cuenta de que se tiene la gracia de Dios!

 

“¡Ay, qué escalofrío darse con un dolor nuevo en el recodo de una mañana! Pero, ¡ay también, qué proyección de Dios y qué chorro de gracia en cada encuentro!” (Bien venido, amor, 767)

 

Las personas que, siendo creyentes, sabemos la verdad del contenido nuestra fe, sabemos que hay algo que es tan importante que, desconocerlo, nos hace perder sustancia y gozo. Y es que nos conviene mucho que lo que es elemental y básico no lo tengamos por no puesto o, simplemente, lo olvidemos por egoísmos que, muchas veces, se entienden más de la cuenta pero no nos vienen demasiado bien.

El caso es que hay quienes creen que todo lo pueden hacer por sí mismos sin intervención de Dios. Es más, en el seno de la Esposa de Cristo ha habido, a lo largo de los siglos y hoy mismo también, quien cree que eso es posible. Sin embargo, bien sabemos lo absurdo de tal planteamiento.

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6.03.16

La Palabra del Domingo - 6 de marzo de 2016

 

 

 Lc 15, 1-3. 11-32

 “1Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, 2 y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: ‘Este acoge a los pecadores y come con ellos.’3 Entonces les dijo esta parábola.11      Dijo: ‘Un hombre tenía dos hijos; 12     y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y él les repartió  la hacienda. 13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. 14 ‘Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. 15 Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. 16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.17 Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me  muero de hambre! 18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.

 19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.” 20 Y, levantándose, partió hacia su padre. ‘Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. 21 El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” 22 Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas  sandalias en los pies. 23 Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, 24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.” Y comenzaron la fiesta. 25’Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas;26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27  El le dijo: “Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.” 28 El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. 29 Pero él replicó a su padre: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca  me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; 30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo  cebado!” 31 ‘Pero él le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32 pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba  perdido, y ha sido hallado.’”

 

 

COMENTARIO

 

El exacto amor de Dios

Sabemos que Jesús, cuando predicaba y hacía uso de las parábolas, lo hacía porque sabía que era una forma muy conocida de explicar aquello que podía resultar más difícil de entender.

El caso es que  podemos decir que las compañías de Jesús, aquellos con los que hablaba y con los que tenía una relación muy cercana, no eran, según determinadas conciencias, lo mejor de cada casa. Y es que si había venido a salvar lo que estaba perdido ¡qué mejor que estar con lo que está perdido!

Queremos decir que Cristo Jesús se juntaba con personas que, a tenor del pensamiento de los sabios oficiales, no eran muy recomendables: pobres, publicanos, ciegos, paralíticos, enfermos en general o, en fin, leprosos o mujeres y niños…

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5.03.16

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Entre decir y hacer puede haber una diferencia más que notable

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en losversículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que diceFrancisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

Entre decir y hacer puede haber una diferencia más que notable

 

Y Jesús dijo… (Lc 6, 46)

“¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo?”

“Del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Este refrán popular se puede aplicar perfectamente a lo que el Maestro nos dice en el versículo aquí traído del evangelio del evangelista médico.

No podemos negar que entre los que seguían a Jesús en su tiempo y los que le siguen ahora hay muy buenas intenciones. Sabían que era un hombre que hacía cosas extraordinarias que sólo podían llevarse a cabo por voluntad directa de  Dios. Y es que resucitar a un muerto o curar a un leproso no estaba al alcance de cualquiera…

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4.03.16

San Josemaría y la lucha interior – Perseverancia en la lucha interior

 

¿Cómo entiende el fundador del Opus Dei la lucha interior? ¿Cómo cree que debe plantearse la misma cada hijo de Dios? o ¿Es posible salir vencedor de tal enfrentamiento con nosotros mismos?

El joven Escrivá sabía de luchas interiores porque era una criatura de Dios consciente de lo que eso supone. Por eso, en el punto  729 de “Camino” exclama “¡Oh, Dios mío: cada día estoy menos seguro de mí y más seguro de Ti! Reconocía, por una parte, su propia debilidad y por otra la tabla de salvación que tenía en el Creador.

Entre las muchas homilías que se encuentran recogidas en “Es Cristo que pasa” la que corresponde al 4 de abril de 1971, a la sazón Domingo de Ramos, tiene como objeto, entre otros, manifestar qué es la lucha interior y cómo ha de encarar el discípulo de Cristo la misma.

Y es que el cristiano, como persona que se inmiscuye en el mundo porque en el mundo vive y habita, ha de enfrentarse contra aquella tendencia, natural y propiamente humana, de actuar en contra de la voluntad de Dios y en perjuicio directo de su propia existencia. Ahí se encuentra la lucha interior y ahí, exactamente, el Espíritu de Dios echa su cuarto a espadas en la defensa de sus hijos.

Si hay, por lo tanto, una lucha que el cristiano debe, siempre, afrontar, es la que ha de tener con su propio corazón. Pero también reconocemos que la dificultad que encierra tal lucha es grande porque el mundo y sus llamadas hacen, a veces, difícil la pervivencia de la llama de la fe.

Tenemos, pues, enemigos que batir en nuestro corazón: mundo, demonio y carne. Y, aunque pueda parecer que se trata de un posicionamiento algo antiguo, que cada cual haga examen de conciencia y vea si es o no cierto lo dicho por san Josemaría.

 Muchas veces, sin embargo, caemos y nos dejamos llevar por nuestras humanas inclinaciones. Bien sabemos que, como dijo san Pablo, a veces hacemos lo que no debemos a pesar de que sabemos que no debemos hacerlo. Sin embargo, ante esto, nos dice el autor de Camino lo siguiente (punto 711): “Otra caída… y ¡qué caída!… ¿Desesperarte?… No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. —Un “miserere” y ¡arriba ese corazón! —A comenzar de nuevo”.

Es decir, en nuestra lucha interior no estamos solos. Ni mucho menos. Muy al contrario, nos acompañan tanto Jesús como su Madre, María. Así bien podemos decir que nuestro camino no es tan arduo… aunque lo sea.

Eso mismo nos dice en otro punto, el 721: “Si se tambalea tu edificio espiritual, si todo te parece estar en el aire…, apóyate en la confianza filial en Jesús y en María, piedra firme y segura sobre la que debiste edificar desde el principio”.

Pero… ante esto, ¿Qué podemos tener como seguro? Pues algo muy sencillo: “¡Que cuesta! —Ya lo sé. Pero, ¡adelante!: nadie será premiado —y ¡qué premio!— sino el que pelee con bravura”.

En este punto, el que hace 720 de “Camino” nos pone, sobre nuestros hombros, una carga que ha de ser gozosa: hay que pelear con bravura y no vale mantenerse al margen de lo que, espiritualmente, nos pase.

Y, sobre todo, lo siguiente (punto 733): “Confía siempre en tu Dios.-Él nunca pierde batallas”.

Por otra parte, en el texto de la homilía que aquí traemos se ha respetado la división que ha hecho de la misma el libro citado supra “Es Cristo que pasa” donde está contenida (numerando, así, según consta en el mismo). Lo único que hemos hecho, de nuevo, por así decirlo, es titular cada uno de los apartados relativos, precisamente, a la lucha interior además, claro está, comentarlos.

 

Perseverancia en la lucha interior

(74)

Pero este lenguaje, ¿no resulta ya anticuado? ¿Acaso no ha sido sustituido por un idioma de ocasión, de claudicaciones personales encubiertas con un ropaje pseudocientífico? ¿No existe un acuerdo tácito en que los bienes reales son: el dinero que todo lo compra, el poderío temporal, la astucia para quedar siempre arriba, la sabiduría humana que se autodefine adulta, que piensa haber superado lo sacro?

No soy, ni he sido nunca pesimista, porque la fe me dice que Cristo ha vencido definitivamente y nos ha dado, como prenda de su conquista, un mandato, que es también un compromiso: luchar. Los cristianos tenemos un empeño de amor, que hemos aceptado libremente, ante la llamada de la gracia divina: una obligación que nos anima a pelear con tenacidad, porque sabemos que somos tan frágiles como los demás hombres. Pero a la vez no podemos olvidar que, si ponemos los medios, seremos la sal, la luz y la levadura del mundo: seremos el consuelo de Dios.

Nuestro ánimo de perseverar con tesón en este propósito de Amor es, además, deber de justicia. Y la materia de esta exigencia, común a todos los fieles, se concreta en una batalla constante. Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo. Soldados que llevan la serenidad a los demás, mientras combaten continuamente contra las personales malas inclinaciones. A veces, por escasez de sentido sobrenatural, por un descreimiento práctico, no se quiere entender nada de la vida en la tierra como milicia. Insinúan maliciosamente que, si nos consideramos milites Christi, cabe el peligro de utilizar la fe para fines temporales de violencia, de banderías. Ese modo de pensar es una triste simplificación poco lógica, que suele ir unida a la comodidad y a la cobardía.

Nada más lejos de la fe cristiana que el fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo espiritual sean del signo que sean. Ese peligro no existe, si la lucha se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar el egoísmo, de servir a todos los hombres. Renunciar a esta contienda, con la excusa que sea, es declararse de antemano derrotado, aniquilado, sin fe, con el alma caída, desparramada en complacencias mezquinas.

Para el cristiano, el combate espiritual delante de Dios y de todos los hermanos en la fe, es una necesidad, una consecuencia de su condición. Por eso, si alguno no lucha, está haciendo traición a Jesucristo y a todo su cuerpo místico, que es la Iglesia.”  (1).

 

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En la lucha interior suele suceder que nos abandonamos al mundo y a su mundanidad porque nos conviene no diferenciarnos del resto de personas que con nosotros vive. Por eso, digamos, avisa san Josemaría cuando nos dice “Óyeme bien: estar en el mundo y ser del mundo no quiere decir ser mundanos” (2) que es lo mismo que decir que, sin duda, debemos luchar contra nuestra humana y natural tendencia a querer confundirnos con la mayoría y no mostrar, vía respeto humano, nuestra fe en cuanto elemento diferenciador de los no creyentes.

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3.03.16

El rincón del hermano Rafael – En la contradicción… sólo Dios

 
“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.   

Nosotros vamos a dedicar nuestra atención a un libro en particular. Recoge los diarios de San Rafael Arnaiz entre el 16 de diciembre de 1937 y el 17 de abril de 1938y está editado por la Asociación Bendita María.

Vayamos, de todas formas, ahora mismo, a escribir sobre el protagonista de esta nueva serie.

Cuando Dios tiene a bien escoger a uno de sus hijos para que siga una vida de fe acentuada hace que se note desde la corta edad. Y eso era que le pasaba a Rafael: daba muestras de que las cosas de Dios le interesaban más que al resto de sus compañeros de la infancia.

Sin embargo, desde temprana edad enfermó y empezó a llevar su particular cruz.

Aunque Rafael, dotado de una precoz inteligencia, parecía tener una vida en el mundo, en el siglo, de especial importancia (se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid) no podía evitar, ni quería, su voluntad de profundizar en su vida espiritual.

Tal es así que ingresó en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas el 15 de enero de 1934.

La enfermedad que arriba hemos citado, la diabetes sacarina, le obligó a abandonar el monasterio en tres ocasiones pero volvió en otras tres ocasiones porque bien sabía que no otro era el camino espiritual que debía seguir.

Cuando recién había estrenado los 27 años Dios lo llamó cabe sí un 26 de abril de 1938 siendo sepultado en el monasterio donde había ingresado para seguir una vida espiritual acorde con su voluntad de hijo del Creador.

El caso es que la fama de santidad de un católico tan joven y tan entregado a su fe no tardó en salir de los muros del monasterio. Y es que aquello que había escrito estaba dotado de una especial atracción. Tal es así que el 20 de agosto de 1989, san Juan Pablo II lo propuso como modelo para los jóvenes que iban a acudir a la Jornada Mundial de la Juventud a celebrar en Santiago de Compostela. Y unos pocos años después, en 1992 fue beatificado (el 27 de septiembre).

Pero, seguramente, no bastaba con el reconocimiento que se hacía entonces. El Beato Rafael iba a subir un escalón más en el Cielo y el 11 de octubre de 2009 el ahora emérito Benedicto XVI canonizaba a quien había sabido comunicar al mundo que sólo Dios era suficiente para llevar una existencia propia de un buen y fiel hijo.

Que Dios nos ayude a acercarnos lo mejor posible al pensamiento espiritual de San Rafael Arnáiz, el hermano Rafael. Y, de paso, le pedimos que  interceda por nosotros. 

 VIII-Dios-y-mi-alma

En la contradicción… sólo Dios

19 de marzo de 1938 – sábado

“Bendito Jesús, ni yo mismo me entiendo. Ya no sé ni lo que quiero, ni lo que deseo, ni si deseo o quiero… Mi alma es un torbellino. A veces creo que ya está mi corazón vacío de todo, y a veces veo que no lo está… ¡En qué quedamos!… No lo sé.

Señor, tengo un deseo inmenso de cumplir tu voluntad y nada más que ella; hundirme en tu voluntad; amarla hasta morir; ahogarme en ella y vivir sólo para cumplirla… Esto es cierto.

Siento al mismo tiempo unos deseos míos de mortificación y penitencia. Siento inmensas ansias de padecer algo por Ti, mi buen Jesús.!

  

Las limitaciones que tienen todo ser humano resulta muy conveniente sean conocidas por el mismo pues, de no hacerlo así, es más que fácil que caiga en demasiados momentos en los que crea que es más de lo que es. Eso, además, sólo puede llevar a alejarse de Dios porque no nos damos cuenta de lo que, en verdad, somos.

Es fácil caer en contradicciones. El pensamiento del ser humano está llevado, demasiadas veces, por el  mundo y eso, con facilidad, nos atrae hacia donde no deberíamos ser atraídos.

Por tanto, no saber exactamente lo que queremos no es nada anormal sino, en materia espiritual, casi lo más ordinario.

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