InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Mayo 2015

10.05.15

La Palabra del Domingo - 10 de mayo de 2015

Biblia

Jn 15, 9-17. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

 

9 Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros;          permaneced en mi amor. 10        Si guardáis mis mandamientos,          permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11Os he dicho esto,  para que mi gozo esté en vosotros,  y vuestro gozo sea colmado. 12     este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros   como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 No os llamo ya siervos,   porque el siervo no sabe lo que hace su amo;   a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16     No me habéis elegido vosotros a mí,  sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto,  y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre  os lo conceda. 17 Lo que os mando es   que os améis los unos a los otros.»

        

  

COMENTARIO

 

Amar como Cristo nos amó

 

Quizá Jesús fue enviado del Padre sólo para una cosa, sólo para que comprendiésemos el principal mandato de Dios, el mandato del amor. Y digo mandato aunque esto pueda parecer excesivo. Esta palabra pudiera ser en exceso dura para quien no respeta a quien le dirige una orden pero que, si bien pensamos, y, sobre todo, en este caso, lo mandado y ordenado va, siempre en bien de sus receptores.

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9.05.15

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Sobre el cómo de una fe profunda: el Padre Nuestro

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que en efecto, en, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuánto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Sobre el cómo de una fe profunda: el Padre Nuestro

Y Jesús dijo… (Mt 6, 9-15)

Imaginamos cómo se encontrarían los apóstoles cuando, por una parte, seguían a Jesús y, por otra, no atinaban exactamente a comprender mucho de lo que les decía.

Pero había algo que querían aprender: orar. Orar como veían que lo hacía el Maestro. Y es que debían verle totalmente concentrado en el hablar con Dios. Por eso le pidieron que les enseñara a orar.

Aquella petición es la propia de alguien que quiere aprender, conocer, mucho de su fe. Y ellos querían hacer, al menos intentarlo, como hacía Jesús cuando lo veían orar al Todopoderoso.

El caso es que Jesús les enseña. Es más, de aquello dicho entonces nos ha llegado su huella y constituye la oración más característica del cristiano: el Padre Nuestro.

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8.05.15

¡Cuidado con ciertas ovejas!

 

 

Hay personas que, por atacar al papado, lo hacen ahora con la persona del Papa Francisco. Y, para eso, aprovechan cualquier ocasión para meterle el dedo en el ojo: que si dice esto o lo otro, que si hace lo de más allá, que si bien, que si mal…

 

En fin.

 

El caso es que, no con ánimo de molestar nada de nada al Santo Padre (para eso ya hay otros que lo hacen con gusto y, creen, con acierto) hay algo que debería tenerse en cuenta… por si acaso.

 

Muy al principio de su pontificado (en concreto en la Santa Misa Crismal del 28 de marzo de 2013), dijo esto:

 

“Sed pastores con ‘olor a oveja’, que eso se note–; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres.”

 

No podemos negar que la idea está muy traída al calor de lo que significa, para un discípulo de Cristo, ser oveja del Buen Pastor que es el Hijo de Dios. Nada mejor, por tanto, que quien pastorea a la grey de Dios, el sacerdote, huela a oveja por estar cerca de ella.

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7.05.15

Serie “Lo que Cristo quiere de nosotros” - Cristo quiere que le sigamos porque es el Camino

 


 Somos hijos de Dios y, por tanto, nuestra filiación divina, supone mucho. Por ejemplo, que en la misma tenemos a un hermano muy especial. Tan especial es que sin Él nosotros no podríamos salvarnos. Sencillamente moriríamos para siempre. Por eso entregó su vida y, por eso mismo, debemos, al menos, agradecer tan gran manifestación de amor. Y es que nos amó hasta el extremo de dar subida por todos nosotros, sus amigos.

 

El Hijo del hombre, llamado así ya desde el profeta Daniel, nos ama. Y nos ama no sólo por ser hermano nuestro sino porque es Dios mismo. Por eso quiere que demos lo mejor que de nosotros mismos puede salir, de nuestro corazón, porque así daremos cuenta de aquel fruto que Cristo espera de sus hermanos los hombres.

 

Jesús, sin embargo o, mejor aún, porque nos conoce, tiene mucho que decirnos. Lo dijo en lo que está escrito y lo dice cada día. Y mucho de los que nos quiere decir es más que posible que nos duela. Y, también, que no nos guste. Pero Él, que nunca miente y en Quien no hay pecado alguno, sabe que somos capaces de dar lo mejor que llevamos dentro. Y lo sabe porque al ser hijos de Dios conoce que no se nos pide lo que es imposible para nosotros sino lo que, con los dones y gracias que el Padre nos da, podemos alcanzar a llevar a cabo.

 

Sin embargo, no podemos negar que muchas veces somos torpes en la acción y lentos en la respuesta a Dios Padre.

 

A tal respecto, en el evangelio de san Juan hace Jesús a las, digamos, generales de la Ley. Lo dice en 15, 16:

 

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda”.

 

En primer lugar, no nos debemos creer que nosotros escogemos a Cristo. Quizá pudiera parecer eso porque, al fin y al cabo, somos nosotros los que decimos sí al Maestro. Sin embargo, eso sucede con el concurso de la gracia antecedente a todo lo que hacemos. Por eso es el Hijo de Dios el que nos escoge porque antes ha estado en nuestro corazón donde tenemos el templo del Espíritu Santo.

 

Pero importa saber para qué: para dar fruto. Y tal dar fruto sólo puede acaecer si damos cumplimiento a lo que Jesucristo espera de nosotros. Y que es mucho porque mucho se nos ha dado.

 

Cristo quiere que le sigamos porque es el Camino

 

 

El ser humano, desde que tiene conciencia de la existencia de Dios y, mejor aún, desde que el Creador, “Yo soy”, se dirigió a Abrahám, anhela algo con la mayor fuerza espiritual que pueda ser posible. El hombre, la criatura hecha a imagen y semejanza del Creador goza tan sólo con imaginar cómo ha de ser la existencia junto a Dios.

Ya, por ejemplo, desde el inicio de la vida del hombre quiso acercarse al Padre invocándolo a través de pinturas rupestres para solicitarle una caza abundante. Y así ha sido a lo largo de los siglos aunque, lógicamente, la percepción de la existencia de Dios ha ido mejorando y, tras la llegada al mundo del Mesías, hay mucho que damos por verdad. Sin embargo, seguimos anhelando lo mismo que todo ser humano, consciente de lo que supone ser hijo de Dios, anhela: la vida eterna. Y para eso hay que mostrarse a favor de ciertas realidades espirituales sin las cuales no es posible habitar alguna de las mansiones que Cristo nos está preparando.

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6.05.15

“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- ¿Cuánto tiempo dedicamos a orar y rezar?

Proceloso viaje de la Esposa de Cristo

La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

 

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

 

Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

 

¿Son, pues, otros tiempos?

 

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

 

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

 

El caso es que, como es lógico, las cosas han cambiado mucho, para el ser humano, desde que Jesús dijera aquellas palabras u otras de las que pronunció y quedaron para la historia del creyente católico como Palabra de Dios.  Por eso no es del todo extraño que se pueda lanzar la pregunta acerca de si estos son otros tiempos pero, sobre todo, que qué suponen los mismo para el sentido primordial de nuestra fe católica.

 

Por ejemplo, si de la jerarquía eclesiástica católica se dice esto:

 

Por ejemplo, de la jerarquía eclesiástica se dice:

Que le asusta la teología feminista.

Que es involucionista.

Que apoya a los sectores más reaccionarios de la sociedad.

Que participa en manifestaciones de derechas.

Que siempre ataca a los teólogos llamados progres.

Que deslegitima el régimen democrático español.

Que no se “abre” al pueblo cristiano.

Que se encierra en su torre de oro.

Que no se moderniza.

Que no “dialoga” con los sectores progresistas de la sociedad.

Que juega a hacer política.

Que no sabe estar callada.

Que no ve con los ojos del siglo XXI.

Que constituye un partido fundamentalista.

Que está politizada.

Que ha iniciado una nueva cruzada.

Que cada vez está más radicalizada.

Que es reaccionaria.

Y, en general, que es de lo peor que existe.

 

Lo mismo, exactamente lo mismo, puede decirse que se sostiene sobre la fe católica y sobre el sentido que tiene la misma pues, como los tiempos han cambiado mucho desde que Jesús entregó las llaves de la Iglesia que fundó a Pedro no es menos cierto, eso se sostiene, que también debería cambiar la Esposa de Cristo.

 

Además, no podemos olvidar el daño terrible que ha hecho el modernismo en el corazón de muchos creyentes católicos.

 

Por tanto, volvemos a hacer la pregunta: ¿son, éstos, otros tiempos para la Iglesia católica?

 

“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- ¿Cuánto tiempo dedicamos a orar y rezar?

Cualquier creyente católico sabe, aunque a lo mejor sólo de forma teórica, que orar es muy importante. En realidad, puede pensar que no se trata de algo, exclusivamente, propio de “beatos y personas de edad avanzada” que, viendo cercana la muerte quieren acercarse a Dios en beneficio de su vida eterna. Es más, hasta tenga por bueno que los grandes santos de la historia han tenido, de la oración, una estima muy alta y que, por decirlo pronto, han orado mucho.

 

Como somos discípulos de Cristo sabemos, por lo leído y escuchado a lo largo de nuestra vida, que Jesús, el Maestro y el Señor, oraba con mucha frecuencia. En primer lugar, lo hacía en los momentos importantes. Entonces se dirigía al Padre y oraba. Generalmente buscaba un lugar apartado (tenía preferencia por los lugares altos como los montes, por ejemplo) para encontrar un silencio apropiado. Entonces hablaba con Dios y le pedía lo que tuviera oportuno pedir.

 

Pues bien. Eso lo tenemos por muy bueno por ser Quien lo hacía alguien de una importancia vital para nuestras vidas y para la humanidad.

 

Sin embargo, el ser humano tiene de la vida, de la existencia, una visión demasiado materialista. Y no nos referimos a que quiera tener cosas las más posibles sino que, en materia espiritual tiene la mala tendencia a preguntarse para qué sirve lo que hace y, sobre todo, si, por ejemplo, orar o rezar cambia algo de lo que vive personalmente o vive aquella persona o circunstancia por las que pide

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