InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2014

17.01.14

Eppur si muove - Unas positividades bastante penosas

Padre, perdónalos

Ahora va a resultar que matar al inocente ser humano que se encuentra en el seno de la madre va a ser cosa bendecida por determinados pastores nuestros.

Penoso. Esto es penoso. Y lo es porque causa pena que haya personas de fe, se dice, que católica, que de una manera o de otra, por acción, diciéndolo, o por omisión, callando, den su visto bueno a una ley del aborto que, además, no va a ser la proyectada en su Anteproyecto (pues hay matarifes dentro del Partido Popular que no les parece nada bien, siquiera, que se mate como se pretende matar y quieren que se siga haciendo con solera, gracia y permiso oficial sin trabas ni nada de nada). El caso es que todo esto da qué pensar acerca de la fe y de las conveniencias de cada cual en según qué circunstancias.

En todo esto debemos decir que todo radicalismo es poco. Y decimos esto porque no podemos olvidar que radical es aquello que parte de la raíz, de lo que sostiene y, en fin, de aquello sin lo cual nada de lo demás, puede salir adelante. Y en el tema del aborto las medias tintas son sinónimo de relativismo y suponen dar aliento al Maligno para que siga sembrando la especie según la cual algunas muertes no han de ser tenidas en cuenta.

Y al hemos dicho otras veces pero lo volvemos a repetir: lo peor de todo esto es que pastores nuestros se muestren excesivamente dadivosos con los partidarios del aborto. Así de claro debemos decirlo.

Y, como no debemos esconder nada de lo que creemos es importante, lo decimos con toda claridad.

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16.01.14

Gozosos en el dolor

Jesús nos sostiene

Resulta, humanamente entendible, que cuando sufrimos algún tipo de padecimiento físico, suframos. En eso no puede haber nada de extraño pues tanto podemos sufrir física como espiritualmente ni tampoco podemos pretender ser unos superhéroes que no sientan ni padezcan. Es más, la verdad es, justamente, lo contrario: padecemos porque somos seres humanos y, por eso mismo, es posible, seguro, que en un momento y otro de nuestra vida, sobre nuestro cuerpo o sobre nuestra alma caerá alguna espada de Damocles.

Por eso, para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida pues lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia.

Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible pues también es más que cierto que el ser humano religioso o, lo que es lo mismo, que tiene de su existencia una visión trascendente, no puede tener la misma visión de lo que le pasa que quien no cree en el Creador Padre Todopoderoso. Y pruebas de eso las hay de todas las formas y medidas espirituales.

Dice san Josemaría en el número 208 de “Camino” “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es, sólo, fuente de perjuicio físico sino que del mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios.

Pero en “Surco” dice el Fundador del Opus Dei algo que es muy importante:

“Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”

Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón si, además, no olvidamos que lo que debemos hacer es acumular la vida eterna y no, precisamente, para la que ahora vivimos y en la que sólo estamos de peregrinación hacia ¡la Casa del Padre!

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15.01.14

Lo que vale una Misa

Santa Misa

Hay una anécdota que el P. Jorge Loring cuenta en su libro “Anécdotas de una vida apostólica”. Tiene relación con la Santa Misa.

Más o menos es así: iba, hace años de viaje por España. En tren. Como habían pasado las doce de la noche y tenía que decir Misa a la mañana siguiente no quería comer nada pues entonces, en aquella época en la que esto pasaba, el ayuno eucarístico era más exigente que ahora (1 hora antes de la comunión) y se suponía que el creyente no debía comer nada antes de la misa a partir de las doce de la noche. Y ruego se me perdone si la cosa no es, exactamente, así.

Algunas personas del vagón donde iba el P. Loring le invitaron a cenar porque veían que no comía nada de nada. Pero él rehusó diciendo que quería decir Misa y de haber comido entonces, no podría cumplir con aquel sagrado deber… ante la extrañeza (¡tan humana!) de aquellas personas que le acompañaban.

Bueno, eso era, aunque pueda parecer algo sin importancia, lo que suponía para el P. Loring la Santa Misa: todo.

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14.01.14

Un amigo de Lolo - El pecado

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

El Pecado

“El mal es una ganancia negra que se hace para todos. Y la mancha de las culpas actuales emborronan igual que otra caída del Paraíso”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (551)

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Por mucho que, actualmente, resulte poco moderno hablar de una realidad tan evidente como es el pecado, lo bien cierto es que Dios, en su inmensa sabiduría, ya sabía, al crear al ser humano y dotarlo de libertad, que era más que posible que la utilizase para hacer de su capa un sayo y romper la relación que le unía con su Creador.

Pecar, por tanto, no es cosa de unos pocos desgraciados seres humanos creyentes que sienten como una especie de imán que les atrae hacia aquello que saben, porque además lo saben, que Dios no estima como bueno y benéfico para sus vidas. Quien crea eso es que, o bien, no tiene un sentido muy claro de la realidad de las cosas y de la vida espiritual del hombre o bien ha venido de otro planeta y no es terrícola. Y como no creemos posible lo segundo, nos hacemos eco, con seguridad de éxito, de lo primero.

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13.01.14

Serie oraciones – invocaciones - Oración para el Año Nuevo

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Serie Oraciones – Invocaciones: Oración para el Año Nuevo

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