InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2014

16.10.14

¡Detente!

 ¡Detente!

Esta expresión, para un creyente, quiere decir mucho porque supone, en primer lugar, que se opone a quien quiere detener y, en segundo lugar, que sabe que puede confiar en Quien puede ayudar a detener al Mal. No está solo. 

 

El ¡Detente!, instrumento espiritual de gran ayuda para el creyente, tiene su origen en Santa Margarita María Alacoque que dejó escrito esto:

 

“El Señor me hizo ver que el ardiente deseo que tenia de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número, le había hecho formar el designio de manifestar su Corazón a todos los hombres, con todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracias, de santificación y de salvación que contiene. A fin de que cuantos quieran rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que puedan, queden enriquecidos abundante y profusamente con los divinos tesoros del Corazón de Dios, cuya fuente es, y al que se ha de honrar bajo la figura de su Corazón de carne, cuya Imagen quería ver expuesta y llevada por mi sobre el corazón, para grabar en él su amor y llenarlo de los dones de que está repleto, y para destruir en él todos los movimientos desarreglados; que esparciría sus Gracias y Bendiciones por dondequiera que estuviere expuesta su Santa Imagen para tributarle honores, y que tal bendición seria como último esfuerzo de su amor, deseoso de favorecer a los hombre en estos últimos siglos de la Redención amorosa”.

 

Abunda, por eso mismo, la misma santa cuando en una carta a la Madre de Saumaise y le dice que

“Nuestro divino Maestro me ha dicho que desea y quiere que se hagan imágenes pequeñas de su Divino Corazón, para que aquellos que quieran Honrarlo en privado, puedan tenerlas en sus casas, y otras pequeñas para llevarlas sobre sí”

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15.10.14

Serie Principios básicos del Amor de Dios – Dios es justo

Amor de  Dios

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

(1 Jn 4, 16)

Este texto, de la Primera Epístola de San Juan es muy corto pero, a la vez, muestra la esencia de la realidad de Dios al respecto del ser humano que creó y mantiene en su Creación.

Es más, un poco después, tres versículos en concreto, abunda en una verdad crucial que dice que: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero”.

Dios, pues, es amor y, además, es ejemplo de Amor y luz que ilumina nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo. Pero eso, en realidad, ¿qué consecuencias tiene para nuestra existencia y para nuestra realidad de seres humanos?

Que Dios sea Amor, como es, se ha de manifestar en una serie de, llamemos, cualidadesque el Creador tiene al respecto de nosotros, hijos suyos. Y las mismas se han de ver, forzosamente, en nuestra vida como quicios sobre los que apoyarnos para no sucumbir a las asechanzas del Maligno. Y sobre ellas podemos llevar una vida de la que pueda decirse que es, verdaderamente, la propia de los hijos de un tan gran Señor, como diría Santa Teresa de Jesús.

Decimos que son cualidades de Dios. Y lo decimos porque las mismas cualifican, califican, dicen algo característico del Creador. Es decir, lo muestran como es de cara a nosotros, su descendencia.

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14.10.14

Un amigo de Lolo – Decálogo del enfermo: Una fe profunda en el dolor

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Quinto precepto del decálogo del enfermo:

“Roca de fe. Que el cuchillo te arranque chispas como a la piedra de afilar. ”

Una fe profunda en el dolor

Lolo

Jesucristo dijo en una ocasión (seguramente más aunque no lo sepamos) que no había que construir sobre arena porque venía la riada y se llevaba la casa. Era, además, cosa de necios hacer tal cosa.

Lo que sí era de personas que actuaban inteligentemente era construir sobre la roca pues cuando viniera la riada no se llevaría la casa.

Aquella era una forma de introducir, de poner sobre la mesa, de hacer entender, que en materia de fe, en materia de espiritualidad, lo mismo pasaba y pasa.

Cuando se afilaba (seguramente eso ya no se hace), por ejemplo, un cuchillo o una navaja restregándola con fuerza con una piedra apta para tal menester, se buscaba mejorar la hoja cortante del mismo o de la misma. Así se consigue que su uso pueda ser productivo o, por decirlo pronto, que valga para lo que se hizo tal instrumento.

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13.10.14

Serie oraciones – invocaciones - Romano Guardini: plena confianza en Dios

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre 
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud. 

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso. 

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador. 

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración“es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Durante unas cuantas semanas vamos a dedicar esta serie a un gran católico como lo fue, y es, Romano Guardini. En su libro “Cartas sobre la formación de sí mismo” dedica una de ellas a la oración. En tal carta desgrana una serie de oraciones que vale la pena traer aquí. Y así lo haremos, con la ayuda de Dios.

Serie Oraciones – Invocaciones: Romano Guardini: plena confianza en Dios

Romano Guardini

“Señor, hay tantas necesidades en el mundo. A Ti encomiendo todos los pobres, todos los enfermos y perplejos: todos los que sufren. Atrae a Ti los corazones. Haz que sus ojos se abran a tu verdad. Guía a los que buscan. Lleva a casa a los extraviados. Señor, Tú eres la verdad omnipotente y la sabiduría sin fin, atrae a Ti cuanto esté lejos de Ti. Llévanos a todos cada vez más cerca de Ti. Ábreles los ojos a los hombres para que conozcan la verdad. Enséñales a querer el bien y a luchar por él con alegría. Haz que se vean como hermanos y hermanas. Con nuestras propias fuerzas no podemos obtener la paz. Haz que se implante primero en nuestros corazones, y después podrá unir también a los pueblos entre sí. Reúne a todos los hombres en la unidad de la fe para que haya un solo Reino, una sola comunión de todos en Ti. A ti encomiendo todos los difuntos. Acógelos en tu paz ”

Cuando un hijo de Dios que es consciente que lo es se dirige al Padre sabe que siempre le escucha. Por eso pedimos, con atrevimiento, por muchas necesidades, a lo mejor lejanas o desconocidas las personas para quienes las pedimos, porque miramos a Dios, desde nuestro corazón, con plena confianza y seguridad en su misericordia.

Ciertamente, hay mucho por lo que pedir…

Miremos donde miremos, podemos ver a quienes se encuentran pasando malos momentos físicos porque padecen enfermedades y sufren. Muchas veces, además, sufren más que por la enfermedad por la soledad con que la enfrentan por abandono de amigos e, incluso, familiares. Por tales personas nos ayuda a pedir esta oración de Romano Guardini.

Sabemos que conviene mucho al ser humano acercarse a Dios, estar cerca de Quien lo ha creado y mantiene.

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10.10.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Fe y sufrimiento

 

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículosvamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Fe y sufrimiento

Fuerza que conforta en el sufrimiento
“56. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sobre sus tribulaciones y sufrimientos, pone su fe en relación con la predicación del Evangelio. Dice que así se cumple en él el pasaje de la Escritura: ‘Creí, por eso hablé’ (2 Co 4,13). Es una cita del Salmo 116. El Apóstol se refiere a una expresión del Salmo 116 en la que el salmista exclama: ‘Tenía fe, aun cuando dije: ‘‘¡Qué desgraciado soy!’’ (v. 10). Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se hace manifiesta y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento. El Apóstol mismo se encuentra en peligro de muerte, una muerte que se convertirá en vida para los cristianos (cf. 2 Co 4,7-12). En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro que ‘no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor’ (2 Co 4,5). El capítulo 11 de la Carta a los Hebreos termina con una referencia a aquellos que han sufrido por la fe (cf. Hb 11,35-38), entre los cuales ocupa un puesto destacado Moisés, que ha asumido la afrenta de Cristo (cf. v. 26). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último ‘Sal de tu tierra’, el último ‘Ven’ , pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.

57. La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, ‘inició y completa nuestra fe’ (Hb 12,2).

El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf. 2 Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad (cf. 1 Ts 1,3; 1 Co 13,13) nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad ‘cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios’ (Hb 11,10), porque ‘la esperanza no defrauda’ (Rm 5,5).

En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que ‘fragmentan’ el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza.

Lumen fidei

No hay duda alguna, para quien contemple la vida desde un punto de vista ordinario o normal, que todo ser humano sufre. En algún momento de su vida el hombre, creación de Dios a imagen y semejanza suya, pasará por malos momentos pues bien el dolor se adueñará de su cuerpo o bien el sufrimiento espiritual no lo dejará vivir.

El ser humano, pues, ha de plantearse cómo responder a tales secuencias de su existencia.

A tal respecto, el Papa Francisco comprende que la fe, la luz de la fe, tiene una utilidad no menguada sino, al contrario, aumentada según sea la que el creyente tenga. Por eso, quien mucha tiene, gran utilidad puede obtener de ella y, al reves, quien poca tenga, poca utilidad obtendrá.

En tales momentos, es Dios quien nos auxilia y con el Creador podemos salir adelante. Y es que somos débiles y sufrimos y en esos instantes Quien nos creó y mantiene nos echa una mano, una gran mano creadora.

Sobre el sufrimiento, acerca del mismo, hay muchas incomprensiones. Primero por parte de quien no cree pero, desgraciadamente, también por parte de quien tiene confianza en el Todopoderoso. Y en tales casos es cuando más conviene, nos conviene, tener presente el poder del Amor de Dios en materia de sufrimiento y de dolor. Es más, teniendo a Cristo como ejemplo, podemos llegar a proclamar, ¡bien fuerte!, que en el sufrimiento podemos crecer espiritualmente y tener a Dios más cerca de nuestro corazón.

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