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1.01.23

Durante la consagración, no suena ninguna música de fondo

catedral de sevilla

Las rúbricas no dan lugar a margen de duda. Los documentos son claros. Cualquiera que los lea es capaz de darse cuenta. Y es que durante la consagración, no debe sonar el órgano ni ninguna otra música, ni sonar guitarra suavemente o melodías a boca cerrada. El silencio envuelve todo, mientras el sacerdote, lleno del Espíritu Santo, actuando in persona Christi va diciendo: “tomó pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed…””

Absoluto silencio en la consagración. Sólo la voz del sacerdote, Cristo mismo, se oye, y todos de rodillas asisten al Misterio de la consagración.

Enmudece el órgano, no hay sones suaves que quebranten ese silencio. Tampoco, ¡mucho menos!, guitarras que rasgadas suenan sus acordes para intentar hacer más emotiva la consagración y la mostración del Cuerpo y Sangre del Señor. No. Silencio absoluto. Ningún instrumento suena durante la consagración, ninguno.

Además, en la liturgia… ¡no existe el hilo musical, la música de fondo, mientras se reza en común o mientras el sacerdote pronuncia una oración o plegaria!

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28.12.22

Anotaciones para celebrar mejor la Plegaria eucarística (y V)

Plegaria Eucarística: epiclesis

Sabiendo qué es la liturgia, y cómo Cristo es el centro absoluto de todo, el sacerdote será un humilde servidor de los misterios para bien de los fieles presentes, de la comunidad celebrante. El sacerdote es un ministro, es decir, un servidor: “Cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, y en el modo de comportarse y de proclamar las divinas palabras, dar a conocer a los fieles la presencia viva de Cristo” (IGMR 93).

El sacerdote, con espíritu de fe y de obediencia, sigue el Misal, la liturgia que la Iglesia le entrega, y evita ser el centro de la celebración para que brille sólo Jesucristo. Sin duda, hay que evitar los protagonismos, así como la manipulación de la liturgia y la arbitrariedad. Han sido constantes y reiteradas las llamadas del Magisterio para frenar estos excesos “por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación”, considerando “como no obligatorias las ‘formas’ adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 52).

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