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28.02.19

Padrenuestro (II - Respuestas XXXIV)

4. En el Misal romano, la primera fórmula con la que el sacerdote invita a los fieles a orar es antigua y clásica: “fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir…” A muchos les resulta dura o extraña esa expresión: “nos atrevemos a decir”; contagiados de una imagen muy secularizada de Dios han olvidado que siendo nuestro Padre, Dios es Dios, estamos ante el Misterio, y es osadía, o audacia, llamarle “Padre”. Sólo lo hacemos porque Cristo nos lo ha dicho así y nos ha dado el Espíritu Santo que clama “Abba, Padre” (Gal 4,6). Rezamos así con un santo atrevimiento, con confianza filial, pero llena de reverencia, de piedad, del santo temor de Dios, conscientes de nuestra pequeñez ante el Misterio mismo de Dios.

    El Catecismo lo recuerda también:

“En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padrenuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: Atrevernos con toda confianza; Haznos dignos de” (CAT 2777).

   Es luminoso el comentario que escribe Jungmann a esta monición: “El entusiasmo que produce la majestad de la oración dominical, reflejada en tales palabras, encuentra su expresión tamibén, aunque en forma más comedida, en las frases introductorias de nuestra misa romana. Para el hombre, formado de polvo y cenizas, es, ciertamente, un atrevimiento (audemus) hacer suya una oración en la que se acerca a Dios como hijo a su padre. Acabamos de ver mencionada la palabra “atrevimiento” en las liturgias orientales. Se repite con frecuencia en boca de los santos Padres cuando hablan del Pater noster. Comprenderemos aún mejor la reverencia que siente ante la oración dominical la liturgia romana y que, sin duda, está muy en su puesto, si recordamos que entonces a esta oración se la mantenía en secreto no sólo ante los gentiles, sino aun ante los catecúmenos hasta momentos antes de que por el bautismo se convertían en hijos del Padre celestial. Pero hasta los ya bautizados debían sentir siempre con humildad la enorme distancia que les separaba de Dios. Por otra parte, el mismo Hijo de Dios nos enseñó estas palabras, mandándonos que las repitiéramos. Fue éste un mandato salvador, una instrucción divina. Los sentimientos concretados en la oración cuadran maravillosamente con la hora en que tenemos entre nuestras manos el sacrificio con que el mismo Hijo se presentó y sigue presentándose ante su Padre celestial”[1].

  Otras posibles moniciones, en el Misal, subrayan otros aspectos. Son más recientes –se incorporaron a la reimpresión castellana de 1988-. “Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que el mismo Cristo nos enseñó”: subraya la filiación divina y el motivo por el cual podemos recitar la Oración dominical. Otra monición dice: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado; digamos con fe y esperanza”. Tomando un versículo paulino (Rm 5,5), recuerda que la filiación divina es el Don gratuito de su Espíritu Santo, recibido en el Bautismo y la Confirmación, que ora en nosotros y por eso con fe y esperanza oramos nosotros. Y una tercera fórmula: “Antes de participar en el banquete de la Eucaristía, signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna, oremos juntos como el Señor nos ha enseñado”. Incide en la idea de la Eucaristía como sacrificio que realiza la reconciliación entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí. Oramos pidiendo perdón a Dios y perdonando para vincularnos al sacrificio reconciliador de Jesucristo.

  Dicho sea de paso, es una fórmula breve y clara esta monición sacerdotal el Misal: ya hemos visto las fórmulas que ofrece el Ordinario de la Misa. Se empobrece y se seculariza todo cuando se sustituye por una pequeña homilía aquí, inacabable, repitiendo temas. Recordemos: es una monición sobria y escueta.

  Lo mismo presenta el rito ambrosiano de Milán. Son fórmulas breves con las que el sacerdote introduce a todos a la recitación conjunta del Padrenuestro. La primera es la clásica: “Obedientes a la palabra del Señor y formados por su divina enseñanza, nos atrevemos a decir”. Además ofrece las siguientes: “Guiados por el Espíritu de Jesús e iluminados por la sabiduría del evangelio, nos atrevemos a decir”; “Dios Padre envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ‘¡Abba, Padre!’. Sea éste nuestro mismo grito mientras nos atrevemos a dirigir a Dios la oración que Jesús mismo nos enseñó”; “Con el bautismo nos hemos convertido en hijos de Dios y como tales Dios mismo nos invita ahora a su mesa: con gozosa confianza dirijamos a él la oración que Jesús nos enseñó”, y la última monición en el rito ambrosiano, invitando además a que los fieles extiendan las manos para rezarlo: “Levantando las manos hacia el Padre que está en los cielos y dejándonos guiar por el Espíritu Santo que ora en nosotros y por nosotros, digamos juntos la oración que Jesús mismo nos enseñó”.

   En la peculiar estructura, tan oriental, de la Misa hispano-mozárabe, el Padrenuestro es introducido no por una monición fija (que tenga dos o tres fórmulas alternativas), sino por una pieza, una oración, que es propia de cada Misa y que se llama “ad dominicam orationem”. Esta oración propia de cada Misa, elabora algún tema de la celebración o Misterio del día, dirigida a Dios Padre e incluso a Jesucristo, y no a los fieles, terminando con una fórmula de enlace que suele decir: “y desde la tierra nos atrevemos a decir”, o “clamamos desde la tierra”.

    En el IV domingo de Adviento, el sacerdote introduce al Padrenuestro diciendo:

Oh Dios altísimo y todopoderoso, Padre sin principio

tú quisiste que la venida de tu Unigénito, hecho hombre,

fuese el remedio para obtener nuestra reconciliación,

a fin de que recibiéramos por él la gracia de la adopción.

Sin comienzo y antes de todos los siglos,

engendrado por ti e igual a ti por su naturaleza divina,

por él hemos sido adoptados como hijos,

a pesar de que, por nuestros méritos,

no merecíamos ni ser siervos;

haz que podamos celebrar tan gran solemnidad

diciendo y proclamando sin dificultad:

     En la Misa de la Natividad del Señor:

 Al que mostró el Camino por el que hemos de avanzar,

al que enseñó la Vida que hemos de proclamar,

al que estableció la Verdad que hemos de observar,

a ti, oh Padre supremo, con corazón conmovido,

clamamos desde la tierra:

  La solemne fiesta de la Aparición del Señor –la adoración de los Magos…- presenta esta oración:

 Cristo Dios, que, al salir del seno virginal,

apareciste hoy en el mundo como una luz nueva,

reconocido en la estrella y adorado en los dones;

sácianos con el panal de miel de tus buenas palabras,

adecuadas oraciones y piadosas respuestas;

para que la dulzura de sentirnos escuchados

nos sirva de salud de alma y cuerpo,

y para que, gustando y comprobando

la seguridad de tu presencia, Señor,

no volvamos a desviarnos hacia la amargura del mundo,

sino que, pendientes de tus palabras celestiales,

con el alma y el corazón invoquemos por ti al Padre

desde la tierra:

   Y el VI domingo de la Pascua:

 Levántanos en tu presencia, Dios todopoderoso,

en quien vivimos, a quien nos hemos consagrado,

de quién hemos recibido el bien de nuestra salvación,

es don tuyo nuestra celebración,

favor tuyo la vida de los creyentes,

rescate tuyo la resurrección de los muertos.

Hazte presente en los sacrificios que estableciste,

en las alegrías que nos has procurado,

tú que con la resurrección de tu Hijo

confirmaste la esperanza de nuestra resurrección y redención.

Conserva en nosotros este don tuyo

entre todo y por encima de todo;

que en este día de la resurrección del Señor,

entonando cantos dignos de ti

podamos decirte desde la tierra:

 

   La monición, en general, salvando la peculiaridad de cada familia litúrgica “asume varias funciones. Ante todo, relaciona el Pater noster con su origen, es decir, con el mandato y con la enseñanza del Señor, ilustrándolo así en su inigualable valor. El prólogo además es necesario también por razones de estructura por cuanto sirve de paso de la plegaria eucarística a la sección de la comunión”[2].

 



[1] JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, 970-971.

[2] RAFFA, Mistagogia della Messa, 448.