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10.01.20

Es hora de que todos hagamos algo

La Iglesia, y en particular el sacerdocio ministerial, viven tiempos difíciles.

No es fácil establecer paralelismos con otras épocas, ya que no podemos tener una idea completamente exacta de cómo se vivía y actuaba. Pero creo que tampoco es estrictamente necesario: nos basta confrontar lo que hoy ocurre con la Palabra divina y las grandes intuiciones de la Tradición.

Entre todas las realidades complejas de este tiempo, me preocupa de modo especial la creciente certeza que hoy podemos tener sobre el grave problema de la homosexualidad en los Seminarios y entre miembros del clero.

Les recomiendo vivamente este video que corresponde a la parte final de una conferencia sobre las estrategias del nuevo orden mundial. La he subido a mi canal con autorización de su autor, movido por mi creciente inquietud.

Fray Nelson expone con claridad algo que si me lo contaban hace 15 o 20 años hubiera rechazado como una teoría extravagante. Fundamentalmente su argumento es este: personas homosexuales, plenamente conscientes de su tendencia y muchas veces con experiencias previas de relaciones con personas del mismo sexo, han accedido al ministerio sacerdotal. Algunas veces han ocultado su condición, otras veces la han desarrollado de modo clandestino en los seminarios y, en los casos más grave, la han desarrollado abiertamente con otros seminaristas e incluso sacerdotes en ese tiempo de formación.

El problema no radica solamente en que –como se ha demostrado hasta el cansancio- existan mucho mayores posibilidades de que un sacerdote homosexual abuse de menores de edad o intente vivir relaciones homosexuales con adultos mientras ejerce el ministerio. Esto es de por sí algo de una gravedad inaudita.

El problema es aún más grave: en algunas diócesis y congregaciones religiosas estos miembros del clero suelen organizarse al modo de una “mafia”, intentando ocupar puestos de relevancia y toma de decisiones, e impidiendo que otros que no comparten y rechazan su accionar accedan a esos lugares. Estos sacerdotes promueven y recomiendan a quienes forman parte de su “club”, y relegan y descalifican a quienes no están allí incluidos.

Y existe aún otro riesgo. Es posible que detrás de declaraciones de algunos organismos –como la Pontificia comisión bíblica- u homilías de importantes jerarcas –como la que enlazo aquí- no haya sólo ni principalmente un punto de vista teórico, sino el intento de justificar bíblica o pastoralmente el propio desorden, presentándolo como normal y contradiciendo así la Escritura y la entera Tradición.

Todo esto se expone con su habitual claridad en el video cuyo enlace comparto aquí. No dejen de verlo, porque de lo contrario no se comprenderá la conclusión que aquí quiero esbozar.

 

¿Qué podemos hacer?

La situación es muy desalentadora. Sé que para algunos esta realidad puede ser motivo de escándalo, o de una dolorosa decepción. No obstante, creo que es necesario que la afrontemos de una vez por todas. Y creo que todos los fieles laicos pueden hacer algo.

1. En primer lugar, oración y penitencia, para que el Señor purifique su Iglesia y la libre de “lobos disfrazados con piel de cordero”. Oración por los obispos para que sean fuertes, para que no toleren situaciones inmorales o incluso perversas, para que no “impongan las manos” a cualquier candidato, sea cual sea la necesidad pastoral. Oración por la perseverancia de los que tienen verdadera vocación y recta intención, los cuales, muchas veces, han abandonado su camino vocacional desanimados por estas inesperadas situaciones que alguna vez le toca vivir.

2. En segundo lugar, si los fieles laicos son testigos directos de situaciones de inmoralidad, especialmente de relaciones homosexuales de sacerdotes, deben hablar. Es difícil pensar un camino armonioso, pero creo que lo primero sería hablar con la persona e instarlo a que abandone el ejercicio del ministerio y deje de ofender al Señor con su conducta. También es un paso necesario hablar con otro sacerdote con algún vinculo de amistad o de autoridad. Sería lo normal poder hablar con el obispo de ese sacerdote, presentando un testimonio por escrito –con dos copias, llevando en una el sello del recibido- solicitando una rápida actuación

3. Lamentablemente la experiencia indica que en la Iglesia nos ha costado reaccionar ante situaciones de esta índole. Es evidente que habría que intentar proteger lo más posible la fe de los simples, pero si agotadas todas las instancias anteriores no se logra que el sacerdote revierta su conducta, se puede pensar su publicación y publicidad como un último recurso. Sé que esto es opinable y discutible, pero también lo que hemos vivido en los últimos 20 años nos muestra que sólo cuando algunos hechos inmorales o delictivos toman pública notoriedad –medios de comunicación social, redes- las autoridades actúan ante la presión recibida. Me duele tener que escribir esto, y espero que quede claro que sólo sería éticamente válido una vez intentadas las anteriores instancias, siempre que medie la certeza de la conducta inmoral percibida.

4.   Un último punto: de ninguna manera y bajo ningún punto de vista los fieles laicos alentarán el ingreso al seminario o la vida religiosa de jóvenes u hombres que hayan tenido una vida homosexual activa. Es más: el documento de la Santa Sede que aborda este tema de manera específica se expresa así:

“la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.”

Es un tema debatido si un joven que experimentó una tendencia homosexual sólo temporaria (períodos de confusión) pero nunca la llevó a los actos, puede ser admitido. Algunos piensan que esos episodios temporales (es decir, no “profundamente arraigados”) pueden ser trabajados con “herramientas” y ayuda espiritual y psicológica, permitiendo a la persona alcanzar el suficiente equilibrio y madurez humana y cristiana y una vida virtuosa, en la armonización de su impulso sexual. Así se expresa el citado documento:

Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, ésas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.

Pero queda fuera de duda que un joven que haya tenido cualquier tipo de actividad homosexual en su infancia, adolescencia o juventud no puede ser admitido en un seminario o noviciado, y mucho menos ordenado.

De esto se deriva una consecuencia bien concreta, especialmente para los fieles laicos: si conoces con certeza a alguno que haya vivido esa situación y esté en un camino formativo, aunque sea doloroso, debes poner en conocimiento a sus formadores y el obispo del lugar, pero no es posible que esa persona continúe su proceso.

Recemos para que el Señor nos dé a todos la luz y la fortaleza para servirlo con pureza de corazón, de conciencia y de vida.

Que la Madre y Reina de los sacerdotes nos anime a alcanzar una plena fidelidad a las enseñanzas de su Hijo.