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23.08.09

Santos por las calles de Nueva York (I): Pierre Toussaint

PIERRE TOUSSAINT SUPERÓ CON LA CARIDAD CRISTIANA EL RACISMO Y DE LOS PREJUICIOS ANTICATÓLICOS DE SU ÉPOCA

La ciudad de Nueva York, considerada por muchos en cierto sentido la capital del mundo, es famosa por sus finanzas, su turismo, sus comercios, museos, teatros, y otros muchos aspectos que la hacen verdaderamente fascinante. Lo que muy pocos saben es que es una ciudad con profundas raíces religiosas y, por lo que a nosotros atañe, con una fuerte práctica católica hoy en día, representada por el alto número de fieles que asisten diariamente a la Santa Misa (muchos más proporcionalmente de los que lo hacen en ciudades tradicionalmente católicas del continente europeo) y las innumerables instituciones -antiguas y nuevas- de caridad promovidas por la Iglesia. Todo esto es fruto de la semilla sembrada por hombres y mujeres que vivieron y trabajaron es esta ciudad, a los cuales dedicamos una serie de artículos. Hoy comenzamos con uno de los personajes más conmovedores de toda la historia de la ciudad, el Venerable Pierre Toussaint, al que hasta los protestantes consideraban santo.

Pierre nació esclavo en Haití alrededor del año 1766. Haiti era por aquel entonces la colonia Francesa más rica del Caribe por sus numerosas plantaciones. En el costado occidental de La Española, isla donde Colón arribó por vez primera, los franceses fundaron Santo Domingo (actual Haití), que por mucho tiempo fue la más próspera de las colonias francesas. Atraídos por la riqueza de esas tierras, muchos miembros de la pequeña nobleza llegaron desde la metrópolis para hacer fortuna en las colonias. Entre ellos venía Jean Bérard, que obtuvo una rápida prosperidad gracias a sus plantaciones en la ciudad de Saint Marc.

Pierre y su familia pertenecían al señor Jean Bérard. Hacía mucho tiempo que su abuela Zenobe y su madre Úrsula prestaban significativos servicios como esclavas a la familia Bérard; una, llevando los hijos de su ama a París, para que recibieran una mejor educación, y la otra sirviendo como camarera íntima de la familia. La mayoría de los esclavos trabajaban en los campos produciendo azúcar, café, añil, tabaco y fruta, pero Bérard tomó gran aprecio a Pierre, asignándole a trabajar en su residencia. Allí le enseñó a leer y escribir. El Señor Bérard cuidaba de que sus esclavos practicaran la fe Católica y escogió a su hija para que fuese la madrina de Pierre. Una amiga de la familia declara: “Me acuerdo de Toussaint entre los esclavos, vestido con una chaqueta roja, muy ingenioso, entusiasta de la música y el baile, y dedicado a su joven y alegre señora.”

En 1791, cuando el clima de la Revolución Francesa alcanzó a sus posesiones de ultramar y por tanto también a aquella isla ocurrió, la gran revuelta de los esclavos en Haití. Ocurrieron muchas atrocidades de ambas partes hasta que finalmente las tropas francesas se retiraron en 1797. Jean Jacques Bérard, sucesor de su padre, decidió irse a la Ciudad de Nueva York hasta que se calmasen las cosas. Se llevó con él a su esposa, sus dos hermanas, cinco esclavos y, únicamente, los fondos suficientes para mantener el hogar por un año. Entre los esclavos que fueron estaban Pierre y su hermana Rosalie, los cuales nunca mas verían al resto de su familia. En Nueva York, Bérard gestionó para que Pierre fuese aprendiz del señor Merchant, uno de los mejores barberos de la ciudad. “En eso debe haber entrado la mano de la Providencia”, dirá Toussaint más tarde, al considerar cuán útil le fue esa profesión para dar cauce a su inmensa caridad. Pierre progresó rápidamente demostrando tener gran talento para los elaborados estilos de pelo de esos días, los clientes comenzaron a solicitarlo por nombre y rápidamente se convirtió en el estilista de las damas famosas de las familias Schuylers, Hamiltons, La Farges, Binsses, Crugers, Hosacks y Livingtons. Estimaban mucho a Pierre por su discreción y comportamiento: “Pierre Toussaint fue admirado por la aristocracia protestante blanca de Nueva York que lo trataba como un igual, le confiaba (sus preocupaciones) y se aconsejaba con él” (Christian Tyler, “Financial Times",14/15 Marzo de 1998). No hay que olvidar que en aquella época, dicha aristocracia no sólo era protestante, sino además, por lo general, tremendemente recelosa de todo lo católico.

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13.08.09

Los pilares de la Europa Cristiana (I): Santa Genoveva, Patrona de Paris

LA TRADICIÓN NOS PRESENTA LA FIGURA DE ESTA MUJER FUERTE A LA QUE DEBEN SU FE LOS PARISINOS

(Comenzamos una serie de artículos sobre aquellos y aquellas que con su testimonio y apostolado hicieron posible la Europa cristiana que conocemos)

Mezclando un poco de tradición histórica y un poco de leyenda, la figura de esta gran santa destaca, poderosa, en medio del florecimiento cristiano primitivo, que venia a sustituir a los antiguos ídolos griegos, latinos o celtas. Su nombre está asociado a la vida de los habitantes antigua Lutecia. La montaña donde Clovis había levantado una iglesia en honor de San Pedro y San Pablo se llamaría en lo sucesivo montaña de Santa Genoveva. Al lado del rey merovingio será enterrada y sucesivas vicisitudes llevarán sus cenizas hasta el lugar que hoy ocupa la iglesia de Saint Etienne du Mont, rodeados de una hermosa reja de hierro forjado, entre cirios y exvotos de sus fieles agradecidos.

Lutecia era una ciudad sin importancia, inferior a Sens o a Lillebonne. Los textos antiguos parecen ignorarla. Cesar, en su Guerra de las Galias, hace mención escasa del oppidum de los parisii, cuando tuvo necesidad de cruzar por él en el año 53 antes de J. C. Lo cita como un territorio tranquilo en los imites de la ‘Céltica y del país de los belgas, encerrado en una isla formada por 1os brazos del río Sena. En la época romana, las grandes vías de comunicación trazadas por los vencedores van a dar importancia a la ciudad recién nacida, al paso de las tropas romanas, que llegarán hasta la península Ibérica, jalonando todo el territorio español de construcciones imperecederas.

Más adelante, de la isla, la pequeña ciudad irá subiendo hasta la montaña de Santa Genoveva. Los edificios que pudiéramos llamar oficiales la embellecían y, aunque sus habitantes siguen siendo escasos, ya se vislumbra a través de la vida pública que comienza, un auge incesante, que las dinastías reinantes se encargaran de acrecer.

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