InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Pio XII

20.12.09

Un acto de justicia histórica hacia Pío XII

LO QUE TODOS AFIRMARON CUANDO MURIÓ PÍO XII Y QUE LA LEYENDA NEGRA HABÍA HECHO OLVIDAR A ALGUNOS

La decisión de Benedicto XVI de declarar Venerable a Pío XII es un acto de justicia por parte del Papa. Sería desconocer a este Papa el pensar que dejaría de realizar un acto tan justo como el de declarar Venerable a Pío XII por miedo a los medios de comunicación o a las presiones de ciertos rabinos ignorantes o malintencionados(que ni siquiera son la mayoría). Él ha hecho lo que ha visto que era de justicia, y realmente lo es. Y los susodichos rabinos han empezado a dar la matraca en contra de la decisión papal, como se esperaba, pero la justicia es la justicia.

Cuando Pablo VI anunció durante el Concilio el propósito de comenzar la causa de Canonización de su predecesor Juan XXIII, anunció a la vez el comienzo de la causa de Pío XII, uniendo estrechamente dichas causas, una de las cuales confió a los Dominicos y la otra a los Jesuítas. Se concluyó mucho antes la de Juan XXIII, porque realmente era más fácil, y sirvió su beatificación para quitarse en el Vaticano un problema que no sabían como resolver para no quedar mal con el estado italiano, esto es, la beatificación de Pío IX. Realizadas ambas Beatificaciones, quedaba esperar el final de la causa de Pío XII, que ha sido lenta y fatigosa, pero que ha concluido en tiempo bastante oportuno para poder hacerla a coincidir con otra declaración de Venerable -y quizás también con la Beatificación- de Juan Pablo II, que a todos parecerá bien y en principio no atraerá ninguna crítica.

Son coincidencias (aunque ha habido que retrasar el decreto de virtudes heroicas de Pío XII un par de años) que ayudan a la Santa Sede a presentar algo tan justo y verdadero como la santidad del Pastor Angélico, pero que pocos quieren escuchar en el mundo progre de hoy. Ha sido tan larga y profunda la leyenda negra que ha rodeado a Pío XII, que parecía que nunca se llegaría su Beatificación. Se necesitaba la valentía de un Papa sin respetos humanos pero con gran respeto a la verdad y el bien de la Iglesia.

El pobre Pío XII ha tenido que aguantar de todo en los últimos años, aunque desde el cielo imagino que le habrá importado poco. Las mentiras más gordas se han dicho sobre él sin ningún pudor, y temo que en los próximos meses serán repetidas por el coro de los periodistas mediocres que pueblan la faz de la tierra (que no son todos, por supuesto, pero sí son muchos). Y, sin embargo, si quisieran averiguar la verdad la podrían encontrar facilmente.

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8.12.09

In Memoriam: El P. Pierre Blet S.I., gran historiador de Pío XII

HOMENAJE AL GRAN HISTORIADOR Y DEFENSOR VERAZ DE LA MEMORIA DE PÍO XII

RODOLFO VARGAS RUBIO

A la edad de 91 recién cumplidos falleció en Roma 29 de noviembre pasado, en el Hospital del Espíritu Santo, el R.P. Pierre Blet, S.I., a consecuencia de un fallo cardíaco. Hacía ya algún tiempo que la salud del hoy llorado Padre Blet se hallaba resentida, lo cual había motivado su traslado de la Pontificia Universidad Gregoriana (donde residió durante largos años) a la Curia Generalicia de la Compañía de Jesús. Aquí pasó los últimos meses de su vida bajo atentos cuidados médicos y sanitarios. Tuve el privilegio, en 2008, de servirle la Santa Misa, que celebraba con gran unción en el rito romano clásico, el de su ordenación, al que siempre se mantuvo fiel. Fue amigo del Sodalitium Internationale Pastor Angelicus, al que siempre animó en su empeño por defender la santa memoria de Pío XII, tarea que este gran jesuita hizo suya desde que Pablo VI lo llamó a colaborar en la edición de los documentos vaticanos de la época de la Segunda Guerra Mundial, hace ya cuarenta y cinco años.

Pierre Blet nació en Thaon (Calvados), en la Baja Normandía, el 20 de noviembre de 1918, pocos días después del Armisticio que puso fin a la Gran Guerra. Después de cursar la escuela elemental, realizó sus estudios secundarios en Caen (a cuyo distrito pertenece su pueblo natal) entre 1927 y 1937. El 7 de septiembre de este último año, sintiendo la vocación religiosa, ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Laval. Desde entonces fue siempre un fiel hijo de San Ignacio de Loyola, llegando a cumplir 72 años como jesuita. Cumplió servicio militar (imperativo por entonces en Francia para los clérigos) desde septiembre de 1939 a diciembre de 1941, en plena época de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación de Francia por los alemanes.

Cursó la licenciatura en Letras (Historia) en Clermont y Lyon (1941-1942), y la licenciatura en Filosofía en el Escolasticado jesuita de Vals-près-le-Puy (Auvernia), entre 1943 y 1946. Simultáneamente, obtuvo en 1946 la diplomatura en Estudios superiores de Filosofía por la Sorbona. En el curso 1946-1947 fue maestrillo (una de las etapas de la formación jesuítica), ejerciendo como profesor de primera enseñanza en el colegio Bon Secours de Brest (Bretaña). De 1947 a 1951 estudió Teología en las facultades de Lyon, Bühren (Westfalia) e Innsbrück, siendo ordenado sacerdote en Lyon el 31 de julio (festividad de San Ignacio) del año santo 1950. El último curso lo hizo en Münster (Westfalia) entre septiembre de 1951 y junio de 1952, obteniendo la licenciatura. Más tarde, el 21 de junio (festividad de San Luis Gonzaga) de 1958, recibió el título de Doctor en Letras por la Sorbona.

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16.11.09

Sor Pascualina, la mujer que los curialistas de la época llamaban "virgo potens"

PÍO XII CONFIÓ PLENAMENTE EN SU SECRETARIA, QUE MUCHOS MIRARON CON RECELO POR EL GRAN ASCENDIENTE QUE TUVO SOBRE ÉL

RODOLFO VARGAS RUBIO

Es conocido el dicho: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Pío XII fue grande por muchos conceptos, aunque algunos ahora discuten su envergadura. Al menos no se le podrá negar haber sido el pontífice que mejor encarnó la idea de grandeza unida tradicionalmente al Papado. Pues bien, detrás de Eugenio Pacelli se escondía una mujer más bien diminuta, pero con un temple de acero y una voluntad a toda prueba: sor Pascualina Lehnert, monja de la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen». Así comenzaba don Apeles Santolaria de Puey y Cruells un capítulo que en su enjundioso libro Historias de los Papas (1999) dedicó a la más influyente y menos visible mujer que ha habido cerca del trono de Pedro. Y las hubo de campanillas: desde las Teofilactas hasta la reina Cristina de Suecia, pasando por la condesa Matilde, Lucrecia Borgia y donna Olimpia Maidalchini.

La Madre Pascalina (o Pascualina) –como se la conocía popularmente– fue llamada de manera irónica y maliciosa la Virgo potens por aquellos que soportaban mal su ascendiente sobre Pío XII y su posición de privilegio en los Palacios Apostólicos. En un mundo tradicionalmente cerrado y dominado por hombres, las mujeres desempeñaban tareas muy subalternas y, desde luego, no en el entorno inmediato del Papa. Por eso, ya Pío XI había debido enfrentarse a los monseñores vaticanos cuando se trajo consigo desde Milán a su fiel gobernanta lombarda, Teodolinda Banfi, para que le llevara los apartamentos papales. Pero la monja a la que Eugenio Pacelli otorgó toda su confianza fue mucho más que un ama de llaves: fue también secretaria y confidente, fue la organizadora y gobernadora indiscutible del entorno del Papa, sólo que, imbuida de un sentido sobrenatural de las cosas, nunca abusó de esta circunstancia ventajosa. Y ello en medio de un mundillo donde el carrierismo es una tentación cotidiana.

La historia de esta extraordinaria mujer comienza en Ebersberg, un pueblo de la Baja Baviera (la misma región donde vería la luz Benedicto XVI), donde nació el 25 de agosto de 1894. Era la séptima de los doce hijos de un matrimonio de campesinos fervientemente católicos. Desde pequeña dio muestras de su gran sentido de responsabilidad y de orden, así como de su dedicación al trabajo. Ayudaba como ninguna en las tareas domésticas. Con quince años marchó de la casa paterna para seguir una temprana vocación religiosa, ingresando en la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen, fundada en Suiza a mediados del siglo XIX y dedicada fundamentalmente a la enseñanza. Hecha la profesión religiosa con el nombre de sor Josefina, la joven monja fue destinada a la instrucción de niñas en colegios de la congregación. En uno de éstos se encontraba cuando en marzo de 1918 la mandó llamar la madre provincial de Alttöting (casa de la que dependía) para enviarla, junto a otra hermana, para ayudar en la organización material de la nunciatura de Munich por un período de dos meses. Sólo que, como escribió en sus memorias, la ayuda se prolongó indefinidamente.

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12.09.09

¿Cómo surgió la imagen negativa de Pío XII?

¿CÓMO SURGIÓ LA IMAGEN NEGATIVA DE PÍO XII?

J. D. VELASQUEZ

Cuando Pio XII murió, el mundo entero lloró su tránsito a la casa del Padre, los católicos nos enorgullecíamos de este papa grande y las comunidades hebreas manifestaban abiertamente su aprecio y reconocimiento por haber salvado a muchos judíos de la deportación y de la muerte. El presidente estadounidense Eisenhower –de confesión presbiteriana– declaró: “El mundo ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pío XII. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad”. Golda Meir, ministra israelí de Asuntos Exteriores, dijo: “Lloramos a un gran servidor de la paz que levantó su voz por las víctimas cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo”. El político de izquierda y ex primer ministro francés Mendès-France –de origen judío- afirmó: “Quienquiera que se ha acercado al Papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado”. El rabino jefe de Londres, doctor Brodie, en un mensaje enviado al arzobispo de Westminster, escribió: “Nosotros miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia, ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos de la persecución”. El mariscal Bernard Law Montgomery –protestante convencido- declaró al diario Sunday Times: “Siento un inmenso respeto y admiración por Pio XII. Era un hombre sencillo y amigable que irradiaba amor y caridad.” Incluso el liberal gobernador del Estado de Nueva York, Haverell Harriman, afirmó: “Como ningún otro hombre de nuestro tiempo y como pocos hombres en la historia, ha sabido asumir en la santidad los principios de la humanidad”.

¿Qué pasó para que tan solo unos pocos años después comenzara a circular la leyenda negra de su supuesta pusilanimidad y colaboración con el régimen nazi? Y es que no deja de sorprender que solo cinco años después de su muerte una pieza teatral estrenada en Berlín el 20 de febrero de 1963 haya conseguido trocar la opinión, y así, el que hasta entonces había sido considerado un gran hombre y un gran Papa, se convertía de repente en un personaje oscuro y mezquino al que se acusaba de cinismo, oportunismo y filonazismo, culpable de un silencio y una pasividad cómplices de la Shoah.

Die Stellvertreter (El Vicario), del joven y hasta ese momento desconocido autor protestante alemán Rolf Hochhuth, era una anodina y sencilla obra de ficción que puede ser resumida así: un jesuita, el P. Ricardo Fontana se entera por un S.S, el teniente Kurt Gerstein, que Hitler se dispone a exterminar a los judíos. El religioso recorre Roma con el fin de suplicar al Papa que haga una declaración pública. Pio XII se niega. El P. Fontana se coloca entonces una estrella amarilla en la sotana y se va a morir a un campo de concentración nazi. En la obra también se afirma con desparpajo que muchos Jesuitas eran miembros de las S.S y que Himmler era admirador de la orden. También se afirma que solamente la Iglesia católica sabía lo de los campos de exterminio y a pesar de esto calla y guarda silencio. Se cuenta que los católicos consideraban a Hitler como un salvador, además que Pio XII era abiertamente admirador del Fuhrer. Todo esto en abierta contradicción a lo que podemos comprobar históricamente.

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25.08.09

Las dificilísimas relaciones entre la Iglesia y el régimen de Hitler (I)

LA IGLESIA INTENTÓ SALVAR LO SALVABLE Y SE ENFRENTÓ CON FUERZA A LA MALA VOLUNTAD DEL RÉGIMEN HITLERIANO

El 28 de enero de 1933 Adolf Hitler fue nombrado Canciller alemán. Su partido, el nacionalsocialista, estaba en minoría, y Hitler sólo tardó tres días en convocar nuevas elecciones. El 5 de marzo las urnas le dieron 288 escaños, que no suponían mayoría absoluta en un parlamento de 647 diputados, pero aprovechó el incendio del Reichstag, atribuido a los comunistas pero en realidad organizado por los nazis, para declarar ilegal al partido comunista. Descartados así los 81 diputados comunistas, los nazis obtenían una mayoría absoluta por escaso margen –10 Escaños, con la que aprobaban una ley de plenos poderes. Un año después, el 2 de agosto de 1934, fallecía el presidente alemán, mariscal Hindenburg. Tan sólo una hora después se anunció que se unificaban los puestos de presidente y canciller en la persona de Hitler. Se convocó un plebiscito para ratificar esta medida, y, con la maquinaria de propaganda firmemente en manos del nazi Goebbels, el 19 de ese mismo mes el pueblo alemán votó afirmativamente por abrumadora mayoría. Con ello, Adolf Hitler se convertía en señor absoluto de Alemania hasta el aplastamiento de ésta en 1945.

Desde su aparición en la escena pública, a la jerarquía católica alemana no le pasó inadvertida la verdadera naturaleza e ideas de los nazis, máxime cuando el Papa Pío XI, a la vista de las convulsiones sociales con que empezaba la década de los 30, ya había advertido públicamente de las consecuencias que traería la prevalencia de «un duro nacionalismo, es decir, el odio y la envidia en lugar del mutuo deseo del bien» (discurso de Navidad de 1930). Los obispos, como sucede hoy en día, redactaban cartas pastorales cuando tenían lugar elecciones, recordando los criterios morales sobre el voto y las ideas que resultaban inaceptables para un católico, aunque sin señalar nombres propios. De particular relieve eran las pastorales del cardenal Faulhaber, por ser el arzobispo de Munich, cuna del nazismo. A diferencia de otras épocas, no puede decirse que los fieles católicos no entendieran el mensaje o lo recibieran con indiferencia. El fulgurante ascenso de la representación parlamentaria del partido nacionalsocialista se debió al voto masivo de las zonas protestantes, sobre todo Prusia, mientras que los católicos se decidieron sobre todo por el viejo «Zentrum» –nacido en la época de Bismarck, e instrumento decisivo para poner fin a su «Kulturkampf»–, y, en Baviera –zona católica y a la vez de bastante inclinación nacionalista y donde se gestó el partido nazi–, a este se le sumaba el partido populista bávaro, que obtuvo 19 escaños en 1933.

Poco después del triunfo nazi de 1933 se reunían los obispos alemanes en el lugar tradicional, Fulda. Se examinó la situación, y las preocupaciones se plasmaron en una carta colectiva del episcopado. No era una condena explícita, pero no carecía en absoluto de claridad. Examinando las doctrinas que se imponían, hay frases que no dejaban lugar a dudas, como la siguiente: «la afirmación exclusiva de los principios de la sangre y de la raza conduce a injusticias que hieren gravemente la conciencia cristiana». Por lo demás, se podía apreciar que los principales temores de los obispos eran dos. Por una parte, que el nuevo Estado totalitario acabase con las organizaciones católicas, especialmente las educativas. Y, por otra, que el nuevo régimen tratara de crear una especie de iglesia nacional y quisiera englobar en ella a todos, también a los católicos. Y, si los nazis ya habían dado pasos en la primera dirección, también había indicios de que el segundo temor era real, pues en algunos círculos protestantes, sobre todo prusianos, ya se hablaba de un cristianismo nacional para arios. Saliendo al paso con firmeza y rapidez de lo que parecían ser los prolegómenos de una nueva «Kulturkampf», los obispos alemanes también enviaron un mensaje no escrito, del que los nazis tomaron buena nota: la confirmación de su unidad, prácticamente sin fisuras. No resultaba prometedor intentar sembrar la discordia entre el episcopado. Para los hitlerianos, parecía una mejor vía de atacar a la Iglesia el intentar abrir una brecha entre los obispos alemanes y la Santa Sede. Esta fue una de las razones por las que Hitler vio con buenos ojos la posibilidad de firmar con la Santa Sede un concordato. Su propaganda empezó a preparar el terreno hablando de los pactos de Letrán con la Italia de Mussolini como «modélicos».

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