InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: General

10.09.09

Pío VII, un Papa débil, prisionero de Napoleón Bonaparte (y II)

EPISODIO DOLOROSO COMO POCOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

RODOLFO VARGAS RUBIO

El vuelo del águila siguió ganando altura: el 25 de marzo de 1802, aprovechando la caída de William Pitt, Francia había firmado la paz con la Gran Bretaña en Amiens (consecuencia natural del Tratado de Lunéville). Momentáneamente libre de cuidados respecto a las potencias europeas, y reconciliado con la Iglesia, Bonaparte aprovechó su popularidad para preparar su gran apoteosis. El 19 de mayo del mismo año, creaba la Legión de Honor, condecoración que vino a substituir las antiguas Órdenes del Rey (la del Espíritu Santo y la de San Miguel) y a la Orden Real y Militar de San Luis, suprimidas por la Revolución. El 5 de agosto siguiente, un plebiscito transformaba su consulado decenal en vitalicio. De allí a convertirse en monarca no había más que un paso, pero no lo daría hasta no haber temblar a todas las testas coronadas de Europa abatiendo el principio de legitimidad. En el mejor estilo jacobino, hizo, en efecto, capturar, someter a un simulacro de juicio y ejecutar sumariamente a un príncipe de la sangre: Luis de Borbón, duque de Enghien, hijo del príncipe de Condé, que fue fusilado en las tapias del castillo de Vincennes el 21 de marzo de 1804. Fue el primero de sus grandes errores, pero el hecho es que tres días después, el 28 de marzo, el Senado proclamaba emperador a Bonaparte.

Éste, sin embargo, quería consagrar de alguna manera su monarquía de nuevo cuño y decidió que fuera el Papa quien le ciñese la corona imperial en París. De este modo, Europa no tendría más remedio que reconocer su régimen. En cuanto se conoció el deseo de Napoleón, los miembros del Consejo de Estado –entre los cuales figuraban antiguos jacobinos– le manifestaron sus reservas: temían que el acto de coronación constituyese un triunfo para el Papado; por eso, le querían disuadir de llevarlo a cabo y que se contentara con una ceremonia civil. Pero el Corso conocía muy bien el valor de los símbolos y su poder de fascinación sobre el pueblo y arguyó que una coronación privada de elementos religiosos sería un acto vacío y sin significación. Por otra parte, no había que temer nada del Pontificado Romano: hacía mucho que no eran ya los tiempos de un Gregorio VII, que obligó a todo un Enrique IV a ir a Canossa, o de un Inocencio III, que puso en entredicho a todo el reino de Francia para castigar a Felipe II Augusto.

Cuando Pío VII supo de las intenciones de Napoleón, fue presa de una gran turbación hasta el punto de enfermar seriamente. Convocado el Sacro Colegio, la mayoría de los veinte cardenales consultados por el Papa se mostraron contrarios a que éste accediera. Sería como consagrar aquella misma Revolución que había hecho tanto sufrir a Pío VI. Constituiría un atentado al principio de legitimidad y un insulto a los Borbones. Además, existía ya un emperador: Francisco II, cabeza del Sacro Imperio Romano-Germánico, heredero de los Césares, de Carlomagno, de los Otones, de los Hohensatufen y de los Habsburgo. Y se suponía que el Imperio era uno solo para toda la Cristiandad. Pero, ¿había todavía Cristiandad? Otros purpurados, aun concediendo la posibilidad de la coronación imperial, consideraban que era Napoléon quien tenía que ir a Roma o, al menos, a algún otro lugar del Estado Pontificio, a menos que se considerara a Pío VII como un mero capellán de aquél. El cardenal Consalvi, sin embargo, convenció a todos de que era más sabio condescender y no provocar las iras del hombre que había acumulado tal poder que podía hacer pagar muy caro a la Iglesia una negativa del Romano Pontífice. Pero puso ciertas condiciones para salvar el decoro y sacar algún provecho a favor de la religión.

Leer más... »

28.08.09

Memoria histórica (I): Los mártires del Cerro de los Ángeles

LOS JÓVENES MARTIRIZADOS JUNTO AL CERRO DE LOS ÁNGELES FUERON DENUNCIADOS POR BENDECIR LA MESA

JOSÉ FRANCISCO GUIJARRO

El sábado 18 de julio de 1936, por la tarde, se habían dirigido al Cerro de los Ánge­les, para hacer su acostumbrada vigilia de adoración nocturna el Santísimo Sacramento, unos treinta congregantes de las Compañías de Obreros de San José y del Sagrado Corazón de Jesús. A1 acabar la santa misa, ya en la madrugada del domingo 19, Fidel de Pablo García, vocal de piedad y de aspirantes de la Ac­ción Católica de la parroquia del Espíritu Santo, de 29 años de edad, se volvió a Madrid, acompañando al sacerdote que la había celebrado, don José María Vegas Pérez, capellán del Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, como tam­bién lo hizo la mayoría de los congregantes que habían participado en aquella última vela. Pero cinco de ellos se quedaron ante el monumento, confiando en que la llegada de las tropas iba a ser inminente, y así no se interrumpía una «guardia de honor» al Sagrado Corazón de Jesús. Se trataba de Pedro-Justo Dorado Dellmans, de 31 años; Fidel Barrios Muñoz, de 21 años; Elías Requejo Sorondo, ebanista, de 19 años, de la Juventud Católica de la parroquia del Espíritu Santo; Blas Ciarreta Ibarrondo, de 40 años, casado con Ángela Pardo, con la que se había desplazado a Madrid, procedente de Santurce (Vizcaya), de cuya Guardia Municipal había sido jefe; Vicente de Pablo García, carpintero, de 19 años de edad, de la juventud de Acción Católica de la misma parroquia del Espíritu Santo, de Ventas, hermano del que había acompañado a Madrid al sacerdote.

Ellos se quedaron allí, solos, y, tras una inspección de los milicianos en el Cerro, tras el desalojo del monasterio de las Carmelitas Descalzas, se quedaron en las cercanías, acercándose para comer a Las Zorreras, una finca cercana, ya perteneciente al pueblo de Perales del Río.

Dieron dinero a los criados [de la finca] para que les dieran de comer y ofreciéronles abo­nar cuanto gastaran en su sustento en los días que tuvieran que estar allí escondidos en es­pera de la próxima llegada de las tropas liberadoras (…) alguno de ellos, o todos, fueron de mañana [el 23 de julio] al vecino pueblo de Perales del Río, en cuya taberna desayunaron, haciendo antes sobre los manjares la señal de la cruz, y que, no pasando desapercibida a gen­tes extrañas esta clara muestra de su catolicidad, puede muy bien decirse que rubricaron con ella la sentencia de su muerte. (Cfr. Fuente E., “Paúles e Hijas de la Caridad Mártires", 1936, Madrid, 1942, pp. 19, 21, 23)

Leer más... »

21.07.09

RECUERDOS DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II (I)

LA INDECISIÓN DE LOS CARDENALES ENTRE SIRI Y BENELLI LLEVÓ AL PONTIFICADO, CON LA AYUDA DEL ESPÍRITU SANTO, A WOYTILA

Como preparación para el V aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II y -así lo auguramos- su posible próxima beatificación, comenzamos una serie de temas con recuerdos de su inolvidable pontificado.

Cuenta George Weigel en su importante biografía sobre el Papa Juan Pablo II algunos detalles de gran interés sobre el cónclave que condujo a la elección del primer papa Polaco de la historia. Dicho cónclave se debe entender a la luz del celebrado pocos meses antes y en el que fue elegido Juan Pablo I. ¿En que sentido se debe entender esta afirmación? Sea en lo que se refiere a las candidaturas posibles, sea en lo que se refiere a las filtraciones que hubo después del cónclave. El cardenal Jean Villot, el camarlengo responsable de guiar un interregno papal más, no había quedado muy satisfecho con las filtraciones que se habían producido en el Cónclave de agosto. Después de dicha reunión algunos cardenales no votantes, quizás por no haber comprendido bien la nueva legislación promulgada por Pablo VI, se creyeron eximidos de la obligación de confidencialidad y contaron detalles de lo sucedido en la Capilla Sextina. Antes de este segundo Cónclave, Villot les reprochó a los cardenales su actitud, recordándoles el juramento de confidencialidad que habían hecho. Consecuentemente, bien pocos detalles sobre el extraordinario proceso que produjo el primer Papa no italiano en 455 años y el primer Papa eslavo de la historia han salido jamás a la luz pública.

Leer más... »