InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: General

5.10.10

La exuberante liturgia de la abadía de Cluny

LA LITURGIA SE CONVIRTIÓ PRÁCTICAMENTE EN LA ÚNICA OCUPACIÓN DE LOS MONJES EN CLUNY

Entre los nombres importantes en la historia del monacato de occidente destaca sin duda, para bien y para mal, el de la Abadía de Cluny. Un nombre admirado y venerado por unos, debatible o simplemente condenable, según otros. Los monjes cluniacenses aparecen en el mundo monástico como una “bandera discutida", por su estilo peculiar de vida y por la gran importancia que en la edad media alcanzó su monasterio, hasta poder calificarse como “la abadía más célebre de la cristiandad medieval”.

La gran familia monástica que tomó su nombre de la abadía borgoñona de Cluny y creció hasta comprender más de mil casas, grandes y pequeñas, ofrece al historiador el espectáculo de desarrollo numérico e institucional, de influencia religiosa y eclesiástica y de importancia política y sociológica sin paralelo en la Edad Media anteriormente. Creó un imperio espiritual y temporal único en su época, y en el interior de los monasterios que se le sometían y se abrían a su influencia, un orden especial, en relación con el caos ambiental que fue la primera época feudal. Desde el punto de vista eclesiástico, se ha afirmado que, como pocos papas fueron capaces de morar establemente en Roma, Cluny se convirtió, durante casi todo el siglo XI, en centro espiritual de la cristiandad y pudo comunicar su espíritu a toda la época.

Se diría que frente a Cluny no se puede ser neutral. Desde siempre ocurrió lo mismo. Es normal que Urbano II, un cluniacense elevado al sumo pontificado, llamara a Cluny la “luz del mundo” y que un monje y cardenal tan cortés como Pedro Damián, en varias cartas dirigidas a san Hugo tras su visita a la abadía, donde fue, sin duda, agasajado espléndidamente, se deshiciera en elogios enfáticos de los monjes que había visto y tratado: su aspecto edificante, su comportamiento modesto, el garbo con que soportaban sus jornadas repletas de obligaciones, el sumo cuidado, tan emocionante, con que celebraban la liturgia…; para él, Cluny era un monasterio sencillamente incomparable. Pero por aquel mismo tiempo empezaron a correr escritos en que se criticaba abiertamente el monacato cluniacense.. Ya a principios del siglo XI, el obispo Adalberón de Laon denunciaba al rey de Francia Roberto el Piadoso algunos abusos que había observado: Los monjes, caballeros en sus mulas y rodeados de gran boato, recorrían el reino, acudían a la corte, visitaban a los obispos, viajaban a Roma para entrevistarse con el papa, todo ello con un solo fin: defender los intereses de su soberano, el abad de Cluny.

Dejando aparte el acierto o la exageración de ambas posturas con respecto Cluny, y con el propósito de dedicar más artículos al gran fenómeno monástico que fue durante siglos la abadía borgoñona, hoy centraremos la atención sobre uno de los aspectos más llamativos de la vida regular en dicho cenobio: Su exuberante vida litúrgica.

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24.09.10

Hildegarda de BIngen: Ser mujer en la Edad Media

NO LE FALTARÍAN MÉRITOS PARA SER DOCTORA DE LA IGLESIA

RODOLFO VARGAS RUBIO

En torno a la Edad Media persisten aún –a pesar de las investigaciones que han sacado a la luz su gran complejidad como período histórico y su extraordinario dinamismo– prejuicios simplistas provenientes de la propaganda iluminista, que despachó mil años de Historia como si hubieran constituido una época uniforme caracterizada por la barbarie y el obscurantismo. De ahí la expresión aún dominante en el vulgo de “Edad de las Tinieblas” y el empleo de ciertos adjetivos, como “medieval”, feudal” y “gótico” (que se hacen equivalentes cuando no lo son), en sentido peyorativo para definir algo que se considera atrasado, tosco, rudimentario e incivilizado.

Uno de los grandes tópicos de este concepto acrítico del Medioevo es el del supuesto sojuzgamiento de las mujeres, que no sólo habrían desempeñado un papel completamente subalterno en la sociedad de este período de la Historia, sino que ni tan siquiera eran reconocidas como seres humanos al haberles negado la Iglesia durante siglos la posesión de un alma. Este disparate sigue sosteniéndose hoy –contra el testimonio fehaciente de la Historia– por sesudos comentaristas mediáticos que no saben explicar cómo es que la Iglesia podía considerar capaces de ser bautizados y de recibir los sacramentos e incluso suponer libres para emitir votos religiosos y hasta canonizar a seres desprovistos de alma.

La gran historiadora francesa Régine Pernoud dedicó la mayor parte de su vida a reivindicar la Edad Media como lo que realmente fue: una época heterogénea y polícroma, rica en matices y contrastes, hecha de flujos y reflujos. A través de sus libros contribuyó decisivamente a disipar las tinieblas que envolvían a esa presunta “Edad de las Tinieblas” y a acabar con las estupideces que se han escrito y dicho a cuenta de unos siglos fecundos en grandes personalidades, sorprendentes logros y acontecimientos decisivos, que influyeron positivamente en la evolución de la humanidad.

Régine Pernoud prestó especial atención al estatus de las mujeres en la Edad Media, descubriendo y demostrando que, lejos de haber sido un colectivo desfavorecido, sometido y humillado, gozó, en cambio, de una posición de privilegio sin precedentes y que llegaría incluso a perder en épocas consideradas comúnmente más adelantadas. Y esto fue así no sólo en los estamentos elevados de la sociedad medieval (el clero y la nobleza), sino también en el estado llano y en la incipiente burguesía. Tres personajes femeninos a los que ella biografió reflejan el influjo a veces decisivo que tuvieron las mujeres de esos distintos niveles: la humilde Juana de Arco, la poderosa Leonor de Aquitania y la abadesa Hildegarda de Bingen. Hoy queremos fijar nuestra atención en esta última, cuya festividad se celebra precisamente en la fecha.

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15.07.10

Pío XII se dirige a Hitler al comienzo de su pontificado

LA REUNIÓN QUE TUVO EL NUEVO PAPA CON LOS CARDENALES DE HABLA ALEMANA

Nada más elegido nuevo Papa, Pío XII tuvo que afrontar la cuestión candente y muy delicada de las relaciones con el régimen alemán, concretamente con ocasión de algo tan sencillo como la posibilidad de mandar al Canciller Hitler un mensaje de buena voluntad, como años antes había hecho Leon XIII, con buen resultado, en circunstancias similarmente difíciles. Ante esta cuestión, el Papa Pacelli quiso recabar el consejo de los directamente interesados.

Por eso, es de indudable gran interés, para conocer de primera mano la preocupación por este tema, no sólo del nuevo Pontífice, sino también de los cardenales de habla alemana, la lectura de algunas parte de la relación de la reunión del recién elegido con los cardenales Bertram de Breslau, Schulte de Colonia, Faulhaber de Munich e Innitzer de Viena, publicada en las Actes et documents du Saint-Siège relatifs à la seconde Guerre Mondiale, vol II. El texto de la relación es largo, por lo que seha resumido a sus puntos principales en los que se aprecia lo espinoso del tema de las relaciones con Alemania y la claridad de ideas de Pío XII, que conocía bien el percal.

Pío XII: León XIII, al comienzo de su pontificado, envió un mensaje de paz a Alemania. En mi modesta persona, me gustaría hacer algo parecido (el Papa lee el borrador de una carta en latín) ¿Es correcta? ¿Necesita algún cambio o ampliación? Agradecería infinitamente el consejo de Vuestras Eminencias.
Cardenal Bertram: No me parece que haya nada que añadir.
Cardenal Faulhaber: En una carta de este tipo no se puede expresar ningún deseo concreto. Sólo una bendición. Pero tengo una duda ¿Debe ir redactada en latín? El Führer es muy susceptible con respecto de las lenguas extranjeras. No creo que desee recurrir a los teólogos para que se la expliquen.
Cardenal Schulte: Por lo que se refiere a su contenido me parece excelente.
Pío XII: Podría enviarse en alemán. Si la consideramos como una simple cuestión de protocolo, podría pasar inadvertida la connotación sobre el mal estado de las cosas para la Iglesia. Y nuestra mayor preocupación es el bien de la Iglesia en Alemania. Para mí esa es la cuestión más importante. Quizás podría redactarse en latín y en alemán.
Cardenal Faulhaber: Es mejor enviarla en alemán

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9.06.10

¿Fue un Papa sin pontificado? (2)

GLORIA Y OCASO DEL PAPA LUNA (II)

RODOLFO VARGAS RUBIO

La muerte sorprendió a Gregorio XI (en la imagen) en plenos preparativos para volver a Aviñón. Como su predecesor, el beato Urbano V, había llegado a la conclusión de que Roma seguía siendo una ciudad insegura y peligrosa y, por lo tanto, el regreso a ella había sido prematuro. A la sazón, el cardenal de Aragón tenía cincuenta años; estaba, pues, en plena madurez, madurez física e intelectual de la que dará clarísima muestra durante los acontecimientos que se avecinaban y en los que iba a tomar parte y ser protagonista con una lucidez y entereza únicas. El 7 de abril se inicia el cónclave que debe elegir al sucesor de Gregorio XI. Los auspicios no podían ser peores. El populacho se hallaba soliviantado ante el temor de que el papa elegido volviera a abandonar la Urbe, sobre todo porque la mayoría de los electores eran franceses (once de dieciséis presentes en Roma, hallándose otros siete en Aviñón). Los ánimos se encrespaban y los cardenales se hallaban atemorizados ante las amenazas –incluso de muerte– que les llegaban desde el exterior. La situación era indudablemente gravísima.

Existió un claro atentado contra la libertad de elección de los purpurados. La plebe exigía un papa romano o, al menos, italiano: Romano, romano lo volemo, o almanco italiano!, gritaban las turbas con furor desencadenado. El senador de Roma y los jefes de los doce rioni (distritos) instaban a los electores a satisfacer tales exigencias. El fragor de los tumultos llegaba hasta las celdas de éstos, que consideraron la necesidad de ponerse de inmediato de acuerdo en la designación del nuevo papa. A todo esto, hay que decir que una sola voz se elevó rehusando someterse a tan flagrantes coacciones y declarando que votaría a quien en conciencia tuviese por el candidato idóneo, pesara a quien le pesara y tanto si agradaba a los romanos como si no: la de don Pedro de Luna. Los cardenales acabaron eligieron a un prelado napolitano, súbdito de los Anjou: Bartolommeo Prignano, arzobispo de Bari. Al no ser miembro del Sacro Colegio (circunstancia que no se ha dado en los papas elegidos desde entonces), se hubo de mantener secreta su exaltación al Sumo Pontificado hasta obtener su aceptación, condición necesaria para dar aquélla por válida. Pero mientras se enviaba a buscarle, ocurrieron hechos que pueden calificarse de rocambolescos.

Como los romanos continuaban revueltos, el cardenal Giacomo Orsini quiso apaciguarlos indicándoles: “¡Id a San Pedro!”, con lo cual quería decirles que se congregaran en la Basílica Vaticana para esperar en ella al nuevo papa. Sin embargo, la plebe entendió que el elegido era el cardenal Francesco Tebaldeschi, arcipreste de San Pedro, y comenzó a reclamar su presencia. Para disipar la confusión, otro cardenal empezó a gritar “¡Bari, Bari!”, pero lo único que consiguió fue que las turbas asaltaran el palacio vaticano. En esta gravísima coyuntura, no se les ocurrió a los asediados mejor idea que la de presentar al cardenal Tebaldeschi revestido con el manto papal y las insignias pontificias como si efectivamente fuera el elegido al sacro solio. El anciano príncipe de la Iglesia, renuente a prestarse a la mistificación, no hacía más que negar con la cabeza mientras era aclamado. Pero, antes de que los romanos se dieran cuenta de la estratagema, los príncipes de la Iglesia pudieron abandonar su encierro y ponerse a seguro, aunque pronto se fue en pos de ellos para darles caza al grito de “¡Mueran los cardenales!”. Sólo la llegada del arzobispo de Bari y su entronización tras aceptar la elección papal con el nombre de Urbano VI, el 9 de abril, lograron que los ánimos se apaciguaran. Los romanos aclamaron a su nuevo señor y los purpurados respiraron aliviados… por poco tiempo, sin embargo.

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11.05.10

Muertes papales (IV): Los que murieron por declinación senil o vejez

ESTE MODO PACIFICO DE MORIR HA CARACTERIZADO SOBRE TODO A LOS PAPAS DE LOS ÚLTIMOS SIGLOS

RODOLFO VARGAS RUBIO

Dice la Sagrada Escritura: «Summa annorum nostrorum sunt septuaginta anni et si validi sumus octoginta» (la cima de nuestra edad son setenta años y, si gozamos de salud robusta, ochenta) (Salmo LXXXIX, 10, versión del cardenal Bea). Estos son los limites que se asignan tradicionalmente a la duración de la vida humana. Dante comparte esta convicción, puesto que empieza su Commedia diciendo que, hallándose «a metá del cammin di nostra vita» (a mitad del camino de la vida), se vio extraviado en aquella selva oscura de donde le sacó el espectro de Virgilio para emprender su viaje sobrenatural. Ahora bien, como el poeta (n. 1265) supone la acción en el año jubilar de 1300, tenía entonces 35 años, lo cual quiere decir que, según el, el hombre llega normalmente al fin de su existencia a los 70. En los últimos tiempos, la esperanza de vida se ha elevado de manera considerable y no es raro llegar a los 80 años y superarlos, a veces ampliamente, sobre todo si se han tenido costumbres saludables.

En los últimos siglos, dada la edad mas bien provecta y la morigeración de las costumbres de los hombres que se han sentado en la silla de Pedro, esta forma de morir ha sido más habitual que en otros tiempos. De hecho, la estadística muestra que en los últimos dos siglos el promedio de edad alcanzada por los quince Pa­pas que han ocupado el solio pontificio en ese lapso es de 78 años, habiendo nueve de ellos superado los 80. La du­ración media de sus reinados es de catorce años, mayor a la de periodos similares precedentes. Ocho de estos pontificados superaron los quince años y entre ellos hay que contar el de Pío IX (1846-1878), el más largo de la historia con sus casi treinta y dos. Hay que advertir, no obstante, que no siempre una edad avanzada es serial de muerte por declinación senil. Clemente X, por ejemplo, tenía 86 años cuando murió de fiebre violenta; Clemen­te XII era un anciano valetudinario de mas de 87 años a cuya vida puso fin una trabajosa agonía, y Juan XXIII falleció a consecuencia de un cáncer habiendo ya supe­rado los 81; el mismo Juan Pablo II, octogenario, murió sin embargo de las consecuencias respiratorias del mal de Parkinson.

Papas que murieron, como suele decirse, «de viejos» fueron:
- San Agatón (678-681). Elegido en la mas extrema ancianidad, moría tranquilamente a la increíble edad de 107 años, después de haber aprobado el Concilio III de Constantinopla (VI de los ecuménicos), que venció definitivamente la herejía monoteleta.
- Celestino III (1191-1198). En la Navidad de 1197, sintiendo aproximarse su fin (pues contaba a la sazón 92 años), intentó abdicar con la condición de que el Sacro Colegio le eligiese sucesor en la persona del cardenal Juan de Santa Prisca, lo que fue naturalmente rechazado, expirando el Papa el 8 de enero siguiente.
- Gregorio IX (1227-1241). A punto de cumplir los 100 años, no resistió las apreturas de un verano particularmente caliginoso no solo por el clima sino por el enfrentamiento con Federico II de Suabia, que ya daba mucho hilo a torcer al Papado.

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