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21.05.23

¿Proselitismo, no; celo apostólico, sí?

En la fiesta de la Ascensión: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado».

Proselitismo: celo por ganar prosélitos.

Prosélito: persona incorporada a una religión

Fuente: Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española

En Argentina el significado de los términos «proselitismo» y «prosélito» han de ser los mismos que señala el Diccionario porque éste no recoge ninguna acepción distinta de dichos sustantivos en la patria del gaucho Martín Fierro.

El Santo Padre se ha dedicado a lo largo de su pontificado a denostar machaconamente, como pecado grave, el proselitismo.

¿Por qué? Pues probablemente porque el Santo Padre defiende abiertamente la libertad de credo. ¿Cree que todas las religiones son distintos caminos que conducen todos ellos a la salvación? Por lo que ha venido diciendo, probablemente sí, aunque quién sabe…

Según el Documento sobre la fraternidad humana firmado por el Papa en Abu Dabi, «la libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan».

El documento de Abu Dabi es un canto maravilloso al liberalismo en estado puro: pluralismo, derecho a la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción; indiferentismo religioso y rechazo expreso a la civilización cristiana, única que se puede considerar, como tal, civilizada. Y todo ese pestilente liberalismo, considerado voluntad de Dios. Pero, se pongan como se pongan, el liberalismo es pecado: es la raíz de todos los males. Es el non serviam luciferino.

La libertad sin verdad, sin moral, sin Dios, no es libertad. Somos libres para alcanzar el fin para el que hemos sido creados, que es el cielo, que es Dios mismo. La libertad, si no es para vivir como Dios manda, no es libertad, sino esclavitud del pecado y de Satanás. Y cuando hablamos de Dios no nos referimos a cualquier dios, sino al único Dios verdadero: a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas distintas y un solo Dios Verdadero. Cristo es el único Dios y no hay otro. Si empezáramos por aquí, se acababa inmediatamente la tontería infame del documento de Abu Dabi.

Como señala José Miguel Gambra[1], el liberalismo es la raíz del mal: «somos absolutamente libres, libres como Dios mismo y señores del bien y del mal, como sugería Satanás». O como señala Vázquez de Mella, «toda persona, desde el individuo al Estado, tiene derecho a no reconocer como límites jurídicos de su libertad ni el dogma ni la moral ni el culto ni la jerarquía católica». El hombre no tiene que obedecer más que al hombre, a su voluntad individual o general.

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