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20.11.21

Educación y Caridad (en la festividad de Cristo Rey)

Vuelvo a compartir con ustedes la última parte del artículo Educación y Caridad, con algún añadido que viene a cuento de la festividad de Cristo Rey.

La Escuela Atea

Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» (Génesis 3, 4-5).

Uno de los tópicos más extendidos en el mundo educativo – un mundo especialmente propenso a los tópicos, a la palabrería pedagógica vacía y a la pomposidad de la nada – es el de la “educación integral”. No hay colegio ni proyecto educativo que no ofrezca una educación integral. ¿Qué quieren decir con eso? Nada. Pero queda bien, suena saludable, como el pan integral. ¿Quién no va a querer una educación integral? Integral significa que comprende todos los elementos o aspectos de la educación: el aspecto físico, el emocional, el intelectual… Una educación integral implicaría el desarrollo de todas las capacidades del niño, de todos sus talentos (ahora se llaman “inteligencias múltiples”).

Pero claro, esa educación integral depende de la visión filosófica, antropológica o religiosa que tenga el colegio sobre el hombre.

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18.11.21

La Gran Carestía

“En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres.” Juan 8, 34-36.

Nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad que es el amor verdaderamente libre y liberador. Fíjense que la libertad no nace de nosotros mismo, sino de Dios. Por la gracia, Dios nos libera de la esclavitud del pecado que nos ata y nos impide vivir con la dignidad de los hijos de Dios. Porque lo que nos hace dignos no es la autonomía moral de Kant y sus secuaces, sino la condición de hijos de Dios que recibimos por el bautismo. Esa es la auténtica dignidad y el origen de la verdadera libertad: la de los que queremos cumplir la voluntad de Dios y ser santos por pura gracia.

La libertad para el mal no es verdadera libertad, sino libertinaje. La libertad va de la mano de la caridad. Y ahí radica nuestra esperanza: una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos, 5, 5). Nuestra esperanza es Cristo. Y sólo Cristo tiene palabras de vida eterna: ¿Dónde vamos a ir a buscar la felicidad sino en Cristo, que es el Amor consumado?

Somos libres para amar y para ser felices. No somos libres para el pecado. El pecado está prohibido, porque hemos sido creados para ser felices y vivir en la luz de la verdad y del bien; no para vivir en las tinieblas del mal.

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17.11.21

El Camino

La libertad es el don que Dios nos da para alcanzar nuestro fin último, que es lo que todo ser humano desea: la felicidad. Somos libres para ser felices. Y la felicidad consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por Dios. La felicidad es vivir en caridad; o lo que es lo mismo, en gracia de Dios. La libertad es para la caridad, para el amor a Dios y al prójimo por Dios.

Y lo que tenemos prohibido por Dios es ser infelices, desgraciados y esclavos de los vicios y del pecado. Los demonios dicen que la felicidad consiste en pecar, en blasfemar, en fornicar, en ser adúltero y corrupto. Pero ese camino no conduce a la felicidad, sino a la oscuridad, al vacío, a la muerte… Quien, en lugar de vivir cumpliendo el mandamiento del Amor, vive buscando su propio placer carnal; quien, en lugar de someterse a Dios, se somete a sus vicios, se convierte en enemigo de Dios y en siervo de Satanás. Los desfiles de los soberbios enemigos de Dios no conducen a la felicidad: conducen a la náusea.

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14.11.21

Caridad y Educación

Fe, Esperanza y Caridad

“Se dice que un ser cualquiera es perfecto cuando alcanza su propio fin, que es la perfección última de las cosas. Ahora bien, la caridad es el medio que nos une a Dios, fin último del alma humana; pues como dice San Juan, el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él. Por consiguiente, la perfección de la vida cristiana se toma de la caridad” (Santo Tomás de Aquino).

Sólo la caridad nos une enteramente con Dios como último fin sobrenatural del hombre. La fe y la esperanza nos unen ciertamente con Dios – como virtudes teologales que son – pero no como último fin absoluto, sino como primer principio del que nos viene el conocimiento de la verdad (por la fe) y la perfecta bienaventuranza (por la esperanza). La caridad mira a Dios y nos une a Él. La fe nos da un conocimiento de Dios necesariamente oscuro e imperfecto (de non visis) y la esperanza es también radicalmente imperfecta (de non possessis), mientras que la caridad nos une con Él ya desde ahora de manera perfecta, dándonos la posesión real de Dios y estableciendo una corriente de mutua amistad entre Él y nosotros. Por eso la caridad es inseparable de la gracia, mientras que la fe y la esperanza son compatibles, de alguna manera, con el pecado mortal (fe y esperanza informes). La caridad, en fin, supone la fe y la esperanza, pero las supera en dignidad y perfección. La caridad constituye la esencia misma de la perfección cristiana; supone y encierra todas las demás virtudes.

Dios nos ha dado la libertad para que amemos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Dios: eso es la caridad. Somos libres para caminar por este mundo en gracia de Dios para llegar a nuestro fin, que es Dios mismo. Esto es el cielo: el gozo de la visión beatífica de Dios; es decir, del Bien, la Belleza y la Verdad. La dignidad de ser hijo de Dios exige del justo un comportamiento adecuado; es la raíz de una nueva plenitud de vida que le es dada al hombre en el plano sobrenatural, en la que no hay contradicción entre el precepto del amor y la libertad: cuanta mayor caridad tiene alguien, más libertad posee; cuanto más sometido está el hombre a Dios, más libre es. Incluso podemos decir que el único modo que tiene el hombre de conquistar su libertad es el de obedecer a Dios. Él es el origen de nuestra libertad y, cuanto más dependemos de Dios, más brota esta libertad. La única cosa que Dios nos «prohíbe» es lo que nos prohíbe ser libres, lo que impide nuestra realización como personas capaces de amar y de ser amadas libremente, y de encontrar su felicidad en el amor; lo que Dios nos prohíbe es pecar y lo que nos exige es que le amemos a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Lo que Dios nos pide es lo que Él mismo nos da por pura gracia: la caridad.

La misión de la Iglesia es predicar la fe, proclamar a tiempo y a destiempo la Verdad revelada por Dios (el Credo, el Padre Nuestro, los Mandamientos de la Ley Eterna de Dios). Por la fe, la Iglesia debe ser signo de esperanza en un mundo desesperado y que vive sumido en las tinieblas de pecado: el mal no tiene la última palabra, la muerte ha sido derrotada por Cristo en la cruz, tenemos la esperanza de la vida eterna junto a Dios. La injusticia y el mal recibirán su merecido y el bien y la justicia prevalecerán. Dios es la esperanza de que cada uno de nosotros podamos alcanzar todo aquello que siempre hemos deseado: el conocimiento de la verdad, la delectación de la belleza y el gozo del bien, de la justicia y del amor absolutos y eternos. Nosotros tenemos la esperanza de la vida eterna.

Pero más perfecta que la fe y la esperanza es la caridad: en eso conocerán que sois discípulos míos: en que os améis los unos a los otros. El amor debe ser la seña de identidad de la Iglesia y de la escuela católica, que no es sino una parte de la propia Iglesia. La caridad debe ser nuestro distintivo: lo que haga diferentes a nuestros colegios. ¿Habrá mejor escuela para educar a un niño que aquella en la que los maestros amen de tal manera a los niños que estuvieran dispuestos a entregar su vida por ellos; que los quisieran como si fueran sus propios hijos? ¿Habrá mejor escuela que aquella en la que los profesores se amen entrañablemente entre sí y se apoyen y cooperen y recen los unos por otros? ¿Habrá mejor escuela que aquella en la que los profesores amen y recen por las familias de sus niños? ¿Habrá mejor escuela que aquella en la que la fe y la esperanza se prediquen con la palabra y se manifiesten de modo tangible a los ojos de cualquiera mediante el lenguaje universal del amor? No hay mejor escuela que aquella en la que la Caridad sea el centro de su vida: el principio y el fin de su labor. Educamos por caridad y llevamos las almas de los niños hacia la Caridad, hacia Dios, que es el Bien más grande. ¿Hay mejor escuela que aquella que quiere siempre lo mejor para sus alumnos? ¿Hay mejor escuela que aquella que enseña al que no sabe, que corrige con amor al que se equivoca, que da buenos consejos al que los necesita, que consuela a los tristes, que perdona las injurias y sufre con paciencia los defectos del prójimo, que reza de manera incesante por los niños, por sus familias y por los profesores?

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11.11.21

La Felicidad y el Misterio de la Libertad

 

Continuamos en nuestra tarea de descender a la caverna para tratar de liberar a quienes viven atados con grilletes y oprimidos por la esclavitud del pecado y de la ignorancia, en medio de las tinieblas del este mundo, para anunciarles la Luz que es Cristo; la Luz que nosotros hemos visto, no por nuestros méritos, sino por pura gracia de Dios; Luz de la que nosotros somos testigos y de la que damos fe para gloria de Dios. Y ello, a riesgo de que nos linchen, de que nos calumnien, de que nos desprecien o de que simplemente se rían de nosotros. Pero ¡Ay de mí si no evangelizara!

Sin embargo, predicar la Buena Noticia no es algo de lo que pueda jactarme. Estoy obligado por Dios a hacerlo. ¡Ay de mí si no predicara la Buena Noticia! (1 Cor. 9, 16).

Yo también busco salir de mi propia caverna, de mi ignorancia y de mi pecado… Y es ese esfuerzo incesante el que comparto con ustedes, por si les sirve de algo. A quien da lo que tiene, no se le puede pedir más. Yo sigo leyendo, meditando y buscando la Luz. Y sigo dándole vueltas a los problemas de la felicidad y la libertad del hombre. Y ello porque estimo que no hay mayor pecado que el de la soberbia que esconde la llamada libertad negativa, que es la libertad del Estado de Derecho liberal que padecemos por nuestros muchos pecados. 

Ya sé que estos posts son muy largos (demasiado largos). Pero es que mi entendimiento no da para más y necesito repetirme a mi mismo con insistencia determinadas ideas clave que, cuando las captas, te cambian la vida. Así que discúlpenme pero escribo para entenderme a mí mismo y para entender el mundo. Y nadie está obligado a leerme.

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