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23.12.21

El Bien Común y la Política


1.- ¿Qué pasa, si no hay Dios?

Para Dostoievski, si no hay Dios, no hay hombre.

Si no hay Dios, automáticamente la humanidad queda dividida en dos clases, los hombres extraordinarios y los hombres ordinarios. El hombre extraordinario o superhombre toma el lugar de Dios y se dedica a organizar arbitraria y despóticamente la sociedad con el pretexto de atenerse a la razón o a la ciencia, para hacer felices a los hombres. Pero su acción será nefasta y destructora porque le quita al hombre (ordinario) su libertad y su conciencia y porque la libertad absoluta que se arroga el superhombre (todo le está permitido) será necesariamente una libertad para el mal, porque la virtud sin Cristo es imposible.

La salvación no puede venir del superhombre (el hombre Dios) ni del Leviatán (el dios Estado). Sólo puede venir del Dios hombre, Cristo. No hay salvación fuera de Cristo

2.- La libertad humana

La libertad del hombre ¿es absoluta o condicionada? ¿es una libertad contra la ley y contra Dios o para la ley y para Dios? La libertad incondicionada conduce a la negación de la libertad y del hombre; conduce al superhombre nietzscheano. Pero el superhombre libertino, más allá del bien y del mal, se destruye a sí mismo. El hombre, mientras lo es, mientras conserva un resto de humanidad y de conciencia, no puede soportar la brutal ideología del superhombre que avanza por encima de cadáveres. El superhombre acaba destruyéndose a sí mismo porque el pecado es oscuridad, tinieblas, alejamiento y enemistad con Dios. El hombre autodeterminado y autónomo es luciferino: enemigo de Dios, a quien aborrece. El malvado se esconde de Dios porque sabe que sus obras son malas y se avergüenza. Y mientras tanto, trama contra el justo, porque las obras del justo dejan en evidencia aún más su maldad.

Cuanto más sometido a Dios está el hombre, más libre esIncluso podemos decir que el único modo que tiene el hombre de conquistar su libertad es el de obedecer a Dios. Dios es nuestro creador, es Él quien en todo momento nos mantiene en la existencia como seres libres. Él es el origen de nuestra libertad y, cuanto más dependemos de Dios, más brota esta libertad. Depender de un ser humano puede ser una limitación, pero no lo es depender de Dios, pues en Él no hay límites: es infinito. La única cosa que Dios nos «prohíbe» es lo que nos impide ser libres, lo que impide nuestra realización como personas capaces de amar y de ser amadas libremente y de encontrar nuestra felicidad en el amor. El único límite que Dios nos impone es nuestra condición de criaturas: no podemos, sin ser desgraciados, hacer de nuestra vida otra cosa distinta de aquello para la que hemos sido creados: recibir y dar amor.

Dios no sólo no suprime la libertad del hombre, sino que es el único que la funda y la hace posible. La heteronomía ahoga la libertad; la autonomía conduce al hombre hasta la divinización de lo arbitrario… Solamente en la aceptación libre de la teonomía encuentra el hombre la verdadera libertad, pues en Dios, el hombre reconoce su Patria y se encuentra a sí mismo.

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