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7.11.21

La Perfección Cristiana

–Y si en su vida anterior hubiese habido honores, alabanzas, recompensas públicas establecidas entre ellos para aquel que observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué orden acostumbran a precederse, a seguirse o a aparecer juntas y que por ello fuese el más hábil en pronosticar su aparición, ¿crees que el hombre de que hablamos sentiría nostalgia de estas distinciones, y envidiaría a los más señalados por sus honores o autoridad entre sus compañeros de cautiverio? ¿No crees más bien que será como el héroe de Homero y preferirá mil veces no ser más «que un mozo de labranza al servicio de un pobre campesino» y sufrir todos los males posibles antes que volver a su primera ilusión y vivir como vivía?
–No dudo que estaría dispuesto a sufrirlo todo antes que vivir como anteriormente.
–Imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y se siente en su antiguo lugar. ¿No se le quedarían los ojos como cegados por este paso súbito a la obscuridad?
–Sí, no hay duda.
–Y si, mientras su vista aún está confusa, antes de que sus ojos se hayan acomodado de nuevo a la obscuridad, tuviese que dar su opinión sobre estas sombras y discutir sobre ellas con sus compañeros que no han abandonado el cautiverio, ¿no les daría que reír? ¿No dirán que por haber subido al exterior ha perdido la vista y no vale la pena intentar la ascensión? Y si alguien intentase desatarlos y llevarlos allí, ¿no lo matarían, si pudiesen cogerlo y matarlo?
–Es muy probable

La actualidad del Mito de la Caverna de Platón resulta sorprendente. Realmente había semillas de verdad en la filosofía griega, que apuntaba ya, sin conocerlo, a la Luz verdadera, que es Dios: “en los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que percibimos con dificultad, pero que no podemos contemplar sin concluir que ella es la causa de todo lo bello y bueno que existe.”

Pero si alguien intenta desatar a los que viven atados en la caverna y llevarlos a la Verdad, ¿no intentarán, si pudieran, cogerlo y matarlo? Lo mismo hicieron siempre los hipócritas impíos con los profetas:

“¿A cuál de los profetas no maltrataron los antepasados de ustedes? Ellos mataron a quienes habían hablado de la venida de aquel que es justo, y ahora que este justo ya ha venido, ustedes lo traicionaron y lo mataron.” (Hechos 7, 52).

“Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación.” (Lc. 11, 49-52)

A todos se nos pedirá cuentas por nuestros actos y a cada uno se le dará lo que merezca.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos y decís: “Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!”  Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?” (Mateo 23, 29-33).

El mundo está como está porque los hombres se han apartado de Dios y viven como si Dios no existiera. Y esto tiene consecuencias: la primera, que han perdido el sentido de la vida, que nadie sabe qué pintamos aquí; que nadie sabe de dónde venimos ni a donde vamos. Sin Dios, nada tiene sentido y esta vida es un absurdo insufrible. El sufrimiento y el dolor no nos dejan en paz y solo la borrachera de un hedonismo desenfrenado es capaz de anestesiar por momentos el sufrimiento del hombre.

Sin Dios, la vida es un infierno.

Comparto de nuevo con ustedes mis lecturas y mi recopilación personal de aquello que a mí me sirve para entender cada día mejor la fe y crecer como cristiano. Si a alguien le aporta algo, fenomenal. A mí, desde luego que me ayuda a comprender y a comprenderme. Y así voy saliendo, poco a poco, y de manera muy penosa, de mi propia caverna.

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