Buena pregunta de una atea
Probablemente, todos los lectores recordarán el aterrizaje en el agua de un vuelo norteamericano el mes pasado, que, milagrosamente, no ocasionó ninguna víctima. Las espectaculares imágenes que pudimos contemplar son de las que se graban en la retina de forma permanente y que, probablemente, más de uno recordará cuando tenga que volar.
Heather Mac Donald, en la página Secular Right, dedicada a promover un ateísmo conservador o un conservadurismo ateo, como prefieran, ha reaccionado airadamente contra la palabra “milagrosamente”, que tanto se ha utilizado al hablar del accidente. Como gran argumento, ha unido este hecho con el de otro avión que se estrelló hace unos días en Estados Unidos, esta vez con gran número de víctimas.
¿Por qué, pregunta, encuentran los creyentes la mano de Dios en el primer accidente y no en el otro? Si un accidente sin víctimas es un milagro que prueba la existencia de un Dios bondadoso, ¿por qué no se habla de un Dios malvado después del accidente con víctimas?

No debería sorprenderme, porque todos los años sucede, pero aun así lo voy a contar: este año volví a coger la gripe. Todos los años me digo que tengo que vacunarme y todos los años lo voy dejando hasta que es demasiado tarde. En cambio, mi mujer, que es profesora y, como tal, tiene que vacunarse, suele estar fresca como una rosa los días de frío. Como comprenderán, eso aumenta bastante mi irritación por mi propia estupidez al no vacunarme.
Al volver, hace unos días, de las vacaciones de invierno, los alumnos y profesores de una universidad norteamericana de los Jesuitas, el Boston College, se encontraron con un curioso cambio en la decoración. El Presidente de la Universidad, el padre William P. Leahy, S.J., decidió que ya era hora de que todas las aulas de esta universidad católica tuviesen un crucifijo o un icono. Así que, dicho y hecho, durante las vacaciones se colocó una imagen de Cristo en cada una de las clases.
He decidido colocar como artículo independiente este comentario que Francisco José Soler dejó en el post anterior, porque su anécdota me ha parecido muy ilustrativa y, sobre todo, porque coincido plenamente con su análisis de la situación y sus conclusiones.
Los aficionados a la pintura sabrán que no existen los colores aislados. Cada pincelada de un cuadro toma su color no sólo del tinte utilizado, sino de todos los demás colores que tiene a su alrededor. Un rojo es mucho más rojo cuando está rodeado de verdes. No es lo mismo utilizar un naranja en una puesta de sol, donde sólo será uno más entre los muchos tonos cálidos presentes, que introducirlo en el entorno gélido y azulado de un campo nevado, donde sobresaldrá de forma llamativa y resaltará con fuerza los demás colores.









