17.01.10

Como niños malcriados

Los católicos estamos muy malacostumbrados. Somos como niños malcriados, que están tan habituados a tenerlo todo que ya no aprecian nada. Y eso se nota en toda nuestra vida cristiana: estamos tan acostumbrados a que Dios exista, a que nos quiera, a que su Hijo se haya encarnado, a que se nos dé como comida, a que perdone nuestros pecados, a que mande a sus ángeles a que cuiden de nosotros, a que nos haya regalado su Iglesia y a mil cosas más que ya no nos sorprenden esos prodigios.

Quizá el ámbito en el que más se nota esto sea la liturgia. Nuestra liturgia está cuajada de tesoros para la oración y la meditación. Como una corona real, está engarzada con piedras preciosas de una belleza única y singular, ansiada y envidiada por los pueblos que no conocen a Dios… Y, sin embargo, apenas prestamos atención a lo que se dice en la Misa. Apenas rezamos con las oraciones, ni alabamos con sus himnos. Ni siquiera se nos ocurre conservar ansiosamente en nuestra memoria todo lo que podamos abarcar. Somos como un Alí Babá tan tonto que no piensa en llenarse los bolsillos al pasar por la cueva del tesoro.

Demos un ejemplo. Si preguntase cuál ha sido la frase cantada o recitada en el Aleluya del Evangelio de este domingo, dudo que se acordase de ella más de uno de cada mil católicos. Y la frase se las trae. Si de verdad escucháramos en Misa y pensásemos lo que se dice, esta frase habría dejado boquiabiertos a todos los que allí estaban, como me dejó boquiabierto a mí. Y, muy probablemente, habría suscitado protestas, preguntas, murmullos e incomprensiones. Otros, en cambio, no habrían podido evitar postrarse de rodillas para dar gracias a Dios en ese mismo instante. Nadie habría quedado indiferente.

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15.01.10

Midiendo tragedias

Un lector, Cristhian, me envía estos párrafos que ha escrito sobre lo sucedido en Haití y la reacción de los cristianos.

Son líneas provocativas, especialmente en un momento así, pero creo que conviene meditarlas un poco. Intentan arrojar luz sobre la forma que tiene el mundo de “medir” las tragedias, el dolor e incluso la evangelización. Es decir, cosas que, por su propia naturaleza, no pueden medirse.

Además, Cristhian tiene la ventaja de que, al no ser obispo de San Sebastián, es posible reflexionar sobre lo que realmente dice y no sobre lo que periodistas malintencionados quieran hacerle decir.

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14.01.10

Yo creo que es por miedo

Los seres humanos somos complicados. Generalmente, en nuestras actuaciones influyen multitud de causas, motivos, deseos, sentimientos y presiones que, junto con nuestra libertad, nos llevan por un camino u otro. Sin embargo, a menudo es posible discernir un factor principal que informa a todos los demás y que hace que libremente nos decidamos por actuar de una forma concreta.

En este sentido, me hago una pregunta: ¿Qué es lo que motiva principalmente el inusitado rechazo a Monseñor Munilla como nuevo obispo de una de las diócesis del País Vasco? Me pregunto esto porque ese rechazo, en algunos ambientes, ha sido verdaderamente extraordinario, con medios de comunicación pidiendo una y otra vez su dimisión, la deformación de la verdad sobre su acogida en muchas noticias, la recogida de firmas contra su nombramiento entre sus sacerdotes, declaraciones cuajadas de enemistad de muchos políticos, etc.

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12.01.10

¿Por qué es tan mala nuestra música litúrgica?

Recojo hoy en el blog el resumen de un artículo realizado por un lector (Luis), que expone ocho mitos frecuentemente escuchados sobre la música litúrgica. Creo que podría servir como base para una interesante discusión sobre el tema de la música en la liturgia.

Por desgracia, en España la música sagrada se cuida muy poco (y ese descuido se nota). Cuando la música litúrgica se resiente, la propia liturgia se resiente también, porque música y liturgia siempre han estado intrínsecamente unidas. Se me ocurren muchas cuestiones relacionadas con el tema:

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11.01.10

Cabezas negras

No hace mucho, un lector me señaló el artículo de un religioso español sobre Barack Obama, en el que el actual Presidente de los Estados Unidos era ensalzado de forma verdaderamente extravagante. El autor decía que escribía arrastrado por la “inmensa ola de simpatía planetaria” provocada por el nuevo presidente, que su nombre le “llenaba la boca y el alma”, que eran hermosos su nombre y su piel, que “en sus labios recupera la palabra su verdad originaria, se hace fiable, se vuelve creadora” y otras alabanzas aún más exageradas.

Por lo que he visto en Internet, se trata de una actitud compartida por bastantes católicos, tanto dentro como fuera del país norteamericano. Aparte de motivaciones políticas, generalmente suele señalarse, como algo extraordinario que quita importancia a cualquier otra consideración (incluso a su defensa del aborto), el hecho de que siendo de raza negra haya llegado a presidente de la primera superpotencia mundial. Es cierto que se trata de un hecho significativo, pero no puedo evitar pensar que tanta exageración se debe a una cierta ignorancia de la Historia, que conlleva la correspondiente falta de proporción.

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