InfoCatólica / La Esfera y la Cruz / Categoría: Religión

17.10.12

Las mujeres y San Pablo, Parte dos

Decíamos ayer que los “peces gordos” de las acusaciones de misoginia contra San Pablo se encuentran en la carta a los Corintios, así que en esta segunda entrada sobre el tema intentaremos examinar dichos pasajes con detención. Valgan las mismas advertencias de la entrada anterior, acerca de las limitaciones de mi análisis.

Pero antes de proceder, conviene tener presente el contexto en que vivían los destinatarios de esta carta. En el S. I de nuestra era, Corinto era considerada como una de las ciudades más ricas e influyentes de su tiempo. Ubicada en la costa del golfo que lleva su nombre y en el istmo que une el Peloponeso con Ática, era un nudo comercial y marítimo de gran importancia y riqueza, pues dominaba el tráfico entre los mares Egeo y Adriático, y entre Grecia continental y el Peloponeso. Para que se hagan una idea en términos modernos, si Roma era el Nueva York de la antigüedad, y Atenas era Los Ángeles, sin dudas Corinto vendría siendo Las Vegas.

Esta ciudad era también famosa por la prostitución sagrada que se practicaba en sus templos, particularmente en el dedicado a Afrodita/Venus. El geógrafo e historiador griego Estrabón consigna que en la época de los romanos, sólo el santuario de Afrodita en Corinto llegó a tener más de mil heteras, es decir prostitutas de alto nivel, especie de geishas griegas. El número es aún más impresionante si pensamos que junto a ellas debe haber existido además prostitución regular, y que la población de Corinto en el periodo clásico se estima apenas en setenta mil personas.

Hasta este lugar había llegado el mensaje de Cristo a mediados del S. I, y a esta comunidad de seguidores es que se dirige el Apóstol de los Gentiles, en duros términos.

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16.10.12

Las mujeres y San Pablo ¿machista, misógino?

Cuando examinábamos las citas espurias y fuera de contexto que se suelen atribuir a los Padres y Doctores de la Iglesia, para acusarlos de machismo o misoginia, me quedó la inquietud de abordar también los textos que se encuentran en las cartas San Pablo y que se refieren al mismo tema, porque habitualmente forman parte del mismo debate. Tengo muy presente que sólo corresponde a la Iglesia interpretar auténticamente la Sagrada Escritura, y ella tiene personas adecuadamente entrenadas para hacerlo, y que incurrir en un error grave en estas materias, por ignorancia o temeridad de mi parte es un asunto de la mayor gravedad, y al cual estoy particularmente expuesto por mi falta de entrenamiento formal en estas materias. Sin embargo, creo que, si los lectores tienen en cuenta estos factores, todavía puedo aprender mucho del proceso de discusión que a veces se da en los comentarios. Es en ese sentido, entonces, que me he animado a compartir con Uds. algunas ideas respecto de los cargos de machista y misógino que a veces se levantan contra San Pablo.

Este es un tema que han sido tratadas desde diferentes ángulos por teólogos del más diverso cuño, y una simple búsqueda en Google arroja bastante material al respecto.

Al revisar los primeros resultados, encontramos que hay una tendencia a rechazar esta acusación, sosteniendo que los “textos incómodos” para las feministas, no fueron escrito realmente por San Pablo, sea por tratarse de una interpolación posterior o porque en realidad no fue el Apóstol el autor de toda la carta. Puede que sea por mi fe de carbonero, o por mi ignorancia en estos temas, pero me parece que este enfoque es un abuso del método histórico crítico (pues supone la existencia de autores fantasmas), y en definitiva resulta es absurdo, porque no le sirve ni al investigador no cristiano, ni al creyente.

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10.10.12

Buenas razones para creer

Casi un año y medio atrás subí a este sitio una serie de artículos titulados “por qué soy católico“, donde proponía la tesis de que para ser católico no es necesario un salto de fe. En resumen, el argumento era que, dado que es altamente probable que Dios exista y que los evangelios son una fuente confiable para conocer la predicación de Jesús de Nazaret, es razonable dar crédito a sus palabras, apoyadas como lo están por los milagros y las profecías cumplidas, y admitir entonces que nuestra salvación eterna pasa por incorporarnos a la comunidad de sus seguidores (Jn 14,6 entre otros).

Algunos comentaristas objetaron esta tesis, señalando que era erróneo intentar demostrar por la razón aquello que sólo puede alcanzarse por la fe. Esta crítica que no debe tomarse a la ligera, pues hay precedentes de personas que, han pretendido que es posible demostrar dogmas, por ejemplo la doctrina de la trinidad, que sólo podemos conocer mediante la fe, es decir por haber sido reveladas por Dios.

Tenía entonces pendiente desde esa época el intentar “afinar” mis conceptos sobre el papel de la fe en el esquema que he descrito. Varias veces probé diferentes enfoques para abordar el tema, sin que ninguno resultara completamente satisfactorio, y no puedo decir que al día de hoy lo haya encontrado, pero la inauguración del año de la fe el próximo 11 de octubre me ha animado a comentarles lo que tengo hasta ahora.

Normalmente al hablar de fe, se entiende que es cierto tipo de conocimiento, o un conjunto de proposiciones sobre la realidad, que se creen sin mayor cuestionamiento, pero ya la Escritura nos advierte, que tener fe no es sólo conocer pues “también los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2,19). La fe, en cambio, además nos exige responder a ese saber, es un conocimiento al que asentimos o respondemos con nuestra voluntad.

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20.09.12

Si amo a Jesús y soy buena persona ¿Por qué debo ir a misa?

Más temprano que tarde, todos hemos ido a misa, y la hemos encontrado bastante fome. Recuerdo que ya a mediados de los ‘80, el humorista Coco Legrand daba voz a toda una generación de chilenos, cuando decía:

¡Quiero que sepan que soy católico apostólico y romano! P-pero “a mi manera", es decir, cuando puedo no más voy a misa, porque es una lata, todos los domingos, ahí…

Todos hemos tenido la misma experiencia: tal vez acompañábamos a nuestros padres, o pasamos una etapa de más cercanía con la religión, pero en cuanto tuvimos algo más de libertad, dejamos de participar regularmente en la misa dominical. De adultos, un par de veces al año, quizá en semana santa o navidad, algún bautizo, matrimonio o funeral, y pare de contar. ¿Para qué más? ¿Y hacer lo mismo cada domingo? ¡Que lata!

Además la misa “no tiene por dónde” competir con otras actividades, sobre todo hoy en día, que nuestro tiempo libre y para la familia es escaso, y las opciones de diversión para un domingo son variadas y atractivas, como el televisor, el asado, los juegos de computador o Internet, y un largo etc. De partida, su estructura es siempre igual: entre 45 minutos y una hora, pero de ese tiempo sólo los primeros 20 ó 30 minutos son más o menos interesantes –con los cantos, las diferentes lecturas y la prédica, donde a veces enseñan cosas nuevas de Jesús–, pero la segunda parte ¡es siempre lo mismo! El curita dice las mismas oraciones sobre el pan y el vino, luego el padrenuestro, la paz y la comunión, la bendición final y nos vamos para la casa. Parece que si fuiste a una misa, has ido a todas ¿no?

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18.04.12

¡Proclamamos tu resurrección!

Como lo había prometido, volvemos a  nuestra programación habitual, con un post pertinente al tiempo de pascua en que nos encontramos.

Desde el punto de vista de la apologética, no hay dudas que la resurrección es el evento central del cristianismo, porque sin ella, no hay nada que defender. O, como lo dijo San Pablo

14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.

Ahí está la yugular del cristianismo, expuesta para que sus enemigos se ensañen con ella ¡y vaya si ha tenido en la historia quienes han tratado de destrozarla! Desde Saulo de Tarso, que partió a Damasco a perseguir a la Iglesia, hasta la dictadura China que hoy mantienen a los obispos en prisión.

Sin la resurrección, la predicación de NSJC se reduce a las opiniones de un gurú más, con las que cada uno puede estar de acuerdo o no, y al que se puede citar, si queremos pasar por espirituales. Con la resurrección, en cambio, esa doctrina se convierte en la Palabra de Dios, viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo (Heb 4,12), a la que el hombre sincero no puede menos que prestar su total sumisión y obediencia.

Hay muchos significados que pueden adherirse a este hecho histórico fundamental, significados de vida, de liberación, de alegría y de renovación, pero si se niega o se intenta opacar la radical afirmación de este milagro único, pues todo lo demás no tiene sentido. Jesús dijo “estaré con vosotros hasta el fin del tiempo", pero si no resucitó, tal vez estaba mintiendo; y dijo “ámense los unos a los otros", pero si es uno más de nosotros, yo digo “ódiense” y vale lo mismo; y dijo “he venido a liberar a los cautivos", pero si no pudo vencer a la muerte, tampoco pudo liberar a nadie.

Pero sí resucitó, y no como proponen algunos patéticos opinólogos, que quieren vender sus elucubraciones a cristianos incautos, sino realmente, como un cadáver que vuelve a la vida, como un milagro que Dios, que creó el universo por su sola palabra, no tiene inconveniente en hacer. Contra la resurrección se alza el prejuicio naturalista, que dice “esas cosas no pasan", sea porque Dios no existe o porque no interviene en la historia. Pero eso no es más que una tontería, un prejuicio, una negativa a observar la evidencia y emitir un juicio.

Y estas son nuestras evidencias:

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