Las mujeres y San Pablo, Parte dos
Decíamos ayer que los “peces gordos” de las acusaciones de misoginia contra San Pablo se encuentran en la carta a los Corintios, así que en esta segunda entrada sobre el tema intentaremos examinar dichos pasajes con detención. Valgan las mismas advertencias de la entrada anterior, acerca de las limitaciones de mi análisis.
Pero antes de proceder, conviene tener presente el contexto en que vivían los destinatarios de esta carta. En el S. I de nuestra era, Corinto era considerada como una de las ciudades más ricas e influyentes de su tiempo. Ubicada en la costa del golfo que lleva su nombre y en el istmo que une el Peloponeso con Ática, era un nudo comercial y marítimo de gran importancia y riqueza, pues dominaba el tráfico entre los mares Egeo y Adriático, y entre Grecia continental y el Peloponeso. Para que se hagan una idea en términos modernos, si Roma era el Nueva York de la antigüedad, y Atenas era Los Ángeles, sin dudas Corinto vendría siendo Las Vegas.
Esta ciudad era también famosa por la prostitución sagrada que se practicaba en sus templos, particularmente en el dedicado a Afrodita/Venus. El geógrafo e historiador griego Estrabón consigna que en la época de los romanos, sólo el santuario de Afrodita en Corinto llegó a tener más de mil heteras, es decir prostitutas de alto nivel, especie de geishas griegas. El número es aún más impresionante si pensamos que junto a ellas debe haber existido además prostitución regular, y que la población de Corinto en el periodo clásico se estima apenas en setenta mil personas.
Hasta este lugar había llegado el mensaje de Cristo a mediados del S. I, y a esta comunidad de seguidores es que se dirige el Apóstol de los Gentiles, en duros términos.
Comentarios recientes