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17.02.17

¡Las calles están ahí!

Ni que lo hubiésemos planificado con efectos especiales: durante la Hora Santa hubo un apagón mientras el padre con su guitarra y a media voz cantaba la de Emaús. Fue como estar a la luz de la fogata.

En medio de la vorágine que es la vida cotidiana no creo que, en mi parroquia, baje la media de los treinta años la edad de quienes acogemos la gracia para detenernos y asistir a la Hora Santa.

Allí estábamos. No éramos ni veinte adultos esperando en silencio y, además, alguien que parecía estar un poco fuera de lugar: un niño de aproximadamente catorce años quien entró después de mí para sentarse al extremo de la fila en la que me encontraba.  

Para ese momento, ya habían repartido el folleto que publica el párroco con las Vísperas, por lo que el jovencito no lo tenía.

Con el brazo extendido hice ruido con el folleto indicándole que lo tomará. Cuando me vio, negó con su cabecita, pero le dije en voz baja: - “Por qué no? Tómalo. Es bonito”.

Lo tomó y se puso a ojearlo. Estuvo en ello algunos minutos hasta que aproveché para acercarme. Se estremeció un poco porque seguro pensó que quién sabe qué cosa le diría pero, se le abrieron los ojos cuando con palabras muy sencillas, le expliqué de qué se trataba el folleto aludiendo a la actividad en los monasterios y al canto gregoriano que podía encontrar en youtube; tras lo cual noté que leyó las Vísperas con mayor interés.

Poco después entró el sacerdote y lo tomó del brazo para conducirlo a una salita donde asumo que lo confesó porque salió de inmediato a arrodillarse como quien cumple con la penitencia.

Me dije que, seguramente, de seguido se iría, pero no, se quedó en la Hora Santa.

Ayer, para animarme, ya que manifesté estar muy triste por la situación de la Iglesia, Juanjo Romero compartió conmigo una noticia sobre un sacerdote que se dedicó a caminar, rezar el rosario y a encontrarse con la gente durante tres años, como parte del apostolado de la orden monástica llamada Canónigos Regulares de San Martín de Tours a la que pertenece la cual combina el apostolado con la vida contemplativa.  

Su presencia en las calles confesando, bendiciendo, platicando, recoge un sin número de maravillosos sucesos ya que su caminar fue la elección del Señor para atraer a muchos hacia sí.

Así es,  muy parecido a cuando, como quien no quiere la cosa, hizo compañía a los caminantes hacia Emaús.

Yo, salí encantada de esa Hora Santa, no solo por la magnífica compañía a la luz de la fogata sino por haberme encontrado con aquél jovencito que se confesó, se quedó en adoración pero que, además, echó las Vísperas en su mochila.

Detalle que me hizo recordar a las personas que, por dedicarme unas palabras, intervinieron para que la gracia le diera un giro significativo a mi vida.

¡Las calles están ahí!