2.06.20

De la sana rebelión contra las lecturas sesgadas

              Alonso Quijano entre sus libros. Obra de José Segrelles (1885-1969).

  

   

«Si los padres desean preservar la infancia de sus hijos deben concebir la crianza como un acto de rebelión contra la cultura».

Neil Postman

 

«Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica».

Miguel de Cervantes. El Quijote, II, XXVII

   

  

Vaya por delante que no soy miembro de la academia. No puedo presentar, por lo tanto, credenciales acreditados de mis conocimientos en relación con la materia que aquí trato. Esta no es ninguna declaración sorpresiva para aquellos que me siguen, aunque sea esporádicamente. No he pretendido ni pretendo pasar por un erudito o un estudioso. Ni siquiera en la forma de un estudioso atípico y rebelde frente a la estructura preestablecida por gran parte de los académicos de hoy (lo que podríamos denominar, en parodia de la neolengua, la «casta» académica), y ello, aunque hoy se haya llevado esta cuestión más allá, mucho mas allá de lo sensato.

Pero no, mis pretensiones son mucho más modestas. Soy un simple aficionado a la lectura y un padre de familia católico que trata de ser coherente con lo que cree ser su más grande misión en esta vida: educar a sus hijos en la bondad, la belleza y la verdad.

Lamentablemente, esta labor es cada día más dura y difícil en el mundo que nos ha tocado vivir, si bien es cierto que no podemos volverle la espalda. Está ahí fuera y, lo queramos o no, influye en nuestras vidas. Una de las maneras en las que lo hace es a través del ambiente que nos rodea. A nuestro alrededor, flotando entre nosotros, pululan las ideas maestras que rigen este mundo. El «Zeitgeist» lo llaman los germánicos. El espíritu de nuestro tiempo es como lo conocemos nosotros. Y este espíritu lo impregna todo, contaminando los más pequeños de nuestros pensamientos e impulsando, más o menos según cada uno, todas y cada una de nuestras acciones. Y, paradójicamente, en su mismo centro está la falta del verdadero espíritu, que es el espíritu de Dios. Esto lo embebe todo y hace que todo sea percibido bajo una lente que deforma la realidad. No solo vemos, por naturaleza, como a través de un espejo, borrosamente (I Corintios, 13-12), sino que este espejo ha sido deformado, como los espejos cóncavos y convexos de las ferias de antaño. El cinismo y la desesperanza se unen hoy al natural subjetivismo propio de todo hombre. Y el resultado es el fatal extravío del hombre, apartado de Dios y de todo aquello que Él creó.

Los libros, la lectura de los libros, no son ajenos a este «Zeitgeist». Hay, lo queramos o no, una «lectura ortodoxa» de la que es difícil escapar. Por eso es urgente sacudirse ese espíritu maledicente y rebelarse contra él.

Un ejemplo de ello lo encontramos en nuestro gran Miguel de Cervantes y su magnífico Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605/1615). Nuestra mayor gloria literaria.

Supongamos que pudiéramos encontrar a un hombre puro, a un hombre roussoniano o robinsoniano, a un hombre supuestamente natural, y por lo tanto, ajeno al «Zeitgeist» de que hablamos, alguien que desde el primer momento de su existencia no hubiera respirado ni un ápice de ese aire contaminado y tóxico, un John el salvaje de Un Mundo Feliz (1932) de Aldous Huxley, un nuevo Adán, por lo que se refiere a su inocencia original, (perdóneme Nuestro Señor ––el único «nuevo Adán»––). Imaginemos que tras darle a ese hombre unas nociones básicas de qué es el cristianismo y la historia de la Salvación, desde el Génesis al Apocalipsis, le ofreciésemos leer El Quijote. Creo, sin duda alguna, que la idea que él extraería de esa lectura sería la de un libro escrito por un cristiano, en el que se relata una historia protagonizada por cristianos en un mundo cristiano. Tal y como así fue, por cierto.

Cervantes nació en una devota familia católica. Fue bautizado el 9 de octubre de 1547, bajo el patrocinio de San Miguel, el arcángel protector contra las acechanzas de Satanás. Nomen omen est, como a los romanos les gustaba decir: «Tu nombre es tu destino». Y así fue con Miguel de Cervantes. La preferencia de sus padres por San Miguel sugiere una fe viva presente en la familia. Y un breve examen a esa familia así nos lo muestra: su hermana Luisa de Belén se convirtió en priora carmelita y sus otras dos hermanas, Andrea y Magdalena, entraron en noviciados laicos en la Venerable Orden Tercera de San Francisco, al igual que el propio Cervantes en sus últimos días, tras pasar por la Hermandad de los Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar. Su única hija, Isabel, ingresó en la Orden Trinitaria. Finalmente, su hermano Rodrigo luchó junto a él, en defensa de su credo, contra el Imperio Otomano en la batalla de Lepanto, dentro de la Liga Santa, liderada por España, Venecia y los Estados Pontificios. Y todo esto se le transmitió desde la cuna, penetró profudamente en su vida y de su vida pasó a su obra.

Cervantes creció y vivió en el centro de la mayor civilización cristiana que ha existido, una de cuyas mayores cimas artísticas fueron él y su obra. Probablemente no fue un católico intachable, ni un santo en vida («Porque no hay sobre la tierra hombre justo que obre bien y no peque nunca», Eclesiastés, 7, 21), pero fue lo que fue y lo que se esforzó en ser: un católico con una fe recia, como atestiguan su vida y su obra a ojos libres de prejuicios.

Pese a ello, esa no es la visión imperante hoy. Por doquier proliferan sesudos estudios y tesis doctorales por legión que, bajo perspectivas feministas o desconstrucciones varias, imponen desde los altares académicos un enfoque distinto, un enfoque distorsionado y falso. Una visión que va extendiéndose por los capilares propios de nuestro tiempo, comenzando en la escuela y terminando en la televisión, la prensa e internet, para llegar así a todos los lugares y personas de forma asfixiante y totalitaria.

El cinismo y la desesperanza moderna han trasladado sus graves defectos de base a cualquier análisis de la realidad. Por eso, la más grande obra de Cervantes, su Quijote, es vista como una gigantesca ––pero velada, claro––, crítica al cristianismo que era su vida. El hecho de que tanto el autor como su héroe, Alonso Quijano, muestren simpatía por los pobres, las mujeres, los prisioneros, los literatos o los moriscos se considera una declaración contra la Iglesia, no una representación dramática de las obras de misericordia corporales y espirituales proclamadas por el cristianismo. Que la obra contenga más de cien citas de las Sagradas Escrituras y se encuentre transida de un profundo sentido religioso, culminado con la cristiana muerte del héroe no se considera significativo. Su obra es vista como un furtivo acto de rebeldía, como si estuviéramos ante un escritor clandestino de la antigua Unión Soviética. De esta manera, se trata de sacar de cada escena o frase una doble lectura, subrepticia y falsa de toda falsedad para acomodarla al dogma imperante, sin importar que para ello se estén exportando al tiempo de Cervantes y a Cervantes mismo categorías, conceptos e ideas, no ya improbables, sino del todo inexistentes en su época. Esa lectura del Quijote bajo la lupa del «Zeitgeist» de hoy es tan anticientífica que asombra. Resulta inútil que el propio Cervantes anuncie, al comienzo de la segunda parte, su intención de dar a los lectores una historia donde «en toda ella no se descubre ni por semejas una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico». Resulta inútil que proclame en la misma obra, como principio rector, que «la pluma es lengua del alma: cuales fueran los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos».

Sin embargo, si conseguimos librarnos de esos prejuicios modernos y nos sumergimos en «el alma transcrita por la pluma», la lectura del Quijote se revela como lo que es y como lo que quiso ser: el libro escrito por un católico apostólico y romano, con visiones criticas, sí, como es propio de cualquier mente inteligente, pero sin dejar de ser el producto de una civilización cristiana.

Que no nos quiten lo que es nuestro, de hecho, lo que pertenece a todo hombre. El Quijote aquí examinado es solo un ejemplo entre muchos. Ocurre lo mismo con las obras de Jane Austen y las hermanas Brontë, con Louisa May Alcott y su Mujercitas (1868), o con el Tom Sawyer (1876) de Twain. Incluso han llegado hasta los cuentos de hadas, para, en jerga feminista, «deconstruir las narrativas patriarcales» a fin de «liberar la identidad femenina de los estereotipos impuestos», como por ejemplo en La princesa vestida con una bolsa de papel (1980) de Robert Munsch, en Caperucita en Manhattan (2010) de Carmen Martín Gaite o en La cámara sangrienta (1979) de Angela Carter. Pero seguro que no nos sorprende; Cristo, por supuesto, ha sido desde siempre objeto de estos intentos de manipulación, partiendo de las primeras herejías hasta llegar a los practicantes del método histórico/crítico o a los muy variados Renanes (Ernest Renan) y Crossanes (John Dominic Crossan, fundador del Jesus Seminar), que se han venido sucediendo… y los que vendrán.

Rebelémonos ante este expolio, ante esta destructora manipulación; hagámoslo ahora y tratemos de que nuestros hijos crezcan libres de tales velos, que puedan desenmascarar esas lecturas sesgadas a fin de que vean mejor y mas claro de lo que vemos nosotros, aunque sigan bajo la borrosa visión de nuestro espejo natural a la espera de la Luz que les ilumine para siempre.

26.05.20

Ilustradores geniales (VII). En pos de la belleza. Maestros españoles de la fantasía

                               Cubierta ilustrada por Emilio Freixas (1899-1976).

   

   

«La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas».

Francisco de Goya


«Dime donde se cría la fantasía,
¿En el corazón o en la cabeza?»

William Shakespeare. El Mercader de Venecia

   

   

 

Los cuentos de hadas y las historias de fantasía son raíz y fuente de emociones y recuerdos. No necesitarían nada más que lo que relatan para dar aquello que prometen; emoción, imaginación y satisfacción a raudales.

Sin embargo, cuando somos niños las imágenes de las ilustraciones que contemplamos nos impactan de tal forma que nos acompañan como una suerte de sombra ––las más de las veces colorida––, siguiendo fiel e inseparablemente a las historias que leímos en su compañía iluminadora. Por eso voy a hablarles de algunos ilustradores que se prodigaron en estos lares de la imaginación y la fantasía y que algunos recordamos con cariño, en la esperanza de que también acompañen y sean memoria viva de la infancia y juventud de nuestros hijos. Y lo cierto es que en España los ha habido magníficos. Así que, a ellos voy.

 

Emilio Freixas (1899-1976).

                                          Algunos de los trabajos de Emilio Freixas.

Emilio Freixas no fue solo un magnífico ilustrador, sino que también fue un pionero y un maestro de la ilustración. Tenía el pleno conocimiento de su arte (¿realmente había algo que él no pudiese dibujar?) y, a un tiempo, la voluntad de compartirlo, habiendo dedicado gran parte de su vida a esa labor didáctica ¿Cuántos hemos aprendido a dibujar con ayuda de su infinidad de manuales y carpetas de láminas? Mis hijas y yo, desde luego, tenemos que reconocerle esta deuda, al igual que muchos reconocidos ilustradores y dibujantes de hoy. No obstante, su labor pedagógica ––al igual que la artística–– no ha sido debidamente reconocida hasta hace relativamente poco tiempo.

Como he dicho, Freixas fue artista total, un todoterreno que dibujó e ilustró una enorme variedad de medios, formas y temáticas: portadas de revistas, manuales escolares, carátulas de clásicos y de novelitas baratas y, como no, cubiertas e ilustraciones de cuentos y libros infantiles y juveniles. Es en la ilustración de estos relatos fantásticos y maravillosos donde el artista dejó profunda huella y dónde plasmó lo más autentico de sí mismo. Así nos dice: «a pesar de ser más conocido como dibujante de historietas, creo que mi verdadera personalidad está en las ilustraciones de los cuentos de Hadas». Aunque Freixas poseía un estilo propio, estilizado y colorido, no dejan de notarse en él las influencias de los grandes maestros de la edad de oro, especialmente de Arthur Rackham, del que, sin embargo, se diferenciaba por un uso de colores planos e intensos frente a los tonos deletéreos y desvaídos del maestro inglés. Por otro lado, su dominio de las formas y los volúmenes era magistral y sus estilizadas figuras humanas y animales, de una hermosa plasticidad, ponían de manifiesto un conocimiento anatómico notable.

Una muestra de su pericia artística y su talento puede verse en su trabajo con la editorial Juventud y la editorial Meseguer, ilustrando portadas e interiores de sus colecciones de cuentos de hadas de prácticamente todos los países del mundo, lo mismo que su labor de ilustrador de carátulas de otras colecciones en las citadas editoriales y en muchas otras, como Bruguera o Molino.

                                   Alguno de los títulos ilustrados por Emilio Freixas.

 

José Segrelles (1885-1969).


                                 Ilustración de Segrelles para Las mil y una noches.

José Segrelles mostró, desde muy pronto, un extraordinario talento artístico, tanto es así que la editorial Araluce le contrató muy joven para ilustrar alguno de los tomitos de su conocida y mítica colección de Obras de la Literatura Universal adaptada para los niños, entre los que destacan títulos como La Ilíada, La divina comedia o El paraíso perdido. Sin duda su categoría profesional excede del ámbito de la ilustración de la literatura infantil y juvenil o el de la fantasía y la aventura; así, por ejemplo, ilustró una magnifica versión de Las Florecillas de San Francisco, ante cuya esplendidez Verdager exclamó: «artistas como Segrelles pastan de la luz del sol en su paleta». También son de destacar sus ilustraciones de El Quijote, de los cuentos de Las mil y una noches y de La Guerra de los mundos, de H. G. Wells. El pintor Ricardo Marín, en el año 1926 en el semanario El Diluvio de Barcelona, decía sobre él lo siguiente: «Su gran dominio del dibujo le permite infinidad de veces, con solo dos colores, modelar y dar sensación de ambiente como nadie». En la creación pictórica de ese ambiente, en ocasiones fantasmagórico (lo que le valió la oportunidad de ilustrar de forma excelente los cuentos de Edgar Allan Poe), destaca su preferencia, muy característica, por el color azul en todos sus tonos.

 

                                               Algunas ilustraciones de José Segrelles.

Al igual que Freixas, Segrelles ha tenido que esperar hasta hace relativamente poco tiempo para comenzar a ser justamente valorado, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. El crítico Patrick Wilshire nos dice: «Hasta hace poco, Segrelles ha sido el secreto mejor guardado en la ilustración de la edad de oro. Aunque a lo largo de toda su vida mantuvo siempre abierta alguna exposición en Nueva York, la gran mayoría de su trabajo lo hizo para publicaciones españolas. De composición y riqueza conceptual excepcional, su técnica de acuarela le permitió exprimir ese talento al máximo».

                                               Alguno de los títulos comentados. 

A finales de los 90 Anaya reeditó, en un formato más grande, varios de los tomitos de la colección Araluce, incluyendo algunos ilustrados por Segrelles, como Historias de Shakespeare, La Ilíada o el sitio de Troya, La Eneida, Fausto, Tradiciones iberas, Historias de Dante o Los caballeros de la Tabla Redonda. De todas formas, los títulos de Araluce son todavía accesibles con cierta facilidad en librerías de viejo. También por esa misma época, Espasa-Calpe ––con el patrocinio del BBVA–, publicó un económico Quijote con ilustrado por él.

20.05.20

La virtud de la humildad y los buenos libros (con Dickens, Tolkien, Chesterton, los cuentos rusos y Winnie de Pooh)

                 Jesús lava los pies a Pedro. Obra de Ford Madox Brown (1821-1893).

 

 

«Dios resiste al orgulloso y da su gracia al humilde».

Santiago 4, 6.

 

 

Uno de los aspectos del cristianismo que suele ser objeto de maltrato hoy día (¿cual no?), es su concepción central de la virtud de la humildad. Tal menosprecio ha llegado al punto de afirmarse, incluso, que la humildad no es virtud alguna. El origen de este apartamiento de la humildad a un rincón oscuro quizá haya de buscarse en el pensamiento nominalista medieval y en su desarrollo posterior por pensadores como Hobbes, Hume y Kant. Este tipo de pensamiento insistió en un papel preponderante del orgullo como mitigador de la humildad y como componente necesario de otro concepto novedoso, la autoestima, considerada uno de los motores necesarios del denominado “progreso”. Los relatos filosóficos contemporáneos de la humildad continúan este énfasis en el orgullo, aunque no solo como contrapeso a la misma, sino cada vez más, como su sepulturero. Recordemos que uno de los apóstoles de esta nuestra modernidad, el todavía activo Karl Marx, al tiempo que afirmaba que el cristianismo predicaba «sumisión y humildad»,proclamaba en sus escritos que el proletariado necesitaba «su coraje, su confianza en sí mismo, su orgullo y su sentido de independencia, incluso más que su pan». Ya sabemos a dónde nos llevó esto.

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11.05.20

Phantastes, de George MacDonald: una educación fantástica

             Víspera del solsticio de verano. Obra de Edward Robert Hughes (1851-1914). 

   

   

«Si alguno de los matices de mi “música quebrada” hace brillar los ojos de un niño, o empaña por un momento los de su madre, mis esfuerzos no habrán sido en vano».

George MacDonald


«Nuestra vida no es un sueño, pero debería serlo y tal vez lo será».

Novalis

   

    

Desde su publicación en 1858, Phantastes: un romance de hadas para hombres y mujeres, de George MacDonald, ha dejado perplejos a estudiosos y lectores. Comenzando por aquellos que han sostenido que la novela no tiene orden ni concierto (“notablemente desestructurada”“enteramente episódica”, o incluso “un enigma que no se leerá”), y terminando por algunos otros que no han dudado en afirmar que carece de trama o argumento, la crítica en general parece no haber comprendido la obra. No obstante, esta ha seguido reeditándose desde la fecha de su primera publicación, una y otra vez. 

Quizá el secreto esté en dejarse llevar por la fantasía, y así disfrutar y aprender (cosa a la que suelen resistirse los críticos literarios). También ayudaría un poco prestar atención a quién era MacDonald y a su interés en que sus lectores fueran o se hiciesen niños y a ese añadimos la circunstancia indiscutible (proclamada por su propio subtitulo), de que se trata de un cuento de hadas, podremos entonces acercarnos y, dejándonos llevar por la fantasía, disfrutar y aprender.

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3.05.20

Tolkien para los más pequeños

Tolkien y Gimli. Obra de los hermanos Hildebrandt (Greg, 1939 -, Tim, 1939-2006).

  

   

«Una vez te relacionas con los magos y sus colegas, ya no sabes lo que pasará después».

J.R.R. Tolkien. Roverandom

 

 

No cabe duda de que J.R.R. Tolkien es uno de los autores más celebrados y populares del pasado siglo, y que su popularidad y éxito siguen gozando de una buena y robusta salud. La causa de ello es, obviamente, su magna obra El Señor de los anillos y su fiel acompañante, El hobbit. Pero los buenos aficionados a Tolkien saben que su labor literaria no se acaba ahí y que aguardan al curioso lector otros trabajos estimables por descubrir; narrativa menor, sí, pero obra de Tolkien, y a eso siempre vale la pena acercarse.

Para los más pequeños (gracias a su dedicación como padre atento y amoroso), Tolkien dejó títulos como El señor BlissRoverandom y Egidio el granjero de Ham, y ello a pesar de que creía firmemente que no existe tal cosa como escribir “para niños”, y que pensar lo contrario era un claro error, cometido normalmente por aquellos que «por cualquier razón privada (como la falta de hijos), tienden a pensar en los niños como un tipo especial de criatura, casi una raza diferente, en lugar de normales, si bien inmaduros, miembros de una familia en particular y de la familia humana en general» (Sobre los cuentos de hadas, 1947). Sin embargo, él mismo se saltó esa “regla” en algunas ocasiones, cuando era más joven y sus hijos eran pequeños, para delicia de estos y de los hijos de otros.

 

ROVERANDOM

                     Portadas de la edición española de Minotauro y de una edición inglesa.

Recientemente, en la entrada titulada El encanto de los peluches, les hablé de un cuento (El conejo de terciopelo, de Margery Williams), en el que el protagonista era un conejito de peluche que quería ser real. Roverandom va de todo lo contrario. En 1925, mientras la familia Tolkien disfrutaba de unas vacaciones en la costa, uno de los hijos, Michael, perdió en la playa su querido perrito de juguete. Para consolarlo Tolkien inventó una historia sobre un perro real convertido en juguete por un mago y sus aventuras bajo el mar y en la luna. A pesar de que el destinatario original del relato era Michael, fue John, el hermano mayor, quien quedó particularmente impresionado con la historia. 

El cuento trata de Rover (más tarde rebautizado como Roverandom), un perro transformado en un juguete por un mago, y que luego es regalado a un niño (el «niño Dos», en referencia a Michael, por ser el segundo hijo varón), quien luego lo extravía en una playa. El niño nunca olvida al perro y al final de la historia, ambos vuelven a reunirse. Entre tanto, el perro corre numerosas aventuras con un terrible dragón, una vieja y sabia ballena, varios magos y el Hombre de la Luna. 

En 1936, Tolkien terminó de dar forma escrita la historia y la presentó, junto con sus ilustraciones, a los editores, pero no se publicó hasta 1998 a título póstumo.

        Ilustraciones, Paisaje lunar y Jardines del Palacio de Merkig, obras de Tolkien.

Durante mucho tiempo el relato fue duramente criticado: que si se trataba de una mera «historia de aventuras juveniles… notable solo por su autoría», que si estaba aquejada de una «trama incoherente e inconexa». Sin embargo, algunos vieron en él algo más que un cuento bien escrito y divertido. La crítica literaria Karleen Bradford, por ejemplo, escribe que Roverandom «no sería un cuento de Tolkien si no hubiera mucho más sucediendo bajo la superficie de lo que es aparente». De hecho, hay mucho bajo la superficie de Roverandom, tanto que recientemente la crítica y el público casi se han pasado hasta el extremo, encontrando en él referencias a las mitologías inglesas, griegas, nórdicas, romanas y galesas; a Shakespeare, a Los cuentos de las 1001 Noches y a la Biblia, así como ecos de literatura infantil clásica: como Cinco niños y Eso de E. Nesbit, las historias de Alicia de Lewis Carroll, el Pinocho de Colodi, el Peter Pan de Barrie, El viento en los sauces de Grahame y Precisamente así de Kipling, entre otros.

Quizá no sea ni tanto ni tan poco. 

En realidad, es un relato entretenido y que guarda muchas similitudes con los mundos imaginarios que su autor crearía posteriormente. Al pobre Roverandom le pasa de todo: es castigado por el mago Artajerjes a ser un juguete, es regalado al niño Dos, quien lo extravía en la playa, luego es encontrado por el mago Psamathos que lo envía a la Luna volando sobre una gaviota. Allí se encuentra con el Hombre de la Luna y su perro de la luna volador, y es perseguido por el Gran Dragón Blanco. Más tarde, regresa a la Tierra y se transforma, sumergido en Mar Azul Profundo, en un perro de las olas. Explora la profundidad de los mares acompañado por un perro de mar y por la gran ballena Uin, y, en un momento de travesura, despierta a la vieja Serpiente de Mar. Pero a pesar de que el pequeño perro parece siempre sujeto a los avatares de un destino ciego, mantiene el poder de tomar las decisiones que en última instancia le sirven para determinar su suerte. De esta manera, Tolkien sugiere a los niños que ellos también tienen acceso a tal poder, el poder del libre albedrío. No importa cuán débil se sea físicamente, no importa de cuán poco poder político o económico se disponga, los hombres, y con ellos los niños, tienen la capacidad de determinar su vida moral, de optar por el bien frente al mal.

El final de Roverandom es, como diría el propio Tolkien, una eucatástrofe, un final feliz repentino e inesperado. El perrito es restaurado a su naturaleza animal y a su tamaño normal por el mago Artajerjes, vuelve a su familia y se reencuentra con el niño Dos en una especie de sueño inesperadamente hecho realidad para ambos. En el camino, como buen peregrino, crece «para ser muy sabio» y finalmente disfruta en su hogar de «una reputación local inmensa», como lo hace Sam después de volver a casa en la Comarca. 

Se ha dicho que el cuento responde al esquema típico de los Immram de la Irlanda medieval, los relatos de viajes de héroes a través del mar, con su periplo de purificación y redención. Sea o no sea así, se trata de un relato entretenido y muy bien escrito que gustará sus hijos, tal y como gustó a los de Tolkien y a los míos.

 

EL SEÑOR BLISS

                                        Portada del libro, editado por Minotauro.

El señor Bliss, al igual que Roverandom, se inspiró en parte en los juguetes infantiles de los pequeños Tolkien. Y como en el caso de Roverandom, Tolkien escribió e ilustró esta historia para deleite y entretenimiento de sus hijos. El relato ha sido publicado exactamente como nuestro autor lo creó: escrito a mano y con sus propias y divertidas ilustraciones y con transcripciones de su caligrafía en páginas opuestas. 

El señor Bliss es un excéntrico conocido por sus sombreros de copa excepcionalmente altos y por mantener a un «jirafanejo», extraña criatura con cuerpo de conejo y cuello de jirafa, en el patio trasero de su casa. Es un tipo adorable que se asemeja a Bilbo Baggins, y como él, es un soltero acomodado que vive en la cima de una colina, apartado del resto de sus vecinos. Un día el señor Bliss toma la caprichosa decisión de comprar un coche. Pero cuando se dispone a estrenar su nueva adquisición los desastres se suceden uno tras otro. Choca con todo lo imaginable en una serie de accidentes cómicos que involucran, entre otras cosas, coles, plátanos, un burro, un trío de osos y un policía. Sin embargo, lo que parecía ser una colosal catástrofe se arregla finalmente e incluso el coche amarillo de ruedas rojas (al que el señor Bliss, como es comprensible, había tomado gran antipatía) tiene una cierta función benéfica. 

                                     Dos ilustraciones del cuento, obra de Tolkien.

El señor Bliss es probablemente la primera historia para niños de Tolkien, anterior al Hobbit y a Roverandom (no tomo en consideración Las cartas de Papá Noel, 1920-1943). A diferencia de El Hobbit y RoverandomEl señor Bliss se acerca a la tipología del álbum infantil, donde el texto y las ilustraciones están integradas, en la tradición de Beatrix Potter y con toques de Edward Lear. Los comentarios irónicos del Tolkien narrador sobre sus ilustraciones a lo largo del libro («El auto está aquí (y los ponis y el burro), pero estoy cansado de dibujarlo»), también recuerdan a Precisamente así de Rudyard Kipling. Se trata de una historia para ser leída en vos alta a los niños (seguramente como se concibió).

En una carta publicada en el Sunday Times el 10 de octubre 1992, una de las nueras de Tolkien, Joan, esposa de su hijo Michael, nos revela algunos secretos de la historia; por ejemplo, que fue escrita alrededor de 1928, que los tres osos se basaron en los osos de peluche de los tres hijos de Tolkien, o que el coche conducido por el señor Bliss se inspiró en un automóvil de juguete de Christopher, el tercero de sus hijos varones. No obstante, Humphrey Carpenter informa en su biografía sobre Tolkien que las propias desventuras del escritor con su primer automóvil fueron la fuente de inspiración para algunos de los desastrosos paseos motorizados del señor Bliss. Tolkien era conocido por acelerar a través de los cruces concurridos gritando «¡Carguemos y se dispersarán!» y al parecer una vez, en un pequeño descuido, derribó un muro de piedra con el automóvil.

Un libro curioso y divertido que gustará a sus hijos. De 4 o 5 años en adelante.


EGIDIO, EL GRANJERO DE HAM

          Dos ediciones en castellano de la obra, por Círculo de lectores y por Minotauro.

Egidio, el granjero de Ham también se originó en las historias que Tolkien inventaba para divertir a sus hijos, pero en su forma final es un relato más maduro, aunque  mantiene su tono humorístico y su fácil lectura. La Universidad de Marquette (Estados Unidos de América) posee varias versiones sucesivas. Primero, está el esqueleto desnudo del cuento que Tolkien contó a sus hijos a finales de los años 20 cuando fueron atrapados en una tormenta después de un picnic. Años después, tras la publicación de El Hobbit, el escritor volvió a revisarlo para darle su forma final.

Como Bilbo y Frodo, Egidio es un héroe renuente. De hecho, no tiene el aspecto de un héroe, ni tampoco su espíritu. Es gordo y de barba roja, tranquilo, despreocupado y algo egoísta. Un día, un gigante bastante sordo y corto de vista entra por error en sus tierras y él, con más suerte que habilidad, logra asustarlo y hacerlo huir. De la noche a la mañana, Egidio se ve convertido en un héroe. Tanto es así, que cuando un genuino dragón, Crisófilax, invade el reino, la gente clama por su presencia y el rey envía a buscarlo para que se enfrente al monstruo. De esta manera, con la ayuda de una espada mágica que le regala el rey y de su valiente (y sabia) yegua gris, Egidio doma al astuto (pero no lo suficientemente astuto) dragón y en consecuencia obtiene una gran fama. Los aldeanos se liberan del codicioso rey y su decadente corte, y pasan a ser regidos y gobernados por nuestro heroico granjero en su nuevo Pequeño reino.

Según Joseph Pearce, la historia «tiene cierta afinidad con la “fantasía chestertoniana”, quizá más que cualquier otro de sus libros. Mientras que en otras obras Tolkien exhibe el sentido de maravilla de Chesterton, el «superviviente», e incluye imágenes del hombre cotidiano y del «hombre eterno», en “Egidio, el granjero de Ham” muestra el sentido chestertoniano de la diversión. Se trata de un juego ligero y bullicioso en la tradición de “La posada volante” y “El Napoleón de Notting Hill”».

Hay otras dos lecturas de la historia, en absoluto incompatibles entre sí. Una de ellas, señala que con el mal y el maligno no debe convenirse ni negociarse nada; solo vale su sometimiento y su derrota. Es una enseñanza vieja como el mundo, que está escrita en nuestros corazones y ha sido expresada de muchas y distintas formas, algunas literarias, como en el Fausto de Goethe o, en nuestra literatura, en Los Milagros de Nuestra Señora de Berceo (en la historia El milagro de Teófilo) y en El mágico prodigioso de Calderón. En este cuento Tolkien nos dice lo mismo. Los caballeros del rey han negado la realidad de los dragones y, como resultado, la mayoría termina siendo devorada por lo que no creían que existiera. Cuando olvidamos que el mal es real, nos encontramos sin preparación para defendernos de sus manifestaciones en el mundo. Y no solo los caballeros son funestamente sorprendidos, los pastores de almas, ingenuos y buenistas, corren la misma suerte: el párroco del pueblo vecino de Quercetum es un tipo bien intencionado pero estúpido, intenta convertir al dragón y termina convirtiéndose en comida de dragón.

Pero ante la inoperancia y superficialidad de los caballeros y del primer párroco, Tolkien nos muestra que puede haber hombres que trabajen en pos de la verdad y combatiendo el mal. Egidio no es un dechado de virtudes, es muy humano, egoísta y reticente a sacrificarse por el bien común enfrentándose con el dragón. Dejado a su propia naturaleza, no se movería hasta que fuera demasiado tarde para sus vecinos, para el reino, y en última instancia, para él mismo. Pero el sabio sacerdote de Ham le insta a ser más que un granjero y ver más allá de su bienestar material. El párroco modera el materialismo rústico y la practicidad política de Egidio con sabiduría espiritual y con la capacidad de vislumbrar el bien superior. Le mueve a actuar con prudencia, pero diligentemente, y ello conduce al final feliz del cuento. 

La segunda lectura nos trae otra de las moralejas de la historia. El relato es, por un lado, un canto a la rusticidad y a los valores tradicionales del campo frente al degeneración de lo urbano, representado por una corte real corrupta y disipada (una especie de Beatus ille), y por otro, una exaltación de la humildad (los últimos serán los primeros y el humilde será ensalzado), pues es un campesino quien vence al dragón y llega finalmente a ser rey. Pero esta crítica es sosegada y realista: Egidio es un hombre con defectos y faltas y esa comunidad agraria a la que devuelve a sus vecinos está también llena de fallas. Pero, aún así, se trata de un mundo mejor y más auténtico.

      Ilustraciones de Pauline Baynes (1922-2008) para Egidio, el granjero de Ham.

Tolkien no creo ninguna ilustración para el granjero Egidio, así que su editor se las encargó a Pauline Baynes, cuyas maravillosas viñetas medievales, en palabras del escritor redujeron su texto a un comentario sobre los dibujos. De inmediato, Baynes se convirtió en su ilustradora favorita y participó en varios de sus libros como El herrero de Wootton MayorLas aventuras de Tom Bombadil, y La última canción de Bilbo, así como las Crónicas de Narnia de su amigo C. S. Lewis. 

Hemos visto cómo la familia puede ser una fuente de inspiración. Para Tolkien lo fue, especialmente durante el período en que la imaginación de sus hijos giraba en torno a sus juguetes y a las historias que su padre les contaba. Deseo que sus hijos las disfruten también.