La carta a los Reyes Magos, por Monseñor Martínez Sistach

Las mañanas del 6 de enero son siempre uno de los día más felices del año para las familias. Es una mañana feliz para los niños, que se levantan a primerísima hora para ver qué les han traído los Reyes. Es una mañana feliz para los padres, porque disfrutan viendo como sus hijos, sobre todo los más pequeños, abren apresuradamente sus regalos.

Con todo, conviene no olvidar que estamos ante una fiesta cristiana, lo cual implica muchas cosas. Tantas como las que nos cuenta el Arzobispo de Barcelona, Monseñor Lluís Martínez Sistach, en su carta pastoral:

La carta a los Reyes Magos

La Noche de Reyes es para muchos niños una noche mágica. Para sus padres es una noche maravillosa. Son los reyes que hacen posible que sus hijos alcancen sus ilusiones. Es lo que los padres querrían poder hacer siempre a medida que sus hijos van creciendo. Las ilusiones de los niños en la noche de Reyes las encontramos expresadas en pocas palabras, con un estilo directo y sincero, en la carta a los Reyes Magos. No obstante, en el corazón de estos niños hay muchas otras ilusiones, más importantes y más queridas por ellos, aunque no siempre las sepan expresar y explicitar.

Su mayor ilusión es que el padre y la madre se quieran mucho y siempre. Este es el juguete que prefieren a todos los demás. Lo expresan así los ojos tristes de los niños que no tienen ese juguete. Ellos han nacido y han crecido en el seno de una familia y quieren que esta misma familia se mantenga unida, para poder dar siempre una mano a su padre y la otra a su madre y, de esta manera, con la sonrisa en los labios, caminar, correr, avanzar, crecer y madurar. Este es el juguete más valioso que los reyes pueden llevar a sus hijos.

Los padres cristianos, al llevar a sus hijos a la iglesia para celebrar el sacramento del bautismo, propician que sus hijos se conviertan en hijos de Dios. Y los hijos, a media que van creciendo, desean otro obsequio. Lo manifiestan de una manera indirecta, haciendo preguntas con palabras sencillas sobre cuestiones trascendentes: preguntan sobre Dios, sobre la vida, sobre la muerte, sobre el mal, etcétera, y de forma indirecta están manifestando otra ilusión, la de ser catequizados. Y los padres les hacen el regalo contestando a estas reiteradas preguntas e iniciando a los hijos, ya desde pequeños, en la oración y en la celebración de la fe de la comunidad cristiana. Los juguetes se echan a perder, o quizá se conservan años y años como un recuerdo entrañable de nuestra infancia llena de sinceridad y de inocencia. Pero la catequesis que los niños reciben en el hogar y en la parroquia se convierte en una brújula, siempre necesaria en nuestra peregrinación por el mundo.

En la carta a los Reyes Magos los niños con frecuencia piden juguetes que están de moda, que ven en la televisión y que les ilusionan fácilmente. Estos niños que han escrito esta carta con fecha de enero de 2007, viven en este mundo en el que florecen muchas ilusiones, propuestas y realizaciones de fraternidad y solidaridad, pero en el que avanza una globalización neoliberal, con una creciente separación entre países desarrollados y países subdesarrollados, en el que todavía mueren de hambre sesenta millones de personas cada año.

Estoy seguro de que estos niños llevan en su corazón una gran ilusión, y quizá incluso la han escrito en la carta a los Reyes Magos, que se puede definir con estas palabras: amor, paz, justicia, hermandad, solidaridad, sentido auténtico de la vida… O, si se quiere, también con otras palabras menos corrientes: compromiso, fidelidad, austeridad, sinceridad, comprensión, perdón, acogida… Sin estas actitudes no se puede alcanzar aquella gran ilusión.

Todo esto sucede en la noche de los Reyes Magos, que recuerda y celebra la adoración de aquellos magos al Dios hecho niño en Belén. Dios se hace niño para hacernos a todos niños de Dios, hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos de todos los miembros de la humanidad. Las ilusiones que brotan en el corazón de los niños de todo el mundo escriben una carta a los Reyes que puede transformar nuestro mundo.

+ Lluís Martínez Sistach

Arzobispo metropolitano de Barcelona

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